Italia: Desde su celda


Por José Joaquín Beeme

    Debo al profesor Sartorelli, en estos tiempos encanijados de arresto domiciliario, la invitación a la lectura del Viaje alrededor de mi habitación (1794), que Xavier de Maistre, noble sabaudo y capitán antinapoleónico,…

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

…escribió en su exilio turinés y castigado, a causa de un duelo a espada con un conmilitón por asunto de faldas, a transcurrir 42 días encerrado en su casa. Por carnaval sería, mismo el autosecuestro nuestro. Antiilustrado, bajo las armas primero de los Saboya y luego de los Romanov, pintor bonancible de paisajes y retratos, había anotado la conversación con un leproso en sus años de Aosta y ahora brindaba a aburridos, enfermos y reclusos (ay) un nuevo modo de viajar, una jornada exploratoria al graciosísimo país de la imaginación, inmensidad que nos consiente estar donde no estamos, vivir el pasado y el futuro sin movernos, descubrir un inédito continente del que muchos, aun libres, no han sabido gozar jamás. Así la sinfonía de los rayos de sol filtrando por la ventana y el panorama que desde ésta se ofrece, el placer de yacer en el lecho (expresamente rojiblanco: todavía aroma a cierta doncella), el busto de su padre legitimista que ha visto sus bienes expropiados, la cafetera que trajina el criado Juanito (sí, ni siquiera entonces se desmiente el privilegio), un abrigo capaz donde se acama la perrilla Rosina, amor correspondido, la biblioteca que es un viaje dentro del viaje (de las expediciones de Cook al paraíso de Milton, de las brumas de Ossian a la Arcadia o las Hespérides de Homero), grabados que iluminan las paredes (la llorada Carlota de Werther o una amable pastorcilla cuya geórgica alpina le hace presentir, por intenso contraste, la guerra, pero sobre todos Rafael, su dios, junto a la Fornarina), o el cuadro más sublime y el más fiel espectáculo: el espejo (licencia, escéptico, la patente de un espejo moral), el imprescindible recado de escribir y su colección de cartas (mina de afectos y confidencias, memoria de acontecimientos que ya no lo son), la evocación del amigo muerto («la destrucción insensible de los seres, y todas las desgracias de la humanidad, no cuentan nada en el gran todo»: fantasmas, sombras, vapor que apenas se alza se disipa) e, impregnando aún una rosa marchita, el desdén de una madame (Hautcastel) para la que nuestro cuitado no fue sino un decimal de amante. El encierro es también propicio a los sueños, y nos cuenta dos: uno atroz y bataclán en que un animal, entre tigre y oso blanco, anima en un baile a masacrar a los presentes, ociosos y a su pesar oprimidos, y otro por el que desfilan algunos héroes clásicos: Hipatia hojeando una revista de moda, Platón que inquiere si ha llegado ya su república sabia, Pericles certificando la decadencia estética en el Moniteur des arts. Hay un eco de otro de los proto-Frankenstein italianos (Galvani y Volta llevan la fama), el médico pisano Eusebio Valli que también andaba en lo de resucitar ranas, pero en punto a fantaciencia yo prefiero ese desdoblamiento de personalidad que sirve a Maistre para armar su filosofía doméstica y matar, de paso, el tiempo, sistema que llama del «alma y la bestia», dos criaturas injertadas una en otra, la inteligencia legislativa y el cuerpo ejecutivo, la idea que yerra en las nubes y la materia que atiende sus necesidades más o menos groseras, esa otra sin la cual el más alto pensamiento no es nada: en su diálogo y en su conflicto estriba esa entidad ilusoria que cubrimos bajo un único e individual sombrero. Derivaba Pascal la infelicidad humana de no parar quieto en la propia estancia, chez soi avec plaisir (Pensamientos, 139), y yo creo que l’interno magico que aquí se nos describe aliviará, por analogía y sin que sirva de precedente, la condena sine die que, por culpa de un monstruo invisible, nos ha caído encima.

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