Italia: Chiara y Pasquale

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Por Jose Joaquín Beeme

     Sus vuelitos de Albania al Piamonte, con su ultraligero Dynamic de 70.000 euros, trucada la carlinga para acomodar un buen alijo de marihuana, le habrían reportado, a él y a sus socios, un cuarto de millón de euros.

   Sólo había que triangular en Pulla, aeroclubes secundarios y nada de aduanas, cotas bajas para burlar los radares y mucha autonomía para repostar apenas, lo necesario para llegar y consignar a los revendedores de rave y discoteca. Pero acaban de trincarlo: justo mientras llenaba el depósito. Es Pasquale, regente de una pizzería y ahora del lounge playero de moda, en su pueblo y el mío, que ha terminado esposado por estos tráficos internacionales tras morder el anzuelo del dinero fácil. No es el único: otros varios aviadores lacustres han caído, acaso contactados por las mafias a causa de ese bien precioso que, como ángeles deportivos, les transporta por los aires sin levantar sospechas. Piero Chiara, maestro del cuento de estirpe boccacciana, conocía bien desde su Luino natal a estos pícaros que el lago congrega y que son la sustancia misma de su narrativa. Contrabandistas, falsarios, fascistas más o menos depurados, espías emboscados, patriarcas cornudos, arrasadoras hembras de fuego, menestrales de doble o triple vida. Menudeo de provincia profunda. Cuántas veces no me habrá presentado, con sus gafas caladas en la esfera del cráneo y su mirada displicente, sus abultadas cuentas este piloto de altura, emprendedor envidiado hasta el otro jueves y activo defensor de la economía local, al final de una modesta pitanza que, en su feudo como en el de la mayoría de los restauradores de esta Italia padánica, equivalía a no sé qué manjar de príncipes. Ahora, afinando su idea de agasajo a la clientela, había entrado en el ramo paraísos artificiales calzando la Bota de punta a punta. Un responso por el Pasquale.

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