Por Esmeralda Royo
Cuando Clara Immerwahr, primera mujer doctora en química en Alemania, accedió…
…a casarse con el futuro Premio Nobel Fritz Haber, tras varios intentos infructuosos por parte de éste, lo hizo pensando que serían la versión alemana del matrimonio Curie y que se acompañarían en la vida y en el trabajo.
Ella daba por supuesto que había un acuerdo tácito para que ambos se dedicaran a la investigación en igualdad, no fue así porque Fritz Haber no era Pierre Curie y Clara no tardaría en darse cuenta de que el talento de su marido iba acompañado de grandes dosis de autoritarismo y falta de escrúpulos.
Nacida en 1870 en la prusiana Bieslau, pertenecía a una familía judía liberal en la que el padre le dió todas las facilidades para que estudiara. No era fácil porque las mujeres sólo podían asistir a la universidad en calidad de oyentes, pero en 1900, tras trabajar unos años como maestra e institutriz, logró el doctorado convirtiendose en una de las pioneras en la investigación sobre los explosivos.
En su doctorado hizo un juramento que defendía la responsabilidad moral y social de la ciencia: “Nunca, de palabra ni por escrito, enseñaré nada que sea contrario a mis ideas y creencias. Perseguiré la verdad y fomentaré la dignidad de la ciencia al nivel que merece”.
Aunque ya no volvería a pisar un laboratorio, durante el primer año de matrimonio ayudó a su marido en sus investigaciones y tradujo sus trabajos al inglés, a la vez que impartía conferencias, publicaba artículos en revistas científicas y participaba activamente en la Sociedad Química Alemana. Algunos colegas malintencionados aseguraban que estos artículos estaban escritos por Fritz Haber, que nunca se molestó en desmentirlo.
Cuando nació su hijo Hermann las tareas domésticas la abrumaron de tal forma que se sumió en un profundo estado de melancolía. Ese momento coincidió con el impulso de la carrera de Fritz Haber, que consiguió convertir el nitrógeno atmosférico en el más común de los productos industriales: el amoniaco. Había descubierto los fertilizantes, aumentando el rendimiento agrícola y posibilitando la explosión demográfica. Por este descubrimiento recibió el Premio Nobel y será considerado “padre de la agricultura moderna”.
En 1914 comenzó la I Guerra Mundial, la Gran Guerra en la que ambos bandos pensaban que celebarían victoriosos las navidades en casa pero que, por el contrario, duró 4 años, costó la vida a 20 millones de personas y se inventaron formas más crueles de matar.
Fritz Haber puso su laboratorio al servicio de Alemania y “el padre de la agricultura moderna” se convirtió en “el padre de la guerra química moderna”, al descubrir que sus investigaciones sobre el nitrógeno podían servir para la producción de gases letales, como el gas de cloro, fosgeno y gas mostaza.
A la desesperación de Clara Immerwahr por haber tenido que abandonar su pasión por la ciencia se une lo que ella consideraba una traición por parte de su marido. El trabajo científico debía mejorar la vida del ser humano y no servir a su aniquilación. Las noticias que llegan del frente la horrorizan: 170 toneladas de gas de cloro se expandieron por primera vez en la localidad flamenca de Ypres. Más pesado que el aire, se depositaba en el suelo y avanzaba como un gran muro amarillo para entrar en las trincheras. Esta primera prueba se saldó con 5.000 muertos y miles de heridos entre unos soldados que sólo tenían sus pañuelos para protegerse porque las máscaras, que tan famosas se harían después, todavía no se habían inventado.
Para celebrar el gran éxito de la matanza de Ypres se hizo una fiesta en casa del matrimonio Haber-Immerwahr. Previamente había tenido lugar una discusión entre ellos en la que Haber defiendió que los escrúpulos valen para tiempos de paz y que en la guerra él era, sobre todas las cosas, alemán. Todavía no sabía que este patriotismo exacerbado no le serviría de nada en el futuro.
Clara escribió esa misma noche unas cartas de despedida, cogió el revolver de su marido y se disparó en el pecho. Fue su hijo Hermann, de 13 años, quien encontro el cuerpo mientras su marido, sin tiempo que perder, tomó un tren para supervisar el uso del gas de cloro en el frente oriental, dejando a su hijo adolescente a cargo del funeral. Era el 2 de mayo de 1915.
El trabajo que comenzó a desarrollar su marido la había desmoronado por completo y no quiso ser còmplice ni acompañarlo en el camino que él decidio tomar. En uno de sus artículos había escrito: “La ciencia es la base de la civilización. No es inocua ni neutral y sólo debe estar supeditada al progreso del ser humano”.
La noticia de la muerte de la primera doctora en química en Alemania pasó desapercibida y no se realizó la autopsia. El país estaba exultante y nada podía enturbiar el prestigio del imperio, la dignidad del kaiser, ni la vida y el trabajo de Fritz Haber, el héroe nacional del momento.
Su vida y su trabajo se han convertido en un símbolo de la responsabilidad ética en la ciencia (conocido por “el mito de Clara Immerwahr”) y de la lucha contra el sexismo en la comunidad científica.
Clara no vivió para ver cómo Fritz Haber abandonó el judaísmo para convertirse al protestantismo y así progresar en la carrera académica. Los servicios prestados no le sirvieron de nada y tuvo que abandonar Alemania en 1933 tras la llegada de Hitler al poder porque para los nazis el judaísmo no es una religión sino una raza y quien nace judío lo es para siempre. Cuando llegó a Inglaterra su fama de oportunista le precedió y muchos de sus colegas le negaron el saludo.
Clara tampoco vivió para ver cómo, a partir de la fórmula creada por Fritz Haber, se desarrolló otro gas venenoso: el Zyclon B, usado en los campos de exterminio alemanes. En esos lugares acabaron algunos de los familiares del propio Fritz Haber.