«Pasos que rompen la memoria de los años» (I), de Erasmo Nava Espíritu

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Por Redacción

     Nuestro amigo y colaborador, el poeta mexicano Erasmo Nava Espíritu, nos ha autorizado a publicar en sucesivas entregas su último libro «Pasos que rompen la memoria de los años». Desde aquí vaya nuestro agradecimiento a su generosidad   y esperamos que sus poemas hagan disfrutar a todos nuestros lectores.

PRÓLOGO

   Lector, tienes ahora en tus manos este nuevo libro de Erasmo Nava Espíritu: Pasos que rompen la memoria de los años. En sus páginas recrea ambientes citadinos y de todo tipo con una peculiar emoción, como si hubiera llovido adentro de nuestra alma después de visitarlos.

   El poeta tiene la capacidad de encomendar a la metáfora el destino de un barrio, preservado en forma de recuerdo: su poesía desarrolla la grata virtud de reorganizar lo contemplado por el poder del signo evocativo. Los pendientes levantan las palabras que caen de sus manos, «sólo para decir adiós».

   En la oportuna recreación de estos paisajes de ciudad que han madurado cuidadosamente en su voz poética, se maneja a los recuerdos con el frescor de un ser que da valor a la vida, asemejándose al vuelo espiritual que la alta literatura mística arranca a los vientos, o bien, suele encargar a las palomas, y así, nos brinda el poeta Erasmo Nava Espíritu, esa llamada «a misa» con su alcance irrepetible y único: «Como palomas blancas llegan jadeando los recuerdos».

   Es que, del paisaje exterior, pasamos al paisaje interior. Casi sin notarlo nos enriquecemos con los Pasos de Erasmo, que consisten en eso. Abolir la memoria de los años. Cuando el recuerdo resplandece lo demás se apaga, nuestro mundo vital se ha enriquecido. Algo surge y camina hacia el tiempo de la revelación.

   Si hubiéramos de buscar una constante en su estilo, tendríamos la manera eficaz de redireccionar el texto hacia el final, con frases oportunas que alertan el sentido y lo cambian todo a partir de una última revelación: «Todo esto se mueve como un enorme animal de cien patas que jadea».

   Atrae asimismo, su facilidad para el cierre de capítulos, como ocurre al introducir el siguiente giro adversativo que guarda la posibilidad de transformar el entorno: «…pero la vida sigue por donde emigran y van cantando las palabras».

  Una constante en la forma de poetizar: el alma se enriquece con lo humano. Erasmo no desdeña los motivos que la calle le ofrece; en un poema escrito en 2003 recopilado en: Cuando los dioses hablan y otros poemas (Editorial Garabato), no vacila en prodigar a un personaje que vendía con ansia, el hondo trazo: “eras el arrebato de la alegría más pura”. En su Oración a los Humanos, gana el juego del tiempo a favor de su amada Luz María, al invocarla en el pasado que adelanta el futuro y declararle su amor desde el fondo del alma, amor que se creó “cuando en silencio cruzaste las calles del mañana”.

   En La danza mortal de las palmeras, (Verso Destierro) ya en 2011, sigue a Efraín Huerta al Más allá de la poesía, y así llegamos al Erasmo de hoy, que en la valiosa obra que nos ocupa reúne el trazo, el color y la impronta de lugares pisados por el alma que en seguida los vuelve, como él, espirituales, para que nos hagamos todos al andar, que es cuando se hace camino; al beneficio del viaje que una vez iniciado en sus palabras, seguiremos en fe de ruta, movimiento y asombro hacia la luz que no acaba…

   Vayamos, pues, querido lector, hacia el imaginario con sus verdes prados donde nada nos falta, demos vuelta a la hoja donde se crea el hechizo en que el poeta nos hace pastar, porque estamos a punto de zarpar, es el instante de emprender la lectura que un llamado nos urge a continuar, hacia el futuro que es caminata, puente, atajo de donde no se vuelve nunca igual.

Carlos Santibáñez Andonegui

Primavera 2015

 

“Somos como un caballo sin memoria,

somos como un caballo que no se acuerda ya

de la última valla que ha saltado”

León Felipe

 

PASOS QUE ROMPEN LA MEMORIA DE LOS AÑOS

A LuzMa

 

I

Ciudad de México

(Primera parte)

La mañana se desliza cristalina y lentamente en la ciudad.

Es una mañana en la que sopla el viento frío de invierno, y

tocan a mi pecho y a mi alma de doble cerradura los recuerdos,

tocan también a mi corazón de débil resistencia,

 

y como roca metálica que permanece anclada en alta mar

se levanta un brusco torbellino con olor a niebla

y aparece mi amor como aurora llena de suspiros

arrastrada por ciudades amalgamadas por la lluvia;

 

pero mi amor es como un ángel con alas color violeta

que sobre una nube blanca y como un ser invisible:

contempla a las gaviotas en su agitado vuelo

que giran silenciosas como puñal que se desploma.

 

Mi amor es tan grande, grande y poderoso:

como los horizontes bañados de tezontle y de ceniza

que en la noche despierta con ojos de piratas encallados

y con sonidos de eco se levanta para mirar el mar.

 

A lo lejos abre sus poderosos brazos mi amor calladamente

y un asteroide negro se interpone como una chispa ardiendo,

de inmediato mi amor saca su espada roja y clama al sol

para que lo proteja con sus rayos que levantan polvaredas.

 

Pero algo pasa en este instante en la infinitud del tiempo

porque al llegar mi amor como azucena de color morado,

la luna con su collar sin sombra se diluye

y el sol como fuego que se apaga queda quieto.

 

En el umbral del tiempo desfilan hombres como monjes fatigados

y en las oscuras calles se levanta una tormenta de granizos azules,

pasa triste y llorando la melancolía con un nudo en la garganta,

y de pronto mi amor se detiene en una plaza pública llena de gladiolas.

 

Mi amor brilla en el tiempo como canto eterno que no cesa

y un lirio acuático se eleva decidido y lo protege,

voces de mujeres desveladas lo acarician

y se levanta como un sol callado y luminoso.

 

Después y como estatua en la que se dibuja una sonrisa

mi amor alumbra como faro que sirve de guía a los navegantes;

mientras en la ciudad los recuerdos desfilan en la madrugada sin alba, y

aparecen de pronto alamedas con sombras de perfecto silencio.

 

Calles bañadas por la lluvia y humedades inclementes,

avenidas saturadas de transeúntes y automóviles;

todo esto como rostro invisible que sonríe

o como fantasma que llega en un sueño a la ciudad.

 

II

Ciudad de Oaxaca

 

Ciudad antigua, amarillenta y noble

con ojos de metate y maíz recién molido,

guardas en tus entrañas el amor que avanza lento

como náufrago agitado que con dificultad llega a la playa.

 

En este día sin sombra lleno de dulces penas y extraños desvaríos

traigo a mi amor en brazos envuelto entre la niebla,

busco desesperado a un dios mixteco o zapoteco

para que lo traslade a la infinitud del tiempo.

 

Como palomas blancas llegan jadeando los recuerdos:

a Monte Albán, enigmáticos guerreros con pedernales rojos y mármol verde lo disputan,

y en la Ciudad de Mitla el palacio es invadido por sacerdotes de enormes oropeles;

mientras el Árbol del Tule me envuelve con luz fosforescente y viento ocre,

 

que de repente caen como pedazos de cielo en un abismo.

En el mercado antiguo de esa ciudad añeja llena de colorido y extrañas voces:

humeando está el tasajo que arde a fuego lento sobre brazas que no tienen reposo,

y el mole negro se serena en el resplandor del alba;

mientras un chocolate oscuro despide olor a dios sagrado y a fuego nuevo,

y las tlayudas que aún huelen a maíz recién cortado esperan pacientemente;

los chapulines dan saltos que se pierden en la espesura de la muerte.

Todo esto se mueve como un enorme animal de cien patas que jadea.

 

III

Mochitlán, Guerrero

 

Fue Mochitlán de tibia y húmeda mirada

quien entregó su corazón sangrante a gotas

a mi amor que llegó con lluvia y con gladiolas.

 

Atardeceres llenos de quietud que se quiebra y no hace ruido

y de silencios como luciérnagas mágicas que alumbran:

fortalecen día con día a mi amor que sueña y calla;

 

unas manos que gimen en la niebla y luego huyen

y los ligeros vientos que acarician una flor de rojo intenso,

son como sombras largas que nutren a mi amor de efervescente mirada;

 

pero la vida sigue por donde emigran y van cantando las palabras.

 

 

 

IV

Ciudad de México

(Segunda parte)

 

Ciudad de gris melancolía y cerraduras rojas

que devoras los silencios y te aquietas con la niebla,

escucha a tus hijos que luchan como eternos guerreros

con impetuosa fuerza en sus alas de paloma recién bañada.

 

Aquí, pasa el tiempo como un tren de collar dorado

y mi vida se alegra como un sol que da pasos en el alba.

 

Ahora,

veo al invierno con ojos de «smog» y escaso viento

reviso mis pendientes como pétalos de flor morada:

unos cuelgan de las puertas ávidos por ver la luz,

y otros permanecen quietos con ojos fríos y apagados

ante lámparas de cristal que crujen y se alejan;

entre sollozos recogen las palabras que de mis manos caen,

y en silencio las levantan sólo para decir adiós.

 

En este andar sin sombra y agitado por calles de húmeda neblina

llenas de trenes que se mueven lentamente como sonrisa invisible,

me vienen los recuerdos que dormían quietos en mi alma

y ahora emergen de mi pecho como hermosas esmeraldas.

 

Desde mi ventana quieta veo extraños pájaros enfrente:

unos cruzan saltando aprisa por la acera, y otros simplemente vuelan y se

[van.

 

A lo lejos los peatones van sin rumbo y van cantando,

y en las grandes avenidas se ocultan ecos de pisadas amarillas

y de tacones de mujeres rubias oliendo a sexo y a claveles;

 

árboles bañados por la lluvia entre penumbras de hermético sigilo

en la que perezosos búhos observan desde lo más profundo de la noche

este ir y venir de rojos trenes, y niños famélicos desnudos,

o el transitar entre sombras de veloces y fatigados transeúntes

junto a neuróticos y desahuciados conductores.

 

La noche llega a la ciudad como un sol resplandeciente y se detiene:

todo parece claro y transparente

que te invita a caminar por calles sin faroles y eternas despedidas,

entrar a un bar con olor a húmedos geranios

y beber hasta la madrugada auténticos vinos Gran Reserva.

 

Después salir huyendo con rosas rojas en la mano

y encontrar de repente en una esquina con ojos brillantes y

[profundos,

al amor que ha guiado mis pasos en la niebla;

decirle en confianza y con agrado

que el tiempo nos persigue con un ramo de amapolas.

 

Por un instante me quedé quieto en la avenida

y de repente vi mujeres exhaustas y sonrientes

que en silencio cantaban y bailaban;

-es un ritual pensé-

y esas mujeres, sin hacer caso de nada,

siguieron bailando en éxtasis

hasta muy avanzada la mañana.

 

Después,

volví la mirada atrás y vi un caballo que jadeaba

arrastraba la mirada y el silencio de sus pasos;

atrás la muchedumbre le gritaba:

¡llévate mi coraje y guárdalo!

pero regresa con la libertad cantando en la alborada.

 

Solo y con mi esperanza aún brillando,

me detuve sorprendido en la avenida

como badajo de campana que apenas sí se escucha;

medité un instante y continué el camino

seguido de una sombra húmeda y callada.

 

De pronto el viento aturde mis sentidos
y levanto la mirada y nada encuentro;

pero a lo lejos veo el misterio del silencio

que envuelve a unos trabajadores que viajan en el Metro:

como cadáveres de derrotados guerreros

que esconden su sonrisa avergonzados.

 

A veces me gustaría estar a la orilla del mar en una playa ciega

y sentir la brisa tan cercana a mi alma;

me gustaría con mis pies alcanzar las estrellas,

y volar suavemente a donde nadie me espera.

 

Quiero aquietar mis pasos

y no ir con tanta prisa,

para ver las hormigas que como torbellinos

salen de ese agujero;

quiero ver las arañas

que en esta precisa hora,

duermen profundamente

en casas antiguas con raíces de humo;

en fin,

quiero ver el amor de viva chispa que llevo aquí en mi pecho

que se levanta violentamente en mi alma y de pronto queda quieto

y disfrutar con él…, ¡toda una eternidad!

 

Continuará

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