Internacional: La guerra de Ucrania se enquista


Por Agustín Gavín

       Han pasado tres meses desde la invasión de Ucrania y ocho años desde la anexión de Crimea por parte de la Federación rusa.


Agustín Gavin

Corresponsal Internacional del Pollo Urbano y Presidente de www.arapaz.org    

    Indudablemente, estas dos fechas de calado bélico son consecuencia una de la otra y de momento no se ve ninguna salida al conflicto. El 24 de febrero empezó la invasión o como la llama el Kremlin operación militar especial, con el objetivo de la des nazificación de Ucrania. Algunos pensábamos que no se iba a producir, que las tropas desplegadas en las fronteras rusa y bielorrusa eran una baza para seguir negociando con EE. UU la no adhesión de Ucrania a la OTAN. Nos equivocamos, la diplomacia de la CCEE fue ninguneada y los grandes medios especularon como en otras ocasiones entrando en el oscurantismo informativo habitual, sólo al final cuando faltaban días para la invasión, nos dijeron con cuentagotas algo parecido a la verdad.

    Los servicios secretos rusos y el Pentágono informaban a sus respectivos jefes, el Kremlin y la Casa Blanca que debieron de seguir hablando hasta el último minuto. Sólo esos dos interlocutores sabían que la invasión era inminente, la Unión Europea de convidado de piedra y China de granito. Teníamos que haber pensado que semejante aparato militar, más de trescientos mil hombres con sus pertrechos de guerra, tanques vehículos etc, era más costoso volverlo a guardar que gastarlo para fabricar otro más moderno. Llegó la invasión y las sirenas de las alarmas por bombardeo sonaban en casi todas las grandes ciudades. Pero hete aquí que a las pocas semanas del comienzo de la invasión el presidente ucraniano Zelenski , ejerciendo su profesión de actor y haciendo mutis por el foro, decide una mañana que ya no quiere entrar en la OTAN, sólo en la Unión Europea. Lo podía haber dicho antes, aunque no creemos que el ejército ruso hubiese vuelto a sus cuarteles cuando la maquinaria militar rusa estaba ya en marcha. En los primeros bombardeos estratégicos de ciudades como Leopolis, Kiev o Járkov nos acordamos de Leonard Cohen y el título de su disco “la nueva piel para la vieja ceremonia” donde ponía música a bucólicos triángulos amorosos. Esta vez la ceremonia de la confusión no ha sido amorosa sino de lucha por la hegemonía mundial de tres superpotencias EE. UU., Rusia y China y además se ha producido en territorio europeo. Los de siempre, la sociedad civil, padecen y van a padecer las consecuencias, la destrucción por la destrucción y luego también como siempre desembarcará el capitalismo especulativo con el gran negocio de la reconstrucción. El salto que hay entre lo que pensábamos algunos o deseábamos, un mal sueño que nos retrocedía a los años cuarenta, a la guerra real, se ha quedado un desastre colectivo que aún puede empeorar si la oligarquía rusa toma alguna decisión más drástica. Algunos observadores pronostican que con la nueva inyección de armas por parte del Congreso de EE. UU. ganará Ucrania, aunque los mismos observadores dicen que la paz la conseguirán rusos y ucranianos que aún no han nacido, y que esto va para largo.

    En el 2014 Rusia se anexionó Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol, durante esos ocho años ha habido una guerra civil entre prorrusos y ucranianos contemplada con ojos ausentes por parte de la comunidad internacional que fue tibia en los órganos que tienen que defender el derecho internacional.

    Durante ese tiempo hubo más de diez mil muertos y el odio ultranacionalista germinó y floreció en toda la región de Dombass, siendo la excusa precisa y necesaria para abrir del todo la caja de Pandora.

    Todo ello ha llevado a poner en boca de casi todos los analistas el resurgimiento de la guerra fría, volver a las relaciones de diplomacia agresiva del final de la Segunda Guerra Mundial, unos cuantos vaticinan la tercera, el riesgo nuclear está allí, pero creemos que las guerras frías y calientes no han desaparecido nunca, lo que sucede es que no han afectado a Europa tanto como la invasión de Ucrania. Incluso las guerras balcánicas de finales del siglo pasado no supusieron tanto desazón en Europa como lo que se está viviendo ahora, rearme exprés, inflación y horizonte de crisis alimenticia.

    Las guerras de los últimos años del siglo pasado han sido producto del belicismo como sustitución de la diplomacia. Más o menos largas sin contar las civiles, la gran mayoría de ellas y que más presencia tienen en la memoria colectiva son las de Vietnam, Afganistán, Malvinas, Irak, Libia y los once años del conflicto sirio en un tapete de juego de cartas donde todos hacen trampas. Han sido y son guerras imperialistas nacidas de intereses económicos, geoestratégicos y de frontera utilizando la ideología predominante, el nacionalismo y los aderezos de la etnia y la religión como elementos de un guiso para almorzar antes de ir al campo de batalla para matar al enemigo.

    Siempre ha sido complicado poner encima de la mesa el término guerra justa, ahora más porque casi todas han sido de invasión con argumentos parecidos. Por ejemplo, en la guerra de Irak se utilizó la falacia de las armas de destrucción masiva, cuando todo el mundo sabe que detrás estaba el petróleo de los países árabes. Ahora el gobierno ruso habla de desnazificación, cuando conocemos que desde el 2014 la oligarquía en el poder en Rusia quiere el Mar Negro con toda su complejidad estratégica y sus riquezas en tierras raras. En Irak se vertebró y se reorganizó el fundamentalismo islámico y sólo cuando el terrorismo afectó al primer mundo se empezó a pensar que debería haberse valorado más la negociación y no haberse precipitado solo por los intereses de garantizar la distribución y seguridad de los gaseoductos. Acabar con Sadam Husein fue una trágica obertura de ópera bufa, se habla de más de medio millón de civiles muertos en Irak y los que siguen gobernando no lo están haciendo ni mejor ni peor simplemente se hizo una apología del caos.

   El cul de sac como dicen los franceses está encima de la mesa, no se ve la salida, recientemente Francia y Alemania autonombrados portavoces de la Unión Europea se han autoerigido en negociadores con Rusia para poder utilizar los puertos del Mar Negro para salvar la producción de cereales y evitar efectos colaterales de hambruna en el mundo.

   La sociedad civil mundial también está dividida, las guerras consiguen llevar el maniqueísmo al programa máximo de muchos partidos políticos y de los poderes ejecutivos de las naciones y eso lleva a posicionarnos cuando nos desborda una injusticia ajena para pontificar quien es el bueno y el malo. Así dormimos más tranquilos y nos olvidamos rápidamente del origen del problema si es que nos ha interesado saberlo en algún momento.

    El imperio ruso de Putin llevaba años amagando a través de un cínico victimismo algo que le permitiera resarcirse de su influencia en lo que había sido la antigua URSS en Europa, léase Pacto de Varsovia. Un ejemplo de ese victimismo belicista fue que después del bombardeo de Serbia, Montenegro y Kosovo por parte de la OTAN en 1999, cuando las tropas terrestres de la OTAN llegaron al aeropuerto de la capital de Kosovo, Pristina, se encontraron con la sorpresa, que cuesta creerse, de que los carros de combate rusos los estaban esperando. El General Clark, máximo jefe militar de la OTAN a muchos kilómetros de distancia ordenó disparar, pero quien mandaba sobre el terreno no obedeció y soldados de ambos bandos confraternizaron unas horas en la cafetería del aeropuerto. El general que mandaba las tropas de infantería de la OTAN dejó para la historia la frase: “Yo no voy a empezar la tercera guerra mundial por usted”. Este hecho salió en la conversación que mantuvieron en Moscú el presidente francés Macron y Putin. En repetidas ocasiones éste último añadió este argumento a los agravios que había sufrido en los últimos veinte años y es que la Serbia de Milosevic era su aliada y sabía que en Kosovo se iba a construir la mayor base militar de la OTAN en Europa, léase la mayor base construida por EEUU en Europa en un tiempo récord como así fue, la base de Camp Bondsteel a escasos kilómetros de la frontera entre Kosovo y Macedonia, que iba a tener un protagonismo en los siguientes años para el control de Oriente Medio, los oleoductos y las guerras de Yemen y Siria y haciendo activar a Rusia sus bases en el Mediterráneo. Hasta hace poco en algunos edificios oficiales kosovares ondeaban juntas la bandera kosovar y la de EEUU.

     Muchos medios de comunicación buscan ya definitivamente más la audiencia que el rigor informativo, el amarillismo y las noticias anecdóticas de difícil constatación son más importante que el propio hecho bélico, hace tiempo que se dijo que la primera víctima de una guerra es la verdad. La sociedad civil se está acostumbrando y eso ya está suponiendo que la solidaridad está disminuyendo, incluso el interés. En los países desarrollados a la sociedad le preocupa más la inflación como consecuencia de la guerra descargando su ira en los gobiernos nacionales de turno que la más que previsible hambruna en el planeta, es la lógica de “la nueva piel para la vieja ceremonia” si esto está pasando después de tres meses de guerra en Ucrania, que pasará en el futuro.

   Me permito recomendar un artículo de Wolfang Munchau titulado “En defensa de una poco popular solución diplomática a la guerra de Ucrania”, aparecido el 30 de este mes de mayo en El País. La información vista desde un ángulo diferente donde la audiencia es accesoria.

Artículos relacionados :