El mundo según ‘Chas’

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Por Carlos Calvo
Fotografías de Rafa Esteban

    Eduardo Laborda, además de ser un reconocido pintor que llena los lienzos con la pericia de un orfebre y de poseer el encanto de los verdaderos artistas, no se resigna a disfrutar de los privilegios que le otorga esa condición, sino que aspira a ampliar su universo convirtiéndose en un sutil escritor.

 El interés por la edición le lleva a dirigir en 1993 la revista ‘Pasarela, artes plásticas’, y su pasión por el coleccionismo y por Zaragoza –ciudad que le ve nacer en 1952, y a la que inmortaliza en muchos de sus cuadros- es el origen de su primer libro como narrador, ‘Zaragoza, la ciudad sumergida’ (Onagro, 2008), un colorista mosaico compuesto por recuerdos, mitos y fetiches.

    Guardián del tiempo pasado, rastreador de historias y personajes sumergidos en el cauce del olvido, ‘Bayo Marín, entre luces y sombras’ (Estudios turolenses, 2010) es su segundo libro, personaje del que también dirige un emotivo documental en 2005. En este 2015 y en una cuidada edición de su compañera Iris Lázaro, publica ahora su tercer libro, ‘Chas, de Salduba a Las Vegas’, un auténtico regalo para el lector y un festín para la vista. Desde su iniciativa particular, Laborda recupera al periodista zaragozano más popular del segundo tercio de siglo veinte: Marcial Buj Luna (Zaragoza, 1909-1959), conocido por el seudónimo de Chas. Como anécdota que ilustra esta afirmación, el día de su funeral, su calle y los alrededores estaban completamente cubiertos de flores, y una muchedumbre procedente de todos los rincones de Aragón acompañó el féretro hasta Torrero.

    Hijo de un celebrado corresponsal que cubrió la guerra de África, Marcial Buj ‘Chas’ era, esencialmente, un humorista. El resultado es un retrato ‘abocetado’ del periodista, del paisaje urbano donde transcurrió su vida y de su entorno afectivo. El libro contiene imágenes valiosísimas –muchas de ellas inéditas- sacadas, en su mayoría, del archivo de Chas, cedido generosamente por sus descendientes. Porque este volumen, dice Laborda, “no hubiera sido posible sin la complicidad de los sobrinos de la viuda de Chas, Maruja Arnal, mujer que admiraba sin límites a su marido y que, tras su muerte, guardó sus manuscritos, sus fotografías, sus documentos”.

    En su trayectoria profesional, su etapa más brillante como viñetista y caricaturista la desarrolló durante la segunda república y sus chistes sorprenden todavía hoy por su rabiosa actualidad. En la posguerra, ay, la presión ejercida por la censura franquista le llevó a abandonar progresivamente el humor gráfico y a canalizar su ingenio hacia el periodismo escrito, como reportero o cronista deportivo, entre otros géneros. En apenas siete años –desde 1952 hasta el año de su muerte-, a la manera de un todoterreno, Chas escribió alrededor de mil doscientos reportajes y entrevistas, a los que habría que añadir, esto es, sus artículos deportivos, pasatiempos y, probablemente, no pocas notas cómicas firmadas con seudónimo, algo, por otra parte, habitual en aquella época.

    Su etapa de reportero coincide, además, con un hecho excepcional, que transformó la ciudad y los hábitos sociales de los zaragozanos: la llegada del “amigo americano”, como consecuencia de la instalación en Garrapinillos de la nueva base aérea. Por su condición de periodista, Chas fue testigo privilegiado de esa transformación que en el libro de Eduardo Laborda tiene especial relevancia. De ahí el subtítulo ‘De Salduba a Las Vegas’, dos símbolos de la acreditada hostelería zaragozana que el periodista mordaz frecuentó con sus amigos.

    Dos establecimientos, en fin, tan cercanos en el espacio –los separaban unos pocos metros- como distantes en la decoración y en el tiempo. Si el Salduba fue una referencia de modernidad en los años treinta del siglo veinte, Las Vegas lo fue de expansión nacional en los cincuenta y sesenta. Dos mitos de la noche zaragozana, sí, que se erigieron en territorio propicio para periodistas ávidos de noticas, quienes, armados de cuaderno de notas y estilográfica, ‘exploraban’ en busca del personaje perdido…

    Con todos estos mimbres, Eduardo Laborda elabora un cesto en el que le lleva a preguntarse si el periodismo no tendrá ‘algo’ de Saturno que devora a sus hijos. Sea como fuere, los círculos, cuando se cierran, irradian una belleza difícil de explicar. La finalidad última del arte de la escritura es expresar belleza, fealdad, dolor, terror, injusticias o indignación. El arte y la escritura están para todo esto. Para comunicar cosas. Para que el artista diga lo que siente y haya unos espectadores o lectores que saquen una enseñanza. Y también un placer. Es, en efecto, la espiral del placer.

    Al fin y al cabo, Eduardo Laborda aspira a retener en su trabajo todo un tiempo, esa ilusión que no existe, y puede desacralizar a los animales sagrados para dejarlos en el esqueleto sustantivo. De ahí nace la revista ‘Pasarela’, decía más arriba: de su carácter guerrero y de su compromiso siempre exigente, porque le interesaba recuperar gente de otra época y porque, a fin de cuentas, quería estar con sus amigos artistas, para disfrute suyo y para el contrapoder.

    Si la pintura de Laborda está marcada por el cine y sus cuadros realistas son, en cierto modo, cuadros cinematográficos, ‘Chas, de Salduba a Las Vegas’ se erige en una suerte de guion fílmico, donde son recurrentes los guiños al adorado Luis Buñuel de ‘La edad de oro’ y ‘Abismos de pasión’, al juego de Ripley del alemán Wim Wenders o al cine negro americano. Fíjense en la portada del libro: sugiere un fotograma del detective y el periodista, protagonistas clásicos en las películas de intriga criminal de la década de 1940. Estamos, claro está, ante un guion cinematográfico salpicado de flashbacks con algunas licencias de ficción, donde el texto se ajusta o sincroniza con las imágenes, como en un TBO.

    El volumen sobre Marcial Buj ‘Chas’ se divide en dos bloques: una primera parte dividida en varios capítulos (‘El seductor de estatuas’, ‘Goya y la peña Niké’, ‘De Salduba a Las Vegas’, ‘Welcome to Zaragoza’), con su prólogo y epílogo correspondientes, y un segundo bloque en el que se muestra la obra gráfica del protagonista, como historietista, como caricaturista y de su paso por ‘Heraldo de Aragón’. Y Laborda lo va relatando todo como una inmensa acumulación de fotogramas que va configurando la historia individual. Una vida buscada entre fragmentos de recuerdos evanescentes, de sombras que acechan en el perdido rincón de la memoria.

    Con errantes pasos, el precio del relato permanece y dura. Laborda recupera, de este modo, al periodista gráfico Chas y sus siluetas en un estilo que recuerda las máscaras en chapa de Pablo Gargallo. Y ayuda a entender la belleza de una manera creativa y libre. Una vida de actividad artística y de creación, de formas e imágenes, de sueños y colores que el autor no regala con un guiño cómplice. Y es que la vida está llena de muchas vidas: de obsesiones, de amores incondicionales, de generosidad y de un afán invencible, constante, de emprender aventuras. La aventura emprendida por Eduardo Laborda para homenajear a una personalidad tan carismática como Chas.

    El libro, así, fluye sin prisas, con la cadencia de una narración que gusta recrearse sin desvelar del todo los acontecimientos, de forma pausada y precisa, donde lo más importante radica en el dilema moral de los personajes y la tranquila preocupación del paso del tiempo. Con una curiosa presencia del humor y la ironía, una estructura oscilante según los diversos puntos de vista de los protagonistas y un tono misterioso en las tramas, ‘Chas, de Salduba a Las Vegas’ deviene certero y efectivo en su inteligente propuesta, de aparente sencillez, pero que, al final, precisa el esfuerzo cómplice del entregado lector, quien agradecerá el, esto es, certero y efectivo prólogo del propio autor.

    Una de las manifestaciones más interesantes, y lamentablemente menos valoradas dentro de las artes plásticas, es el dibujo humorístico, especialidad vinculada al mundo de la prensa. Los avances técnicos de reproducción, en la década de los años veinte, obligaron a las empresas editoriales más competitivas a renovar sus rotativas, abriendo a continuación sus páginas a un buen número de fotógrafos, pintores y dibujantes que vieron en el periodismo gráfico la oportunidad de darse a conocer y vivir del arte. 

    En 1922, ‘Heraldo de Aragón’ convocó un concurso de “Caricaturas, monos y apuntes del natural” que puede considerarse como el inicio de la edad de oro del humorismo gráfico aragonés; un periodo de ingenio excepcional en el que brillaron con luz propia los nombres de Marcial Buj Luna ‘Chas’, Manuel Bayo Marín y Manuel del Arco. La posterior aparición del diario ‘La Voz de Aragón’ contribuirá a la proyección de esta generación de extraordinarios dibujantes que con sus chistes, ilustraciones y caricaturas provocarán la sonrisa no solo de los lectores de la prensa local sino de publicaciones de ámbito nacional como ‘Crónica’, ‘Cinegramas’, ‘Abc’ o ‘La Vanguardia’. 

    La mayoría de los miembros de esta dicharachera ‘cofradía’ –nacidos en fechas cercanas a la exposición hispanofrancesa- compartieron amistad y sueños en un ambiente bohemio, así como su bautizo periodístico en ‘Heraldo de Aragón’ antes de dar el salto a otros medios de comunicación. Sin embargo, uno de los artistas más emblemáticos, Marcial Buj, permanecerá siempre fiel al diario que popularizó el seudónimo de Chas.

    Caricaturista, pintor, autor de teatro para niños, viñetista y reportero, Chas fue el periodista más popular de la prensa aragonesa durante el segundo tercio del siglo veinte; mas, como sucediera con su rival y gran amigo –el turolense Bayo Marín-, tras la muerte su figura se desvaneció en el olvido, circunstancia determinante a la hora de aborda este boceto humano y profesional que pretende recuperar al inquieto personaje zaragozano. Un perfil serio –porque “no hay nada más serio que el humor”- ubicado entre dos santuarios de la noche como fueron el Salduba y Las Vegas, con parada en el Niké.

    Para esbozarlos rasgos de Chas se ha utilizado deliberadamente un afilado lápiz negro, aplicado sobre un valioso soporte: el archivo del periodista, compuesto de fotografía, manuscritos y dibujos originales, cedido generosamente por los sobrinos de su esposa, Maruja Arnal. El resultado ha sido una serie de viñetas con apariencia de guion cinematográfico salpicado de ‘flashback’ y algunas licencias de ficción, donde el elegante protagonista y sus cómplices se pasean azotados por el cierzo o por los aires glamurosos procedentes de París, Berlín y Nueva York.

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