‘El eco de los libres’

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Por Carlos Calvo   

  Cuando Sócrates se puso a ensayar con su flauta el verdugo le preparaba la cicuta. Un alumno le preguntó por qué hacía eso en sus últimos momentos y el filósofo le contestó: “Porque quiero morir sabiendo tocar la flauta”.    La anécdota del sabio ateniense, el padre del humanismo, el racionalismo y la filosofía moral, refleja el amor al conocimiento que va más allá de lo material imperante en la sociedad occidental. Este desprecio a la cultura, considerada como algo inútil, ha llevado al progresivo arrinconamiento de los saberes humanísticos. Es decir, de aquello que nos hace humanos. Para no huir de la abstracción de estos conocimientos nace en Jaca ‘El eco de los libres’.

  La aparición de una revista cultural siempre es motivo de entusiasmo. Más si se trata de una publicación con enjundia, bien diseñada y con ese encanto de las cosas bien hechas. ¡Y en papel! Se trata de una publicación fundada por el ateneo jaqués como órgano de opinión y difusión de las ciencias, las artes y las letras. El título rescata del olvido la cabecera homónima de un decimonónico diario oscense –a su vez, heredero de ‘El eco de la revolución’, editado en Madrid-, de mediados del siglo diecinueve, fundada por un grupo de librepensadores adscritos a la santísima trinidad de la revolución francesa y que se definía como “periódico político dedicado al orden, paz y bien del pueblo”, desde el lema, esto es, de la “libertad, igualdad, fraternidad”.

    Junto al meritorio artículo del profesor Emilio Majuelo sobre el ateneo popular jaqués (y su fundador), o el del historiador Antonio Soriano respecto al ateneo y su inspiración en la antigua Grecia, el director de ‘El eco de los libres’,  el joven poeta zaragozano Marcos Callau, añada del 81 –suya es igualmente la glosa dedicada a la familia Zabalza-, escribe unas esclarecedoras palabras en el editorial, definitorias del espíritu de esta nueva revista: “La tinta sobre el papel, la madera recién tallada, el alma extraída de un pedazo de mármol, el óleo sobre el lienzo, la música nacida en un sarcófago de madera y propagada, posteriormente, al espacio; la razón, el pensamiento, la ciencia, el primer candil que ardió en la caverna, la memoria de todo aquello que el ser humano ha construido o destruido con sus manos, para no olvidar errores y tampoco los aciertos. En pleno siglo XXI crear y fundar un ateneo puede resultar una hazaña poco menos que utópica en esta época de las prisas, donde pocos son los que gastan un minuto de su agónica carrera en debatir una noticia en una tertulia, en fabricar un pensamiento o en escuchar a un poeta, pero quizá por ello resulta más necesario no dejar de lado la cultura, en estos tiempos en que, según parece, hemos olvidado el derecho del pueblo a disfrutar de ella”.

    La cultura, en efecto, nos ayuda a entendernos y a saber quiénes somos, de modo que hay más conocimiento en cualquier libro de Gracián, o en cualquier película de Buñuel, que en un millar de manuales de economía, pues solo cuando se conoce la inutilidad puede empezar a hablarse de utilidad. Como los ilustres aragoneses señalados, esta nueva revista se plantea como un lugar que podemos recorrer, como un terreno de juego entre el arte, la vida y la muerte. Un lugar, en fin, en el que celebrar el arte y lo cotidiano. Al mismo tiempo, toda revista que se precie requiere un cierto grado de conflicto. Sin conflicto, no hay literatura. Ni arte. Ni ciencia.

    Estamos, pues, ante el primer número de una revista que nace de la voluntad de disfrutar, indagar, mostrar y compartir conocimientos y reflexiones, para recoger aquellas voces interesantes y críticas que puedan aportar al menos penumbra en unos tiempos en que el arte como actividad social y humana se mantiene en unos mínimos peligrosos, como el resto del panorama cultural. Una revista, en fin, que irá picoteando desde nuestros antepasados hasta nuestros días. Marcos Callau viaja a la vieja Grecia para buscar el origen de los ateneos, en su idea de difundir y favorecer el desarrollo de la cultura, en todas sus vertientes. Entonces había un grupo de gente joven luchando por aclarar las cosas desde una perspectiva política, social, cultural. Acaso el trabajo de un poeta no estaba en la poesía. Acaso su trabajo estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable. Acaso los que se dedicaban al oficio de las artes y las letras inventaban razones para que estas disciplinas fueran algo más de lo que se entienden por sí mismas, a la manera de una república utópica de acciones. Antaño, todo era en ellos un boceto de algo aún por venir y, a la vez, un gesto definitivo.

  ‘El eco de los libres’ nace, pues, como una respuesta a la fundación en enero de 2013 del ateneo jaqué, una asociación que desea ser un punto de encuentro y participación para compartir ideas en forma de presentaciones, talleres, conferencias, debates, cinefórun, siempre abogando por el libre pensamiento y la libertad de expresión. Una revista, además, que no puede estar de mayor actualidad. La portada se debe al óleo ‘Lluvia ácida’ (1992), de Eduardo Laborda –al igual que la contra, una vista parcial de su ‘Alegoría de Huesca’ (2004)-, un pintor que en estos días ha expuesto en la sala del centro Buñuel de Calanda una muestra de sus desnudos en homenaje al autor de ‘Ese oscuro objeto del deseo’, ese estupor de Fernando Rey ante una encauchutada Carole Bouquet con una inviolable faja de castidad medieval. Tampoco es baladí recordar que su compañero de fatigas, Iris Lázaro, hace lo propio en una espectacular retrospectiva ofrecida en la Lonja de la capital del Ebro.

  En efecto, ‘El eco de los libres’ elabora una concienzuda entrevista a este pintor (y escritor y cineasta) de los recuerdos, mitos y fetiches. Todo un guardián del tiempo pasado, un pescador de historias y personajes sumergidos en el cauce, esto, del olvido, delator de misterios que los propios objetos le han desvelado en la intimidad, y que los reflota en sus pinturas, sus libros, sus películas. Su interés por la edición le lleva a dirigir, en 1993, la revista de artes plásticas ‘Pasarela’, una publicación con muchos puntos de contacto, de fondo y forma, con la recién nacida.

  Artículos de Eugenio Mateo, Ramón Tejedor, Luisa Miñana, Ander Fuentes, Fernando Biscós Ezpeleta o Fernando Morlanes nos hablan de refugiados, mitos pirenaicos, ideologías, creatividades, encuentros e inspiraciones. De la poesía se ocupan Manuel Martínez Forega, Miguel Ángel Yusta, Marta Navarro, Raúl Herrero, Marta Fuembuena, José Antonio Conde, Ricardo Usón, Fran Picón, Estela Puyuelo, Javier Castán, Ana Baquedano, Julia Díaz, Mariángeles Ibernón o Julián Gómez de Maya. La oferta, como se ve, es amplia y variada.

  Y en esta diversidad encontramos narraciones (Miguel Zueras, Francisco Ferrer Lerín, Juan José Parcero, Roberto Malo, Olga Lucas), microrrelatos (Raúl Garcés), haikus inéditos (Andrés Castro), ensayos científicos (Alberto Supervía, José María Sorando), ambientes jacetanos (Valentín Moral), música (Kike Ubieto, ‘La voz’), fotografía (Dolores Redondo), cómic (Daniel Viñuales) o un apartado dedicado al periodismo, donde Lisardo de Felipe diserta sobre José Luis Sampedro, María Antonia Martín Zorraquino, Pilar Bayona e Ildefonso Manuel Gil. Los periodistas José Ventura Chavarría, Juan Domínguez Lasierra, Antón Castro y Joaquín Carbonell se refieren, respectivamente, a Ignacio García Valiño, el mundo pétreo del Alto Aragón, José Antonio Labordeta y un imaginario rodaje de ‘Viridiana’.

  Seguro que me dejo alguien en el tintero, pero tampoco es plan. Busquen la revista y podrán introducirse en un universo cercano, de investigación y hallazgos. Unos con mejor pluma, otros simplemente con esfuerzo, pero el conjunto merece la pena, siempre abierto y reconfortante. Así, ‘El eco de los libres’ aspira a la combinación de lenguajes, estilos, disciplinas, una conciencia de los caminos del arte por su introducción del documento, la autorreflexión y la crítica institucional desde el hecho intelectual. Sin estrategias, como los dedos del viento tiran de los cabellos e invitan a darle la vuelta a la vida. Solo con el poder de la cultura, de la ciencia, de las artes y las letras. Ni más ni menos. Y, para refrendarlo, ahí están todos y cada uno de los colaboradores de ‘El eco de los libres’, con sus gustos y placeres, sus filias y sus fobias.

    No hay nada más integrador que la cultura, la cultura sólida, porque alimenta a los individuos desde una visión colectiva de lo que se imagina puede ser un mundo ideal en que quepamos todos. No hay que cejar en la búsqueda de la complicidad activa de la ciudadanía para que lo cultural sea algo asequible y reclamado por todos como síntoma inequívoco de bienestar y de futuro. Belleza y verdad van de la mano en esta aventura en la que el arte es para el hombre, no para los museos, y los artistas, por extensión, se dedican a la antropología y al pensamiento, más allá de la escritura, el dibujo, la pintura, la arquitectura, la fotografía, las pantallas y escenarios. La revista jacetana, en efecto, es eso, intensa, indomable, y con ella comprendemos ese momento tan importante y decisivo para el arte como es el trabajo de las obras. Sin trascendencia somos bestias. Esa bestialidad que tan bien ha reflejado el cine de Jean Cocteau, de Juraj Herz, de Jean Renoir, de Walerian Borowczyk, de Pier Paolo Pasolini…

  Por supuesto, también el cine toma protagonismo en ‘El eco de los libres’. Para empezar, Lukas Biezfe defiende la producción británica ‘La huella’ (1972) como parte esencial del llamado séptimo arte. Y no le falta razón, pues Joseph Leo Mankiewicz, el más conversador de los directores –un hombre que valoró siempre el diálogo de alta calidad por encima d las acrobacias visuales- parece el cineasta perfecto para rodar la versión de la obra teatral homónima de Anthony Shaffer, con dos actores –Laurence Olivier y Michael Caine- de distintas generaciones que chocan en estilo, temperamento y método.

  Alfredo Moreno, por su parte, reafirma el reflejo de la realidad de cierta América idealizada en las figuras de John Ford y Clint Eastwood, y pone en cuestión a la crítica miope que les acusa de servir de altavoz a un “conservadurismo exacerbado, si no directamente al fascismo, al racismo, al belicismo, al machismo, a todos los males de Hollywood, de América y del hemisferio occidental”.

  Si José Ángel de Dios disecciona el crudo filme de animación ‘Cuando el viento sopla’ (Jimmy Murakami, 1986), según el cómic homónimo de Raymond Briggs, el estudioso Jorge Ayesa ejecuta, finalmente, una contracrónica de la trilogía ‘El señor de los anillos’ que Peter Jackson versiona, entre 2001 y 2003, de la novela homónima de John Ronald Reuel Tolkien, ya adaptada en animación por Ralph Bakshi en 1978. El director neozelandés demuestra ser el Cecil Blount de Mille del siglo veintiuno y explora, más allá de la puesta en escena grandilocuente, o de una estética exagerada, una compleja relación de fuerzas y ansias de poder, un continuo retumbar entre el apocalipsis y el génesis.

  En el arte, en todas las épocas, siempre ha habido dos grandes corrientes: el arte oficial, amparado por las instituciones del tipo que sean, y los artistas que trabajan al margen de la corriente oficial. En la corriente oficial que impera actualmente hay una gran tendencia, tal vez obsesiva, a utilizar las nuevas tecnologías. Pero no hay que olvidar que el arte en general tiene tres componentes: el emocional, el intelectual y el artesanal. Pese a que todo evoluciona, a este componente artesanal del conocimiento del oficio, de las técnicas y los procedimientos, parece que se le está dando la espalda, un desdén acaso mal entendido.

  Hay, dicen, dos maneras de ver el mundo: con pesimismo o con optimismo. No es verdad. Existen muchas formas de ver el mundo. Por ejemplo, con honestidad o sin ella. O con inteligencia o sin ella. Así es la vida, efímera y heterogénea. Así nace esta revista, libre y seminal, una suerte de cultura imbricada en el pensamiento. Ni se compra ni se vende la cultura verdadera. Acaso sea el momento de volver al concepto de frente cultural para afrontar el futuro. Ni un paso atrás y atención, mucha atención, a los virus oportunistas, que pueden implantar cepas destructivas en donde menos te lo esperas. Dos cuerpos en el oasis del desierto de soledades. Así sea ‘El eco de los libres’, la nueva revista de las artes, las ciencias y las letras. De todos y para todos.

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