Por Javier Úbeda Ibáñez
Agua
Cerca del mar
sosegadamente murmura la tierra
mientras la madrugada melancólica
humedece y da vida a mis recuerdos.
El silencio me embarga
y respiro ansioso este vívido momento
entre haces de luz.
Una serie continua y arrulladora
de olas baña mis pies y enciende
mi mirada hasta terminar por rodear a
mi alma con una espléndida aurora boreal.
El cielo, enigmático y mudo,
guía mis pasos hacia mis encendidas aguas.
Y yo suspiro y vuelvo a suspirar de nuevo
divisando estrellas que se alejan
entre las olas de mis recuerdos.
¡Cómo eres!
Tus pasos van siempre
a mi lado como un ángel custodio
por la senda de la vida y el amor.
Y en el cruce de la verdad,
me agarran con vehemencia
y me regalan un te amo
de luceros y amaneceres.
¡Cómo eres!
¡Cómo resuena tu tacto
en mi mente y en mi piel!
¡Cómo habitas dentro de mí!
¡Cómo ahuyentas el dolor!
¡Cómo con tu sola presencia
la vida me respira!
Te quiero tanto, tanto
En la lejanía y en la cercanía,
desde cualquier lugar,
viajo por el océano selvático de tus ojos,
me detengo en las tiernas montañas de tus labios
y acaricio tu cuerpo de sabrosas amapolas.
Junto a tu piel florecida de antojos
y el tacto sedoso de tus manos
me silba el alma.
Te quiero tanto, tantísimo, que
me gustas despierta y dormida,
por la mañana, a media tarde y por la noche,
cuando en tu mirada se reflejan lunas o mieses.
He caminado a través de mil vidas hasta dar contigo.
Por fin,
te encontré.
Ahora,
quédate conmigo,
instálate en mis deseos.
Luz
Eres como una candela en la oscuridad,
una fuente en medio del desierto.
La luciérnaga de mis sentidos y
el aliento que germina en mis entrañas.
Tú, amigo mío, me eres tan necesario
como las sales al mar.
Incansable,
tendiéndome un camino,
una salida, una puerta, un bastón,
un sofá, un millón de promesas,
un silencio acogedor y un abrazo
que me resguarda del ruido
de la soledad y del vacío.
Tus palabras son caricias transitivas,
consejos de viento; amistad marinera,
que vuela y vuela, pegadita a mi vera.
Oscuridades
Me siento partido en dos mitades,
creo que he llegado a la frontera
y me parece que está entera
y ensangrentada de soledades.
Qué hacer con tantas oscuridades,
necesito que prenda la hoguera
que me insufle pasión verdadera
llenándome el alma de verdades.
Busco que mi corazón sea riada
que finalice con tantos temores
sumergiéndolos debajo del agua.
Y cada llaga sea anulada
brindándome por contra mil amores
que me hagan sentir una fragua.
Las estaciones del amor
Primavera
en tu cuerpo
sembrado de brillantes amapolas
y margaritas que contienen deseos:
¿me quieres?, ¿no me quieres?
Pero yo sé que me quieres.
Verano
en el dulce estanque
de tu sonrisa diáfana,
velero que surca caminos de agua
con un timón de soles encendidos.
Otoño
en el regazo de tus manos siempre atentas.
Un festín de hojas pletóricas de belleza
escribe en el suelo nuestra historia de amor.
Y pasa la vida
al amparo de tus rosadas manos otoñales.
Invierno
en tus resplandecientes ojos de melodías
de cristal y vientos.
Se enciende la lumbre
cuando me miras
y el frío huye al instante si tú
estás a mi lado.
De lunas y deseos
De las lunas de tus ojos emerge una fuente que gotea deseos
anaranjados que resbalan hasta tu boca
y salpican tu rostro,
meciendo tus pecas,
removiéndote hasta dentro y por dentro…
La distancia no olvida nunca
cuando el amor es verdadero.
La distancia te amarra,
te agita y te araña con sus uñas.
Las
distancias
no
existen
cuando el amor late lunas y deseos
y te siento
tan cerca
que te puedo tocar.
Te toco.
En las lunas de mis ojos acaban de acampar unas gotas:
desveladas,
hambrientas,
sinuosas,
provocativas,
verdes y
amarillas,
que esparciéndose
te buscan.
Una de ellas cruje,
le tiembla la vida.
Luego se abre,
me trae tu voz:
«Te sigo esperando», me dice
mientras me observa
y yo la acuno con mimos y ternuras,
la acaricio con miradas, le doy mi vida.
«Y yo a ti, amor», le contesto en silencio.
Latidos
Hoy me siento
latido de tu corazón,
y respiro cuando
tú respiras:
tictac… tictac…
tictac… tictac…
Nos deslizamos al unísono:
tú, mi amor
y yo, que te amo.
La tregua
Con la calma de las montañas
cargada en mis espaldas,
y el aroma de un amanecer
prendido en mi piel,
un buen día
salí a buscar la razón de las cosas.
En mi camino
hallé:
lloros y risas,
caminos soleados,
lluvia,
tristezas y alegrías,
solidaridad,
guerras,
paz,
riquezas y pobrezas,
amor,
prisas y pausas,
desencuentros,
compromisos y traiciones,
altibajos y tormentas,
manos llenas y manos vacías,
alboradas agitadas
y frescas rosas en invierno.
Pero nadie,
nadie,
me supo explicar las razones de las cosas.
Yo alcé mi voz
para pedirle al mundo,
a los hombres,
una tregua;
y la tierra me mostró,
de par en par,
sus entrañas
y sus musgos.
Pero no me quiso dar
ninguna explicación de por qué son
como son las cosas.