«Otra Primavera, Poemas para Confinados»

Por Gonzalo del Campo

 El trueno sobre mí ¡Qué maravilla!

diciéndome: Soy yo, la Primavera.

El dulcísimo olor de las aliagas

una alfombra de estrellas diminutas

sobre un oscuro manto de hierba renacida.

Todo brilla, las piedras y el romero

encogida su flor por el amor

impetuoso de la lluvia

desmigajada en gotas

besuqueando chopos y matojos,

acariciando abrojos invisibles

que escapan al invierno.

Las vacas están quietas,

esperando que pase la tormenta

y las ranas alegres la aman igual que al sol.

Los pájaros no esperan

a que se apague el eco y cantan

como si fuese hoy su último día.

Hasta los pinos restañan sus heridas.

Hay perlas transparentes

en el bosque de brazos

cimbreantes de las sargas

y el río ¡como canta!

Es una ronca voz de bajo

en este coro tan armónico y dulce

que me empapa hasta el alma.

Yemas de terciopelo alumbrarán orquídeas

tintineos de esquilas bajo un cielo

de plata oscurecida y copas esmeralda

de álamos recién vestidos.

Los dientes de león son astros amarillos

que hace brillar la lluvia.

Las violetas solo son rumor en despedida

después de haber nacido en pleno invierno

y haber vivido junto a los narcisos.

Qué placer de caminar despacio.

La lluvia que se aleja

 el sol que se avecina

para vivificar los colores que huelo

para hacer nítidos los ruidos que degusto

y limpiar el paisaje que no fotografío

para que quede preso de mis ojos.

 

Es un todo tan misterioso y bello

que apaga cualquier sombra.

 

Un dulce despertar, sin frío, el de las hayas.

Sus semillas nacieron allá arriba

donde aún es invierno

y trajo su semilla el río

hasta este bosquecillo

donde me cito con las colmenillas

para apurar su vida

como también la mía

en la búsqueda inagotable de lo hermoso.

 

Un milano despega de la más alta rama

dos patos se levantan en vuelo

se oye, lejano, un trueno.

¡Cuántas violetas  hay

vestidas aún de lluvia!

 

 

BRISAS

 

Hay un río que canta

cuando nace la luna

un caracol de piedra

que al alba se levanta

un charco en el que duermen

las estrellas.

 

Hay playas

donde rebaña el mar

sus apetitos

hondos besos de espuma.

 

Hay abrazos de lluvia

que acarician el alma.

 

Hay brisas placenteras

que nos rozan por dentro.

 

Sombras acogedoras

donde dormir morir

sería igual de grato.

 

 

ENTRE EL MUSGO Y EL SOL

 

El musgo brilla

con estrellas plateadas

de sol y lluvia.

 

Rompo sin querer las telarañas,

filamentos que el sol hace visibles,

tejidos en las ramas de los robles.

 

Llueve polvo amarillo del enebro

y se esparce en el perfil de la amanita.

 

Zumban mosquitos delante de mis ojos

y un astro amable se cuela entre las copas

dejando ver la vida que aún rebulle

al declinar noviembre como una primavera.

 

Ese Cuesco de Lobo parece una pelota,

tostado como el fruto de una platanera.

 

El Rusiñol más tímido que nunca.

 

La Babosa que se ha secado al sol

recoge su cabeza en una copa.

 

El Boletus aún crece

bajo la acogedora sombra del chinibro.

 

Ya solo yo paseo por ver de saludar

a la Lengua de Gato de terciopelo blanco.

 

Miro también a las más diminutas,

camufladas entre las hojas secas.

 

No conozco su nombre,

pero así, solitarias,

me parecen bellas

como las Cesáreas.

 

No llueve, y sin embargo

el musgo guarda

una húmeda tela de rocío.

 

En él se hunde la Rúsula

a la que el suelo engulle

con hebras de blanco moho.

 

Me alegro de cambiar la navaja por el lápiz 

y de dejar a un lado el afán por cortarlas

 

Pienso en lo hermoso de ver crecer las setas

y degustar su efímera visión

antes de que se vayan con el frío.

 

Nunca he visto una Helvella tan grande,

con su tocado oscuro de campesino egipcio.

 

Un rovellón podrido y otra lengua de gato anaranjada.

 

¡Por fin¡ El rusiñol asoma bajo un boj,

pero no lo recojo y lo dejo al abrigo en el que está escondido

 

Las tres siguientes no puedo resistirme y las rebano con la navaja curva de los días de fiesta.

 

Los pie azules son platos despintados.

 

Trabajan sin descanso las arañas,

pues mi frente deshace sin querer,

otra vez, sus telarañas.

 

Sabia ternura

de un atardecer

que hiere

a la amargura.

 

 

 

FLOR DE NIEVE

 

En las alturas

crezco solitaria.

 

Soy diminuta estrella

 

Terciopelo de luz

entre las piedras.

 

DIA SIN CALIMA
 

Paseo tras la lluvia y solo veo luz.

La luz invade el cielo

y alumbra cada color

de los cientos que planean

sobre el suelo.

 

En el suelo hay hormigas

que devoran cadáveres

de lombrices, ranas y golondrinas.

 

Las golondrinas vuelan sobre el río.

 

Del río se levanta una garza

y lucha contra el viento.

 

El viento trae y lleva olores

que inquietan a los perros.

 

Los perros ladran

ante la presencia de cualquier extraño.

 

Extraños son, cada vez más,

los días sin calima.

 

Sin calima se hace

más placentero mi paseo.

 

Paseo tras la lluvia y solo veo luz.

 

 

EL GRITO DEL SILENCIO

 

Cuando vago en el bosque

como un duende perdido

voy dejando en las ramas

una estela de olvido.

 

Caen de mí los años

y el pensamiento herido

por los males de otros

que yo nunca he sufrido .

 

Inútil la palabra

el silencio es crujido,

son millones de voces

y todas son aullido.

 

Tanta muerte inútil alimenta

a un tiempo los guijarros

que nos parece vano  recordarlo .

 

Lo mejor es vivir sin acordarnos

de que todos estamos en el barro.

 

 

Qué más quisiera yo.

 

Estrenar ojos cada día.

 

Renacer  del sueño o la vigilia

con la mirada limpia

de una aurora sin velo.

 

 

Abandonar, sin tregua,

el habitual umbral de la desidia

el orden que se extiende

para rendir tributo a la rutina.

 

 

No reivindico el caos

pero si renovarme,

renovarnos

en el tibio fulgor

de las pupilas

Artículos relacionados :