Gritar en la alcoba cerrada


Por Javier Clemente

     Los textos de Samuel pertenecen al canon de libros históricos, y en ellos se cuenta el cambio político de Israel. De las tribus gobernadas por jueces hasta su transformación en una estructura monárquica centralizada con el rey David como protagonista.

   Esmeralda Gómez se apoya en esta coyuntura histórica para mostrar como la violación de Amnón perpetra a su hermana es un ejemplo de continuidad en la barbarie, y por eso nos retrotrae hasta el momento en el que su padre David se encaprichó de Betsabé, envió a su esposo Urias a morir en la guerra, y así pudo gozar de la mujer de su vasallo.

     Luís García Montero afirma que el ‘Romancero gitano’ de Lorca pretende establecer un diálogo entre la tradición y la vanguardia, con la intención de presentar un mundo literario propio, reconocible, y mediante una manera muy personal de mirar la realidad para contarla a través de imágenes y ordenarla estéticamente.

     La dramaturgia de Esmeralda Gómez se sustenta en estas dos narrativas a los que añade el grito de las mujeres que alerta, previene y denuncia, hasta construir una narración con la mezcla de diferentes lenguajes escénicos que encajan de manera sólida y contundente. La energía de sus palabras atraviesa el escenario, se proyecta sobre el patio de butacas y te arrastra porque más allá del desgarro que emociona y conmueve, se cuenta una historia para revelar la injusticia histórica que mezcla en un pozo oscuro deseo y poder.

    La escenografía divide el escenario en dos espacios. En el primero transcurren los acontecimientos explícitos para de la historia sagrada, la recreación biográfica y el aroma poético. El segundo es el lugar donde los intérpretes cambian de apariencia física y espiritual. El que modifica la densidad dramática al compás minimalista de las cuerdas de la guitarra de Nacho Blancas, altavoz para un cántico solidario que se pone al lado de la mujer atacada. El eco de la voz desprotegida por el desgarro de la rabia se convierte en reivindicación política y moral.

    Esta dualidad geográfica es la base de un proceso creativo caracterizado por el desdoblamiento de imágenes y ecos. Escenas y sonidos que proclaman una realidad más allá de la percepción sensorial, ese ejercicio donde las connotaciones morales confunden la virtud de los sentimientos con la deriva obsesiva que te lleva al pecado de los religiosos o la barbarie de lo crédulos. Es evidente que el objetivo de la autora, más allá de la acción teatral, es visibilizar el ejercicio de la violencia contra las mujeres y transmitir al espectador la necesidad de alcanzar nuevos valores. Sin embargo la manera de mostrarlo aleja el mensaje del discurso panfletario para elevarlo a la enjundia del lenguaje escénico.

    La presentación de los personajes es un caleidoscopio de energía y complejidad que permite a los actores recorrer interesantes arcos dramáticos que los llevan por los caminos de la canción, la coreografía y la palabra. Los más evidentes son los de la pareja protagonista. Amnón pasa del enamoramiento infantil a la obsesión fatídica de la seducción turbada por un apetito sexual que muestra un deseo tan irrefrenable como caprichoso. Thamar se presenta desde el inicio con el tono rasgado de quien ha sufrido una agresión, y de alguna manera el resto de los cambios de ánimo siempre tienen ese punto de alarma que mantiene en vilo al patio de butacas hasta que se consuma la violación, y de nuevo aparece la dualidad de no ver lo sustancial y solo atender a su reflejo. Un juego de imágenes deja el drama en la oscuridad mientras un destello de luz es tan solo el flash de un momento estático. La percepción del horror se clava en la retina mientras la música te golpea. Es el momento de comprender la injusticia de exigir a la mujer violada que construya un relato preciso y exhaustivo de la agresión.

    La dirección de Félix Martín ordena esta gran cantidad de material como el estratega que despliega sus fuerzas en la geografía de la batalla. Todo parte de una cierta pausa en la que los personajes se manufacturan en la parte posterior del escenario hasta el momento de someterse a la eficacia del movimiento escénico y la coreografía corporal. Su presencia va ganando peso hasta asentarlos sobre los focos más intensos, y dejar que el espectador termine de descubrirlos en una excelente prosodia y gestualidad. La utilización de la pausa es un elemento muy interesante, pero conforme transcurren los minutos se convierte en un pequeño lastre, y la peripecia pierde ritmo por unas transiciones que alargan innecesariamente la duración de la función.

   El trabajo actoral es de alto voltaje gracias a la capacidad del elenco para dominar la intensidad de las emociones, mientas la dirección mantiene el equilibrio de unas relaciones que chisporrotean chispas sin caer en la peligrosa tentación del cortocircuito propio de la exageración y la impostura. Conseguir ese delicado equilibrio cuando las emociones están tan a flor de piel es una de las claves del éxito de la función.

    Luisal Martu está imponente en cada una de las transiciones con las que le toca lidiar entre la actitud austera y atribulada del adulto y la fresca vivacidad de un niño, el trabajo corporal para descomponerse ante nuestros ojos, o el brillante manejo de la comedia del arte para darle ese punto burlesco para lanzarle una flecha al comportamiento de los poderosos. Eva Lago hace un ejercicio de elegante versatilidad para dibujar los cambios de personaje a los que se enfrenta, contundente en réplicas desde el coro hasta lograr un gran poso dramático cuando su figura remeda la de un hombre. Sara Lapiedra se enfrenta a la dificultad de comenzar su actuación en un punto muy alto de energía, y sin embargo es capaz de que ese grito, lejos de ser un lastre para el resto de su trabajo, convertirlo en un velo invisible para conseguir que, más allá del recorrido realizado por su personaje, el drama esté siempre presente.

    ‘Hilos de sangre’ utiliza textos previos como el disparadero para un excelente texto que plasma la mirada rabiosamente contemporánea sobre el uso de la violencia sobre las mujeres, y que el teatro vuelva a ser la caja de resonancia que amplifique reivindicaciones y denuncias mediante la confluencia de las artes escénicas con la historia y la poesía.

 

‘Hilos de Sangre’

Producción: Riesgo Teatro. Dramaturgia: Esmeralda Gómez asesorada por Alfonso Plou. Dirección y escenografía: Félix Martín. Intérpretes: Sara Lapiedra, Eva Lago, Luisal Martú y Nacho Blancas. Coreografía: Amador Castilla. Iluminación: Bucho Cariñena. Vestuario: Raquel Poblador – Obsidiana Atelier. Composición musical: Nacho Blancas.

Domingo 6 de abril de 2025. Teatro del Mercado.

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