Colchón de púas: ‘La barca del Tío Toni’

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Por Javier Barreiro

    Hasta hace pocas décadas, la barca del tío Toni, que llevaba de una orilla a otra del Ebro,  fue una referencia para todos los zaragozanos aunque hubiera desaparecido al llegar los años treinta.

    A la antigua barca se llegaba a través de una oscura y húmeda galería subterránea, abierta en la calle de Antonio Pérez en la Tripería -hoy Avenida César Augusto- descendiendo por unas escaleras de rezumantes escalones de piedra, negros también por la humedad. “Se bajaba como a un antro y, cuando se alcanzaba a ver, deslumbrante, la luz del arco en la muralla y la corriente del río se sentía un anhelado alivio”, contaba Miguel Gay.

   Un atracadero de tablas, cerca de los putrefactos colectores con vertidos del mercado, servía de embarcadero al lado del que se juntaban curiosos, pescadores a candil y golfillos en busca de alguna propina. Vecinos de La Rabal, alguna pareja de enamorados y desertores del aula que iban a almorzar a la arboleda solían ser los pasajeros más frecuentes. El verano, las fiestas del Pilar y la Cincomarzada, que, por entonces se celebraba en la ribera, eran, naturalmente las fechas de mayor tráfico fluvial entre orillas.

   El viejo tío Toni, de nombre Antonio Mar, era un zaragozano prototípico, sociable, decidor y marchoso, que tenía la contrata del ayuntamiento desde mediados del siglo XIX. Cobraba 5 céntimos por el viaje y la barca cruzaba a través de una sirga, que el barquero ayudaba valiéndose de una garrucha y, cuando era menester, a remo. Para abundar en su función, vivía en la calle del Río en las Tenerías, que dada la popularidad de este vecino, era conocida por muchos como la calle del tío Toni.

     Cuando el viejo lobo de río fue perdiendo las fuerzas, a mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, traspasó la barca a su hijo Carlos, al que no valió ostentar nombre de emperador, pues la barca fue para siempre la del tío Toni.

    Cuentan los cronistas que la llegada de las primeras barcas con carburante, unido a la muerte de su mujer, Josefa Esteban Piquer, el 2 de septiembre de 1927, sumió en desolación al buen barquero, de la que sólo le sacó la meditada decisión de incorporar un motor a su esquife y la noticia de que su bella hija Carmen fuera  elegida reina de las modistillas zaragozanas para la fiesta de Santa Lucía en 1929. La popular revistaEstampa dedicó dos páginas firmadas por Fernando Castán Palomar al acontecimiento.

    Pero no duraría mucho más el legendario barquero; el 2 de octubre de 1930 fallecía en Zaragoza, desde donde se escribieron sentidas elegías. De su gran popularidad, que trascendía lo local, da fe el hecho de que los diarios de mayor circulación del país como El Sol o Heraldo de Madrid recogieron la noticia y destacaron su “brillantísima historia”, condecorado dos veces con la Cruz de Beneficencia, gracias a su colaboración durante las epidemias que sufrió la ciudad y, sobre todo, a los más de cincuenta salvamentos de imprudentes y suicidas que realizó con ayuda de su barca, que, de haber tenido esta ciudad algún respeto por su historia, hoy luciría en el Museo del Fuego de los bomberos zaragozanos.

El blog del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com/

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