Por Adolfo Ayuso
En 1995 Luis vino a Garrapinillos, a la casa que compartía con la marionetista Helena Millán, con una propuesta singular: una edición de poesía en formato farmacéutico. Medicamentos poéticos, con su caja y su prospecto. Poesía fuera de las páginas de un libro.
Para un público que podía dejar el optalidón o el tranxilium y sumergirse en lo poético que iba desde el Siglo de Oro hasta Lorca o Cernuda, no recuerdo bien. Guardé alguna de aquellas cajas, pero no las encuentro. Y el Macintosh 512, que tanto dinero me costó, yace sabe dios dónde. Sí he encontrado un programa del 11 Encuentro de Poesía Española donde las presentó en el Teatro Principal de Almagro
Luis ha puesto la poesía en todos los formatos posibles, menos el del libro que nunca ha escrito. Es uno de los inventores de la puesta en escena de la poesía en España: Romanceros, Más margen malditos!, Del comienzo de la arcilla en el mundo, Clásicos inversos, Memoria de Borges, Sátira-sátiro, En la aduana, y tantos otros. En una ocasión estuvimos hablando de recitar poesía erótica en el Castilla, un club de putas de la zona del Madrazo que tenía un pequeño escenario donde las chicas bailaban para excitar a los que estaban apoyados en la barra, bebiendo lentamente y pesando la carne de las señoritas. Desde ese perverso púlpito podíamos recitar a Octavio Paz: «sitios en donde el tiempo no transcurre,/valles que sólo mis labios conocen». O a Federico: «vengo a consumir tu boca/ y arrastrarte del cabello/en madrugada de conchas». Un delirio que no llegamos a consumar por el qué dirán los proxenetas.
El teatro aragonés le debe muchos pasaportes. Ha estado detrás de muchas fotos. A veces, delante. Invirtiendo en la poesía, que es uno de los productos que por el momento escapa a los aranceles. Olvidándose, la mayoría de las veces, en invertir en sí mismo. Sin olvidar todos los poemas que lleva escritos en su memoria.