Y Lula subió la rampa


Por Manuel Ventura

   En mi última crónica, escrita pocos días después de la victoria de Lula en las elecciones presidenciales, os contaba con cierta sorpresa que el candidato derrotado no había cumplido con el ritual democrático de reconocer su derrota y felicitar al ganador.


Manuel Ventura
Corresponsal del Pollo Urbano en Brasil

   Donde pongo sorpresa debería haber colocado estupidez, pues no percibía que en la nueva doctrina de los defensores de la libertad, una premisa imprescindible consiste en no reconocer el resultado de las urnas cuando los ganadores no somos nosotros, Trump dixit.

   Los últimos dos meses han sido una mezcla de comedia bufa y espanto. Defensores de Bolsonaro han acampado frente a los cuarteles del ejército, pidiendo una intervención militar. Algunos se han reunido por la noche haciendo señales luminosas a los extraterrestre pidiendo también una intervención, a la vista de que su dios no ha cumplido su compromiso de impedir la victoria de la izquierda. En todas estas manifestaciones entre ridículas y temibles, un mantra dominaba: Lula no subirá la rampa.

   Para entender el asunto, es conveniente contar que, en la transición de poderes en Brasil, el candidato que ha ganado sube la rampa que da acceso al Palacio de Planalto y, allí arriba, recibe al faja de presidente del anterior mandatario y hace sus primeras declaraciones de intenciones para el nuevo periodo de gobierno.

    Ese “Lula no subirá la rampa” ha estado adobado de temperos sabrosos. Un tipo fué detenido por preparar la explosión de un camión de combustible. Otros colocaron en las redes su competencia como tiradores de precisión como garantía del éxito de su empresa. Al final, como hemos podido saber, el objetivo de estos tipos era unicamente impedir que el acto de toma de posesión fuera una acto masivo y popular. No lo han conseguido.

   No solamente Lula subió la rampa, sino que lo hizo en medio de una explosión de júbilo, masivo y alegre, de una multitud que quiere pasar página de cuatro años de miedo y retroceso, en las libertades, en el desarrollo económico, en el derecho a comer al menos dos veces por día (¿por qué no tres?).

    Quien le entregó la banda presidencial a Lula no fue el anterior mandatario. No se sabe muy bien si para evitarse el bochorno o para huir de la acción de la justicia ahora que no tiene inmunidad, Bolsonaro voló a Estados Unidos el día 30, dos días antes del acto y dos meses después de seguir cobrando el sueldo de presidente sin haber hecho otra cosa que estar recluido en su residencia y hacer dos o tres apariciones públicas en la que, medio llorando, se quejó amargamente de la injusticia de su derrota.

   Quien entregó la banda a Lula fue un representación del plural y jubiloso pueblo brasileño. Un niño, un metalúrgico, un discapacitado, un líder indígena, etc, hasta  una mujer negra que trabaja como recolectora de material reciclable, que fué quien, después de recibir la banda de cada uno de los integrantes, la entregó a Lula.

  Pero un día de fiesta no empaña el tamaño de las dificultades que enfrenta el mandatario en su tercer mandato (ya fue Presidente entre 2003 y 2011). La primera de ellas, superada con un éxito incierto, ha sido la composición del gobierno. Representantes de 9 partidos han encontrado hueco en él abultado grupo de 37 ministros. No debéis sorprenderos de un número tal de ministerios. Algunos son fruto de una reconstrucción después del terremoto Bolsonaro, como el de Cultura, que había sido eliminado (nido de malditos comunistas)  o fruto de lógicas promesas de campaña (defensa de los pueblos indígenas) otros han sido habilitados para intentar conseguir el apoyo parlamentario de los partidos que acuden a Brasilia solo para vender sus votos a quien pueda comprarlos, el poder, y que no apoyaron a Lula, cuando no hicieron campaña contra él. ¿A cambio de qué? Pues en un tiempo fue a cambio de dinero mensual, el mensalão, que llevó a la cárcel a destacados miembros del PT y a algunos, pocos, de los comprados. Ahora es más fino comprarlos con la dirección de partes del presupuesto, de empresas públicas o de la gestión de las llamadas enmiendas parlamentarias, que permiten irrigar recursos en las regiones que garantizan la reelección de los diputados y senadores que las gestionan.

    Aunque los puestos claves quedan en manos del partido de Lula (el PT) o sus aliados de campaña, hay otras, importantes, que corresponden a aliados de última hora para vencer a Bolsonaro, como, sobre todo, la senadora Tebet, que fue tercera en la primera vuelta y luego se empeñó en la tarea democrática y Marina Silva, primera ministra de Medio Ambiente en el primer gobierno Lula y luego desafecta, que tendrá la difícil misión de recuperar el prestigio de Brasil en la lucha medioambiental y de tender puentes con el electorado evangélico, que no ha apoyado mayoritariamente a Lula en estas elecciones.

   En estas semanas de especulaciones acerca del nuevo ministerio, ha hecho mucho ruido un personaje misterioso llamado Mercado. Debe de ser muy importante, aunque solamente algunos elegidos parecen saber dónde vive y su número de teléfono. Han sido habituales titulares del tipo: “el mal humor del mercado por la designación del ministro de Hacienda hace que baje la bolsa y suba el dolar”. En el difícil equilibrio entre aumentar el gasto público en educación, en sanidad, en jubilaciones y no provocar déficit excesivo, con la inflación que conlleva, el Sr. Mercado parece haber olvidado que la política de ajustes y recortes brutales en el área social yo no es defendida ni por Alemania, a causa de los problemas que genera en tensión social e incluso en los equilibrios económicos.

    Donde no es de esperar graves problemas es en la reinserción de Brasil en el escenario internacional, donde fue un protagonista respetado y hoy es un paria. Aparte de la participación de destacados líderes mundiales en su toma de posesión (a la de Bolsonaro solo acudió Orban) se recuerda la época en que Lula era oído en los foros mundiales. “Este es el hombre” llegó a decir Obama sobre él.

    Antes de acabar esta crónica de urgencia, tengo que contar algo, contando con vuestra indulgencia.

   Uno de los puestos de trabajo que más envidio es el de Ariel Palacios. Una envidia fea, de la que me avergüenzo. Ariel Palacios es un periodista excelente, corresponsal del grupo brasileño Globo de comunicación para toda América Latina. Toda, repito. El matiz es que él hace su trabajo, da igual si la información se refiere a México, El Salvador, Perú o Argentina, desde su oficina en Buenos Aires, vestido siempre como un dandy, con chaleco y corbata, con un fondo de libros organizados en una pizpireta biblioteca.

   No sé si obtiene la información que transmite mediante contactos locales, lectura de miles de periódicos, filtraciones de fuentes directas, o una combinación de todo ello, pero siempre es inteligente, concisa y, en la medida en que ello es posible, imparcial.  

   Movido por esa envidia insana, he pensado en imitarlo. Para ello, he pedido a nuestro lider espiritual, el RPD (Reverendo Padre Dionisio) que me permita seguir siendo corresponsal de El Pollo Urbano en Brasil, pero haciendo mi trabajo desde una casa al lado del Moncayo, más concretamente en Santa Cruz de Moncayo, donde he decidido aparcar mis maltrechos huesos. Es bien cierto que Santa Cruz queda tan lejos de Brasilia como de San Telmo, la Recoleta o Puerto Madero. Pero lo es también que desde Buenos Aires no se tienen las vistas del Moncayo que yo tengo y que resulta complicado tomarte unas tapas y unos vinos en el Bar los Tejares, el de Toño, o en de Milagros, en Los Fayos, aquí al lado, a los que vienen en bicicleta cientos y cientos de excursionistas, muchos ellos presumiendo de haber dejado en casa a su pareja (o su parejo) para hacer saludable ejercicio, consistente sobre todo en inflarse de huevos fritos con longaniza, morcilla o chorizo..

   Magnánimo como de costumbre, el RPD me ha permitido que, a modo de prueba, haga una o dos crónicas,  a ver qué pasa. Eso sí, con una reducción sustancial de mis honorarios, que pasarán de consistir en grandes orgías de vino y caros manjares, a una caña y una anchoa, cada tanto.

Artículos relacionados :