‘Villaviciosa de al lado’, largometraje de Nacho García Velilla


Por Don Quiterio

  Está claro que Nacho García Velilla (Zaragoza, 1967) tiene estrella para la comedia. Ahora ha logrado situar su ‘Villaviciosa de al lado’ como uno de los estrenos más comerciales en España.

    No es de extrañar que en Estados Unidos le sigan con lupa. Allí, de hecho, ha triunfado ya con la producción mexicana ‘No manches, Frida’, realizada inmediatamente antes de la que nos ocupa.

  El argumento de su nueva película, basado en un hecho presuntamente real ocurrido en un pueblo de Toledo, coincide con la rancia comedieta de José Antonio Nieves Conde ‘Las señoritas de mala compañía’ (1973), en torno a un amable y casi hogareño burdel de un pueblecito castellano, además de aprovecharse el zaragozano del tirón de la famosa dualidad inventada por Luis García Berlanga en la serie televisiva ‘Villarriba y Villabajo’, aunque el resultado final solo sea una descripción aldeana de lo más casposa y con acento aragonés, por la presencia del cómico maño Jorge Asín y porque la película se ha rodado en el monasterio de Piedra, Graus, Benabarre, Lascuarre, Nuévalos, Jaraba o Alhama de Aragón.

  Una película, pues, de aspiraciones taquilleras, como sus anteriores trabajos para la gran pantalla (‘Fuera de carta’, ‘Que se mueran los feos’, ‘Perdiendo el norte’), acerca de un boleto premiado y de un pueblo que, vaya por dónde, hace honor a su nombre. En efecto, el gordo de la lotería de navidad ha tocado en el puticlub local y la mayoría de los vecinos varones del lugar han adquirido sus participaciones en ese lupanar. Así que si quieren cobrarlo deberán confesar su afición a frecuentar dicho negocio a riesgo de sufrir una bronca en sus casas. La bulla está servida.

  Como suele suceder en el cine de Velilla, el reparto está lleno de caras conocidas por el público de sofá. Así, Carmen Machi encarna a la ‘madame’ y entre los variopintos lugareños se encuentran Leo Harlem, Arturo Valls, Yolanda Ramos, Carmen Ruiz, Macarena García, Belén Cuesta, Goizalde Núñez, Carlos Santos, Antonio Pagudo, Julieta Serrano, Tito Valverde, Miguel Rellán o Jon Plazaola. Este último en el papel de concejal cultural que se ocupa del cineclub y programa clásicos en blanco y negro como el realizado por Frank Capra en 1934 ‘Sucedió una noche’.

  Guionista del filme ‘No lo llames amor, llámalo X’ (2011) y artífice de las telecomedias costumbristas ‘Aída’, ‘7 vidas’, ‘Gominolas’, ‘Los Quién’ o ‘Fenómenos’, y por tanto gran conocedor del humor populista, Velilla y sus guionistas –Oriol Capel, David Olivas, Antonio Sánchez- administran una dosis garrula de crítica social a los diálogos, aderezada con la perezosa puesta en escena de sus gags visuales. Casi uno prefiere, demonios, la tosquedad de aquellos productos de un Mariano Ozores, José Luis Merino, Tito Fernández y compañía. Puestos a elegir, maldita sea, uno se queda con Esteso y Pajares. Y en esas estamos.

  No sé lo que pasa pero algo pasa. De un tiempo a esta parte abunda este tipo de subgénero de la comedia rural española, que no deja de ser cine anticuado, repleto de lugares comunes, nada sutil en sus intenciones de lo incorrecto y de triste significado sociológico. Me estoy refiriendo a títulos como ‘Dos a la carta’ (Robert Bellsolà, 2014), ‘Las ovejas no pierden el tren’ (Álvaro Fernández-Armero, 2015) o ‘El pregón’ (Dani de la Orden, 2016), por citar unos ejemplos de fallidos filmes, más o menos corales, con parejas entrecruzadas, rifirrafes sentimentales, crisis y frustraciones, que intentan reflexionar sobre los efectos de la crisis y las relaciones humanas, del valor de la familia y de la importancia de que cada uno en la vida encuentre su sitio.

  Del mismo modo, en ‘Villaviciosa de al lado’ todo resulta burdo, de brocha gorda, y cuando se entra en la actualidad social o política es como para coger las de Villadiego (con perdón). Lo incisivo brilla por su ausencia, porque una trama con posibilidades deriva en chascarrillos zafios, chabacanos. Lo que pudo ser tronchante (la persecución en tractor o el número musical con bicicleta) se convierte en mamarrachada. Y de la crítica a las apariencias, nada de nada.

  A fin de cuentas, el humor desplegado por Velilla está más cerca del francés Édouard Molinaro (‘El embrollón’, ‘Vicios pequeños’, ‘La jaula de las locas’, ‘Los seductores’), y sus exageraciones burdas, que de la visión más enriquecedora del catalán Ventura Pons (‘El porqué de las cosas’, ‘Amor idiota’) o la comicidad bien entendida del vasco Borja Cobeaga (‘Pagafantas’, ‘No controles’, ‘Negociador’), quienes poseen un ingenio inusual para el diálogo y la organización interna de las secuencias, lejos de los tics televisivos y el humor grotesco. Y eso se echa en falta.

  Ahora bien, el zaragozano lo tiene claro: “Prefiero que me pongan verde y las salas se llenen”. Toda una declaración de intenciones. Decididamente, no hay que esperar jamón… si lo que te dan es salchichón.

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