Para hartarse de reír: Sátira y Sátiro


Por Pedro M. Gómez

Salí del Teatro Arbolé el pasado día 1 de marzo con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Un menda que iba detrás repetía “Pa jartarse de reír”, y como el pasillo de acceso a la sala es muy largo (y bien aprovechado, porque ponen exposiciones allí) pude escuchar muchas expresiones parecidas, aunque no tan castizas, sobre la venturosa hora de relax que acabábamos de vivir un ciento de espectadores con el Sátira y Sátiro de El Silbo Vulnerado.

    Dicen que la obra es un “melólogo”, o sea: un solo actor acompañado de música. El término se remite al siglo XVIII y se usa más en musicales que en teatro. Como la obra tiene textos de ese siglo, y al actor, Luis Felipe Alegre, le acompaña la violonchelista Dolores Miravete, la calificación de “melólogo” es oportuna.

Uno siempre ha creído que del siglo de las luces hay poca literatura que leer, y, encima, rococó (por cierto, estilo tan postizo que no sería de extrañar su regreso en estos tiempo). Cierto que la literatura no brilló,  pero, con todo, es un siglo de gran interés, que empieza con una guerra de narices, y trae el sub-temita de los ilustrados bajo la monarquía borbónica

Para contextualizar, en la primera escena de Sátira y Sátiro se nos aparece un marqués que nos da la bienvenida a su salón literario y nos recita unos versos del siglo anterior. Los he buscado y hallado en un libro de Teófanes Egido: Sátiras políticas de la España Moderna. Eran estos:

Toda España está en un tris
y a pique de dar un tras;
ya monta a caballo más
que monta a maravedís.
Todo es flamenco país
y toda cuarteles es;
al derecho o al revés
su paz alterado han
el rebelde catalán
y el tirano portugués.

 

Ignorase la ocasión

de este mal que aspira a eterno:

si es de España mal gobierno

o es divina permisión.

Creo que ambas cosas son,

pues Dios, por nuestros pecados,

para castigar culpados,

aunque su remedio advierten,

permite que en nada acierten

ni ministros, ni letrados.

 

Nos dice el marqués, abatido, que esas décimas escritas a mediados del XVII vienen a cuento porque aluden a la Cataluña Nord, donde en este momento están batallando las tropas del general Ricardos. Luego lamenta la ausencia de Samaniego, que está en la Corte dando explicaciones al Santo Oficio. Después habla de una cogida del torero Pepe Hillo. En fin, que estamos en un año concreto del siglo: en 1793, cuando el rey francés perdió su cabeza, cuando el conde de Aranda intentaba someter a los franceses en el Rosellón, cuando Samaniego escribía sus versos picantes y anticlericales…

 

Luego del repaso a los problemas patrios, vino el melólogo.

 

Los cuentos en verso de Samaniego son, ya hemos dicho, pa jartarse de reír y permiten el lucimiento del actor, con el añadido de una declamación extraordinaria y un manejo escénico sorprendente. La obra se estructura  en cuatro actos, cada uno con un cuento de Samaniego como parte central. Samaniego construía prodigiosamente esos cuentos que, interpretados por Alegre, muestran claramente su armazón clásico: introducción inmediata de los personajes, desarrollo de la acción y diálogos, peripecia final sorprendente.

 

Alrededor del cuento, cada escena se completa con historias más cortas, normalmente en sonetos; y admoniciones, éstas tomadas del Arte de las putas, de Moratín padre.

 

Samaniego pidió que, a su muerte, quemaran toda la parte licenciosa de su obra. Pero, advertía Menéndez Pelayo en los Heterodoxos:

 …Habían corrido muchas copias, y la colección existe casi entera, aunque ha de advertirse que la gente de La Guardia y de otras partes de la Rioja alavesa la adiciona tradicionalmente con mil dicharachos poco cultos, que no es verosímil que saliesen nunca de los labios ni de la pluma de Samaniego, el cual era malicioso, pero con la malicia elegante de La Fontaine.

 

Tardarían más un siglo en publicarse esos poemas en libro, bajo el título de Jardín de Venus. Hoy lo leemos en ediciones de Emilio Palacios Fernández, como la publicada por Siro (que he conseguido en IberLibro.com por 28 euros), aunque ha hecho otras más recientes.

De este melólogo, hay que decir que es sencillo y monumental a la vez. A ello contribuye la música de Bocherini y la escenografía. Y así como de la música solo se puede decir que suena lo que se espera que suene, y suena muy bien, de la escenografía sí que quiero hacer alguna consideración por ser competidora en alabanzas con los textos de Samaniego y con su intérprete.

Sátira y Sátiro cuenta con un fondo que se extiende por encima del actor y por el suelo también. Está compuesto por cientos de hojas de libros cuya textura aparente varía según los cambios de luz. La iluminación con candilejas, o sea desde el suelo del proscenio, utilizada para las partes doctrinales sobre “eroticomanía”, hacen que se vea una especie de cueva, de biblioteca informe, simbolizando, creo yo, el legado pensamental que cobija a la Ilustración. Cuando el actor se enfrenta a los textos narrativos, las luces cenitales crean imágenes tan sugerentes que afianzan la sensación de encontrarnos con una escenografía en relieve que se mece sobre actor y músico.

Creo que la puesta en escena de Sátira y Sátiro le habría gustado a Adolfo Appia. Appia propugnaba que el accionar del actor fuera sincronizado con la música, como ejecutando una imaginaria partitura de movimientos. Enemigo de los decorados planos, ilustrativos y convencionales, construía  escenografías tridimensionales, teniendo presente su máxima: “El principio de todo diseño es la luz”.

En este caso, la escenografía monumental ha sido creada por Karlos Herrero.

Enhorabuena. Conseguir que los versos de Samaniego, Iriarte, Nicolás F. Moratín, o Iglesias de la Casa suban al escenario y nos conquisten tiene un mérito que se debe subrayar.

Pedro M. Gómez

 

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