Italia: desde su celda


Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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Encarcelado por conspirador, ¡incluso por incitar al odio de clase!, Antonio Gramsci se ve ahora envuelto en una de espías por obra de Franco Lo Piparo, que enseña filosofía analítica en la universidad de Palermo y ganó el premio Viareggio por Las dos cárceles, también sobre el inagotable filón del pensador sardo (el subtítulo aclara la dualidad: la prisión fascista, el laberinto comunista). El enigma del cuaderno va a caza de los manuscritos póstumos de Gramsci, que compondrían un cuaderno adicional a los 33 reunidos por la cuñada Tania (29 de historia y teoría política, 4 de traducciones), escrito en la clínica romana Quisisana donde pasó los dos últimos años de su vida, hasta 1937, sin completar la condena de 20 años que le impusieron los sicarios de Mussolini. Censura y autocensura —como también rezuman otras célebres cartas desde una celda, la de Aldo Moro—, criptografía o filología especulativa, el caso es que un marxista en punto de muerte, fundador del PCI, se habría distanciado de su fundamental credo político, en realidad del estalinismo, y eso Togliatti, exiliado en Moscú, no podía dejar que trascendiera una vez que el economista turinés Piero Sraffa, profesor en Cambridge (y agente de la Komintern, según esta reconstrucción detectivesca), le había hecho llegar los escritos felizmente hurtados a la policía del régimen. Tatiana Schucht se refería a la lengua «esópica», figurada, de su cuñado, un decir sin decir que, forzado por las circunstancias, celaba desengaños: «A veces pienso que mi vida —concluía así el atormentado prisionero— ha sido un gran error, una ventolera.» Todavía recuerdo su tumba, en el Testaccio, frecuentadísima de gatos vagabundos e ignorantes de las refriegas del pequeño filósofo, reducido hoy a personaje de ficción.

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