Un modelo atómico de representación


Por Javier López Clemente

     El pesimismo existencial se puede resumir en una frase de Sartre: El infierno son los demás. Esta consideración del Otro ilustra perfectamente el hecho teatral que vive del conflicto, una tensión que se puede producir entre los personajes del escenario, pero también con el público de la platea.

   ‘El jardín de Valentín’ apela a ese pesimismo existencial de un universo circular que se debate entre la libertad y la identidad del individuo.

     La disposición física del espacio escénico diseñado por Labrador invita a una ficción cuyo meollo transcurre en un átomo, esa partícula indivisible por métodos químicos, formada por un núcleo en el que conviven un protón y un neutrón, y una órbita periférica en la que se ha instalado un electrón que toca el piano. Nos encontramos ante la partícula esencial del teatro donde dos personajes, aderezado por otras narrativas, viven la intensa presencia del Otro, que a veces es el contrincante en el juego del tira soga pero también el que nos acompaña en el desfile, o escapa del mismo miedo subido a un taburete. Felipe García Romero consigue un átomo onírico bañado por una delicada iluminación y la sugerente proyección de imágenes que subrayan la transformación de una realidad paradójica.

    Las relaciones entre las fuerzas atómicas, que al inicio parecen compactas y coincidentes, sufren con el paso del tiempo un juego de modificaciones. El detonador de los cambios es la brillante combinación de textos con la autoría de Samuel Beckett, Karl Valentín y Rafael Campos. El lenguaje se centra en la definición de las partículas que ocupan el núcleo y así, la interacción entre el protón y el neutrón entra en un zigzag de frases, pensamientos al tresbolillo y palabras de voltereta que aparentemente no llevan a ninguna parte, y sin embargo dibujan perfectamente el perfil de cada uno de los personajes, su evolución, anhelos y dudas. La confrontación se cuece a vista del electrón que órbita sobre un pentagrama desde el que observa, suministra elementos de atrezo y amplifica la acción marcada por la rueda de la rutina, que muy pronto se verá amenazada por la presencia de la incertidumbre ¿Quién soy yo?

     La pregunta es al mismo tiempo trampa y tentación, porque la respuesta está más allá del núcleo seguro del átomo y así, sin romper la cuarta pared pero mirándola de reojo, los elementos atómicos expanden sobre la platea sus propias dudas y certezas sobre la libertad individual que unas veces es crueldad, incomunicación y angustia, pero también puede ser el gozoso cabaret de trazar un 8, asistir al teatro o disfrutar de un combinado tropical a la sombra de la Torre Eiffel. Es el momento clave: Público, protón y neutrón se miran frente a frente para zambullirse en el mismo mar de dudas. ¿Qué hacer cuando la vida más allá del escenario se parece tanto al eterno volver a empezar de cada representación teatral? ¿Qué ocurrirá si pongo en duda la certeza esencial de que todas las historias se cuentan desde el tradicional esquema de planteamiento, nudo y desenlace? ¿La estructura circular de la repetición será la rueda de la fortuna que me llevé de una jornada a otra similar siguiendo el camino seguro de la calma? ¿El precio de tanta tranquilidad será perder la libertad personal de vivir gracias a mis propias decisiones? ¿Qué alternativa tomar? ¿Qué posible elección entre las múltiples opciones?

    La dramaturgia de Cristina Yañez tiene el mérito de mostrar con aparente sencillez un complejo mundo estructural y narrativo que siempre juega a favor de unos personajes perfectamente construidos por Javier Anós y Daniel Martos. El trabajo actoral, con una excelente dicción, es la clave para resaltar la importancia del lenguaje de unos personajes construidos sobre diálogos malabares que, manteniendo siempre un tenso equilibrio, moldean las frases y las trasladan a una composición corporal y psicológica que evoluciona con una veracidad que culmina todo el excelente trabajo artístico destilado en ‘El Jardín de Valentín’, una experiencia seductora que apela a la racionalidad del espectador para recorrer nutritivos terrenos dramáticos abonados por la sonrisa, la reflexión y el compromiso del teatro con la sociedad.

Intérpretes: Javier Anós, Daniel Martos y Natalia Gómara
Diseño espacio escénico y atrezo: F. Labrador
Iluminación/video creación: Felipe García Romero
Espacio sonoro-arreglos musicales: Rubén Larrea
Vestuario-escenografía: Jesús Sesma
Letra Canción: Pedro Álvarez-Ossorio
Producción ejecutiva: Fernando Vallejo
Dramaturgia y dirección: Cristina Yáñez
24 de abril de 2022. Teatro de la Estación

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