Tu tu teshcote, pequeña Frida


Por José Joaquín Beeme

    No parece que una «bomba envuelta en cintas de seda», tal era Frida Kahlo para André Breton, esté fuera de lugar en un Museo Histórico de la Artillería, que en pleno centro de Turín, desde el Torreón de la Ciudadela, nos acoge una tibia noche invernal.

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

   Habrá seguramente varias fridas, como hay un buen número  de picasos 0 magrittes o goyas,  girando simultáneamente en el calendario expositivo mundial, pero lo primero que impresiona de esta revisitación de la pintora de cejas-gaviota y tocados-ikebana es su colección de enyesados corsés de acero, tan coloridos y ornamentados como sus huipiles de tehuana, una segunda piel forzosa que no podía menos que recoger su pincelada en vuelo ocioso, o dígase garabatesco. 

    El caos dentro, primera exposición artística en esa mole militar, se despliega en secciones de título sugestivamente fridiano: ‘La columna rota’, por ejemplo, reconstruye su estudio y su artulario, la silla ortopédica frente al caballete, la paleta suspendida en medio de un pequeño ejército de potes de pigmento; o su lecho del dolor, baldaquín adaptado a la pintura supina, los necesarios cuanto terribles espejos, los ídolos y los tejidos precolombinos. Sus ricos bodegones frutales han sido animados en ‘El viaje infinito’, y en ‘Querido doctorcito’ nos recibe la misma Frida en una holografía parlante, de frente al fatídico tranvía de Xochimilco, a sus órganos sangrantes, que flotan espectrales alrededor de un fuste.

   Muchos fueron los fotógrafos hipnotizados por la mirada y la estampa de esta mujer quebrada y sin embargo brava, indómita, que amaba el retrato introspectivo, y ahí están los que le hicieron Matiz, Muray, Van Vechten o las fotógrafas Lucienne Bloch, Imogen Cunningham y Lola Álvarez Bravo. Pero es en la sección ‘Frida privada’ cuando, a través de unos visores de fruición individual, accedemos a sus sensuales desnudos estereoscópicos, procedentes del recientemente recuperado archivo fotográfico del galerista Julien Lévy, uno de sus tantos amantes.

     Pino Cacucci, al paso que investigaba sobre sus amigas Tina Modotti y Nahui Olin, imaginó los últimos momentos de Frida y la puso a recordar, a confesarse, en ¡Viva la vida!, monólogo teatral fallido y más tarde breve ensayo: tomó la vida, escribe allí, a mordiscos desde que le vio la cara a la Pelona con sólo dieciocho años, en aquella fatídica plaza del mercado de San Juan, un día después de la fiesta de la Independencia, y desde entonces sus ojos no han cesado de interpelar al mundo con un desgarro y una valentía violentamente líricos, insobornablemente personales, fieramente políticos.

  ¡Todavía no se han cerrado!, porque nos mira (y de qué intensa manera) desde cada uno de sus 55 autorretratos: “Te seguiré escribiendo con mis ojos, siempre”, anunció a su amiga Jacqueline, la mujer de Breton, desde “los no-relojes y los no-calendarios y las no-miradas vacías” que inevitablemente eran, también y para siempre, Diego.

[Escrito al arrullo de una canción de cuna azteca, cantada por Lorain Fox en el recopilatorio de nanas indoamericanas Bajo la luna del maíz verde, Earthsongs, 1998.]

www.fundaciondelgarabato.eu

https://youtu.be/NZYYwk2DzwI

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