Cinemagrafías: La mujer tatuada

PLorenzoManuel1P
Por Manuel Lorenzo
Texto de Martín Ballonga

      Fue ver ‘Tatuaje’ y todo cambió. Se maquilló la cara y así sigue. La película de Bigas Luna le impresionó.

    Luego leyó el original de Vázquez Montalbán y su suerte quedó turbada para siempre, con ese relato del detective gallego Pepe Carvalho en su investigación de un cadáver aparecido en un puerto. Desde entonces la llaman por la calle “la mujer tatuada”. El director catalán supo del hecho y se puso en contacto con ella. De esa conversación salió la idea de otra película suya, ‘Angustia’, realizada diez años después, una reflexión sobre los mecanismos del miedo a través de una historia que trata de implicar al espectador y que juega con las posibilidades del cine dentro del cine. El mensaje, claro está, iba dirigido a la mujer tatuada, como parte enriscada de las cosas.

  Esta atmósfera malsana, de pesadilla, ha ido acompañando a la mujer tatuada. Hasta nuestros días. Pero no se dejen engañar. El bien y el mal son conceptos creados para la supervivencia de la especie. Necesitamos un conjunto de normas para no autodestruirnos. Leyes. Decretos. Líneas rojas. Del subsuelo surge el caos, el horror, la muerte. Y es que somos una especie aficionada a la impunidad. Lo llevamos en la sangre. No podemos evitarlo. Es una pulsión. Un acto reflejo cuando lo establecido desaparece.

  Fue Borges el que dijo que dios creó las noches y los espejos para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad. Para eso, cabría añadir, y para que la mujer tatuada se entretenga en componer ingeniosos laberintos en su cara. Ella es, básicamente, un espejo en plena noche donde todo lo que se acierta a ver es el brillo de una duda. Y abandona la lejana esperanza de entender algo para tocar, tal vez, la posibilidad del sentido. Y se mantiene en un virtuoso equilibrio entre la fiebre y el éxtasis donde lo que se discute es la sustancia que media entre la representación y la realidad, entre lo divino y lo humano, entre la fe y la razón. Enloquecer para tocar la cordura.

  Pepe Carvalho sabe que la resolución del crimen es el único lazo que le queda con esa civilización que vendemos como modélica. Eso o la buena mesa. Y la mujer tatuada es una suerte de retrato de Dorian Gray inverso, fruto de la necesidad, condicionada por las circunstancias implacables que nos dicta nuestro instinto de supervivencia. La mujer tatuada es hija de una civilización masculina y misógina. Y danza en un escenario de ruina.

  Hay quien cree que la vida no es maquillaje, que el maquillaje solo es divertimento, y que hay momentos en los que es necesario no llevar ninguna capa. Pero a la mujer tatuada le gustaba, de pequeña, disfrazarse. Los reyes magos le traían muchos y se los ponía a todas horas. E iba al colegio vestida de extraterrestre, acaso porque se cansaba del protocolo. Callada, invisible, no empezaba ni acababa, no avanzaba ni retrocedía, siempre estaba ahí, como el ciprés enhiesto de cualquier claustro resistiendo, impávido, el curso del tiempo.

  Para la mujer tatuada el tiempo se ha parado, pero las agujas del reloj corren. Entra en un templo cualquiera y reza en un rincón mientras los cirios arden en la oscuridad. Hay un ligero olor a incienso y serrín que eleva las almas hacia el paraíso en el momento en el que los vitrales reflejan el último destello de la tarde. Como los destellos reflectantes del cine de Bigas Luna. O como la angustia de la propia mujer tatuada.

Artículos relacionados :