Atraído por las fraternidades artísticas, que ya no son posibles en un mundo atomizado (y más el de aquello que sigue llamándose, a falta de mejor palabra, arte), cojo el barco hasta Ascona, el cálido sur de los tudescos que, temiendo el caos mediterráneo / latino, se aventuraban ma non troppo hasta las faldas meridionales de Suiza para gozar de un clima y una hospitalidad más benignos, de una cierta germanidad todavía bien llevada.
Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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Sabía de la colonia pionera de Monte Verità, aquellos adalides de la vida sana que danzaban en cueros junto a sus chozas «aire-sol» y cultivaban el huerto autárquico al servicio de una dieta estrictamente vegetariana. De los Oedenkoven al banquero Heydt, para llegar al historiador tronado Szeemann que hizo memoria de las sucesivas comunas asentadas en aquella montaña imantada. Ahora la gobierna el politécnico de Zúrich, y puedes alojarte en un hotel bauhaus o en otro modernista mientras asistes a la ceremonia del té o compartes congreso con un colega para hablar de las diatomeas. No lejos del puerto, accesible desde una escalinata pina y traicionera, los Hesse, Klee, Steiner, Jung, Remarque, pasaron sus veladas mayéuticas en aquel retiro verde, fuera del fragor de las guerras, bajo una luna que rielaba en el lago sugiriendo mundos alternativos. A pocos metros estaba (y está, luchando por su supervivencia) el Círculo Eranos, pionero foro de pensamiento oriente-occidente que auspició la señora Fröbe-Kapteyn. Es imposible, me digo, no recargarse en estos lugares tocados del aura. Anacrónicos. Paralelos. Futuribles. El tiempo ha terminado cercándoles en su despiadada carrera, pero ellos estiran aún la llama del sentido. De noche, en un grotto de Ascona, unas rusas guapísimas huéspedes del festival de Locarno cenan mientras Charlie the 2nd, uno de los mejores charlots en circulación, hace sus acrobacias y las encandila: mudez por mudez, también ahí florece la viejísima rosa mística.