Por José Joaquín Beeme

     La Academia de España en Roma, fundada en 1873, acogía ese año en su sede del Gianicolo a veinte becarios en diversas disciplinas. Los fotógrafos: el gijonés Germán Gómez, que estampaba en cueros sus figuras y las cosía para formar «compuestos»…


Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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…, en una paráfrasis del Juicio Final de la Sixtina; Fran Herbello, gallego influido por el tremendismo de Joel Peter Witkin y los hurtamientos anatómicos de Méliès, desplazaba su Mal de corpo —hecho de recosidos, amputaciones— a un discurso sobre la muerte y la eternidad. Dos eran los pintores: Moisés Mahiques, valenciano, que también entretejía cuerpos homoeróticos, multiplicados a la manera de Muybridge, y Juanfran Casas, jiennense, cuyos dibujos de bic azul y textura fotográfica se proponían reinterpretar, a partir de su nocturno hembrario, la retratística romana. A ellos se unía el escultor pop Ángel Núñez con sus miniestructuras, a las que se accedía atisbando por un agujero, colgando de las paredes. Las restauradoras: la madrileña Marta Lage, especializada en planchas de grabado, elaboraba un protocolo y un diccionario de técnicas de conservación en alianza con la Calcografia Nazionale; la riojana Teresa Fernández y sus cantorales miniados del monasterio de Yuso; Martina Renzi, napolitana enamorada de todo lo español, buscaba la estructura metálica en la escoria metalúrgica de los yacimientos; Ana María Ramírez, valenciana, investigaba con técnicas de radiodiagnóstico y reflectografía; Diana Lafuente, arqueóloga, la conservación de las esculturas broncíneas de época etrusca y helenística. Arquitectos eran José María Sánchez, que iba a rehabilitar en Mérida, siguiendo la concepción romana del espacio público, el entorno del teatro de Diana; Leonardo Wulff ultimaba su tesis sobre techumbres de madera romano-bizantina y su influencia en la carpintería andalusí; Luis Aguirre era rastreador de las borgate romanas, porque interesado en la conformación urbana fruto de las nuevas migraciones. Nutrido también el grupo de los historiadores del arte: Iván Rega, compostelano, buscaba repertorios formales para la construcción de retablos aplicando un método comparativista, polisistémico, entre Portugal y España, pasando por Italia; Alisca Canes, el proceso de mecenazgo e intervenciones artísticas en Santa Croce in Gerusalemme; Elena Ortueta, embebida en la arquitectura y el urbanismo grandilocuentes del Ventennio fascista; Malena Manrique, tras las huellas del Goya romano. Contaba el cine con Pilar Ruiz, sobrina de Gutiérrez Aragón, preparando un documental sobre las tareas de sus colegas en Roma y dentro de la casa que dirigiera nuestro admiradísimo Valle-Inclán. El teatro, variante performances, tuvo a Rosa Casado indagando sobre lo efímero y hasta gelatinoso de una ciudad que se pretendió Eterna. La música, a la leridano-venezolana Cristina Pascual componiendo una sinfonía al Pantheon, ácido intercambio de armonías, y la literatura, non ultima!, a la savia poética de Félix Grande y Paca Aguirre, Guadalupe, flaneando por las calles-palimpsesto de Trastévere y Porta Portese en busca de su poema borrado. Sucedió en 2008, pero aún puedo sentir el temblor del Bramante a cada obusazo de las doce.

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