Pollerías (diciembre-enero)


Por Martín Ballonga

    ¡Un éxito sin igual del Pollo Urbano! con píldoras, runrunes y comentarios que nos llevaran por pequeñas pistas a caminos de interés asegurado para nuestros lectores. ¡No se las pierdan!

 
     Pocos días han hecho falta para que los “espabilaos” de turno, que tienen  martirizados a varios locales, comercios, vecinos  y comunidades con sus “guarrindongadas” vuelvan a hacer de las suyas jorobando uno de los murales del Festival Asalto de este año. El nombre, la firma y el isotipo lo dicen todo: “OAS FLAG HEZ” y para rematar pintan una mierda (eso sí, con espray plateado para darse más caché). ¡Señor danos paciencia… mucha, mucha paciencia!

 
    Lo dice Lev Tolstói en ‘El camino de la vida’, su libro de proverbios: “Es estúpido que la gente se enorgullezca de su cara, de su cuerpo, pero es todavía más estúpido que se orgullezca de sus padres, de sus antepasados, de sus amigos, de su clase social o de su pueblo. Buena parte del mal en el mundo proviene de este estúpido orgullo. De aquí también las disputas entre personas, entre familias y la guerra entre los pueblos”.

  La estupidez puede existir sin la soberbia, pero la soberbia no puede existir sin la estupidez. Pedro Sánchez peca de soberbio, no le gusta que le discutan nada. Y eso significa no creer en los valores de la Ilustración como libertad, igualdad y fraternidad. Es una persona a quien se le nota más la soberbia desde que es presidente de España. En sus tiempos de jugador de baloncesto, un compañero de fatigas lo catalogaba de mediocre estratega deportivo, chulo y ligón. Ahora, convencido de su valía, se muestra con todas sus herramientas poderosas y mira al resto como seres inferiores. Y como la soberbia incluye la estupidez, tan solo hace disparates porque no sabe hacer otra cosa. Chulear y ligar… ¡todo es empezar!

  El ínclito Ábalos, ministro de Sánchez, dio seis versiones distintas de un mismo tema. Antaño, para mentir, a uno le salían los colores; hogaño, sin embargo, no hay vergüenzas que valgan. ¡Menuda tropa y el general con sarna!

  El gobernador del Banco de España ha dicho que las previsiones de ingresos del gobierno en los presupuestos son “optimistas”. Y la portavoz del gobierno y ministra de Hacienda responde que no: es “rigurosa”. ¿Quién tiene razón? Para saberlo acaso hay que llamar a un filósofo. Crátilo y Hermógenes buscaron a Sócrates para que resolviese su discusión sobre cómo deben ser nombradas las cosas. El problema es que el filósofo que ahora mismo tienen más a mano en las altas instancias es Salvador Illa. Y está ese hombre liadísimo. Pues la otra opción es preguntarle a José Luis Escrivá, ministro de Seguridad Social, que, cuando presidía la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, siempre le encontraba optimistas las previsiones a Montoro e incluso se las encontró así a Pedro Sánchez en los presupuestos fallidos de 2019. Porque, entre nosotros, los gobiernos funcionan vendiendo éxito o, al menos, optimismo. Siempre a su favor. ¡Menuda tropa y el general con sarna!

  Fernando Simón, otro ministro de Sánchez, hace una entrevista con los alpinistas Eneko e Iker Pou y le preguntan si le interesaban las enfermedades infecciosas o las enfermeras infecciosas. Y agarra Simón y suelta, riéndose con camaradería masculina de vestuario, que no sabía si las enfermeras eran infecciosas “hasta unos días después”. El gremio de enfermería exigió disculpas y amenazó con pedir reprobaciones. Otra opción era el fusilamiento. Dejando eso a un lado, es increíble que, tras las fotos de motorista y el programa de Calleja, Simón no aprenda nada. ¡Menuda tropa y el general con sarna!

  Como en el poema de Yevtushensko, preferimos ser “la última hiena sarnosa”. El Gobierno, con las orejas tapadas con cera blanca, como la tripulación de Ulises, no sortea a las sirenas, sino que se dirige al acantilado con un extraño optimismo.

  Mientras tanto, Javier Lambán sigue preocupado con su horóscopo. Vean: “Cuidado con los contagios. No se exponga a las humedades. No es buen momento para los amoríos ni las aventuras. No firme ningún papel importante sin consultar antes con su abogado”.

  Adam Zagajewski se pregunta en su último libro qué debe leer un buen político. Sería lógico pensar que a los maestros que configuran nuestro marco cultural. No obstante, Zagajewski no tiene claro que Kafka o Dostoievski le sirvan a quien es responsable, por extensión, de un país, o, por defecto, de una ciudad como Zaragoza. Sus libros son himnos a la duda, la indiferencia o el absurdo de todo esto. Dale tú esperanza a tus paisanos después de leer las ‘Memorias del subsuelo’.

  Quizá esa desconfianza hacia la literatura explique que Azcón haya leído poco. Zagajewski concluye que el líder político está “condenado” a la historia y la épica: Tucídides, Homero, Shakespeare… Es probable, eso sí, que de eso tampoco se haya enterado el alcalde de la Inmortal. Ya lo dijo Salomón: el mejor alcalde, Azcón.

  Andrés Trapiello ha quedado retratado al decir que “la derecha solo reivindica (o protege) un patrimonio –el monárquico- que la izquierda ignora, detesta, repudia y, a veces, hasta combate”.

  Otro que tal es el tenista Rafael Nadal: “Puede que el rey Juan Carlos se haya equivocado, pero hay que recordar lo que ha hecho por España”. ¿Es traicionar la democracia decir las cosas como son? De acuerdo, Nadal, eres el mejor deportista de la historia de España, pero hablar claro no es ni destruir ni aniquilar. Aquí nadie es juez, jurado y verdugo.

  La fiscalía del Supremo, amigos Trapiello y Nadal, asume una nueva investigación al huido rey emérito. Indaga el uso de tarjetas opacas por Juan Carlos, Sofía y familiares directos tras la abdicación. Es la misma estrategia que siguió con las diligencias de la adjudicación del AVE a La Meca.

  Juan Carlos I, aparte de queso y pan, ha comido de todo y rebañado todos los platos (lo del ron lo dejamos para otras pollerías). El ‘New York Times’, en 2012, investigó su fortuna, cifrándola en unos 1.800 millones. Afirmó que se trataba de una “fortuna opaca” y que era “un secreto cómo ha amasado su considerable riqueza personal”. La revista ‘Forbes’, especializada en negocios y patrimonios, le calculó una fortuna similar. Si dividimos esa cantidad por sus años de reinado, entre 1975 y 2015, resulta un ingreso promedio de 45 millones de euros al año, lo cual no está nada mal. En 1980, el presupuesto de la Casa Real fue de 200 millones de pesetas, o sea, 1,2 millones de euros. En 2020 es ya de 7,9 millones, es decir, 6,5 veces la de aquel año. La partida, por otro lado, incluye el salario del rey y el de su familia (reina, princesas, padre y madre), los doce altos cargos de la casa y el mantenimiento de La Zarzuela. Es evidente que sus ingresos públicos no dan para acumular un patrimonio como el suyo.

  Los 65 millones de la adjudicación del AVE a La Meca, con Corina -la amante del rey emérito- y Arabia Saudí en medio, es el chocolate del loro de lo que ha sido un enriquecimiento ilícito mantenido a lo largo de cuarenta años de reinado. Por eso, lo importante, que es sobre lo que menos se habla, es su patrimonio de 1.800 millones: sus orígenes, los negocios realizados para conseguirlos y la red mafiosa española-saudí sobre la que se ha asentado.

  El fraude fiscal para la familia real es puro deporte. Tres generaciones de borbones actuales han sido expertas en blanquear dinero. Ahí está Pilar de Borbón –hermana del emérito- su tía Alicia y distintos borbones más, que evadieron capitales y los llevaron a cuentas corrientes suizas, luxemburguesas o panameñas.

  Urdagarín, que fue el último en llegar, aprendió pronto el oficio. Estas habilidades se pegan pronto.

  El viaje de novios de Felipe VI y Leticia –Fiyi, Samoa, Jordania, Camboya, California y México-, por importe de 500.000 euros, lo sufragó una empresa de Josep Cusí, amigo personal del emérito. Y fueron felices y comieron perdices.

  El emérito se partió de risa cuando se enteró que su hijo le había quitado la paga de 200.000 euros anuales, pues lo importante para él es su patrimonio de 1.800 millones. Y con respecto a lo que nos cuente Felipe VI, incredulidad total. Todo lo que diga y haga quien se sabe amparado por una inmunidad constitucional carece de credibilidad alguna. Es más, mantener esta es prueba inequívoca de que sigue los pasos de su padre.

  Mienten más que hablan. Y lo hacen porque son sabedores que quienes rociaron con sus hisopos democráticos la herencia monárquica instituida por Franco les regalaron, además de corona y jefatura del Estado, impunidad constitucional para que no puedan ser investigados ni condenados por la comisión de delito alguno.

  En su cuento ‘El etnógrafo’, Jorge Luis Borges, que jamás escribió una novela y es un escritor universal, imaginaba la historia de un hombre de ciencia que después de haber vivido y soñado en el corazón de las tribus del Oeste, tras haber conocido el misterio de sus chamanes, desistía, ante la incomprensión de la Academia, del esfuerzo acaso inútil de explicar lo aprendido. Al contar la experiencia, el secreto se desvanece y con él el sentido propio de lo vivido. “El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos”, concluye Borges por boca del científico.

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