‘La noche en Zaragoza’


Por Carlos Calvo

   Igual que los románticos corrían a visitar ruinas para inspirarse, sentir el vértigo del tiempo y justificar a continuación sus desvaríos, los miembros de la Banda del Canal van a sus rincones preferidos como quien regresa al lugar del que proviene, encontrando allí algo del sentido que, con frecuencia, le falta al mundo.

 

EXCLUSIVA: Para todos nuestros lectores, la canción con Serrat y la Banda del Canal

Bájate este archivo: Ctrl+189BandaPollo1

    El efecto es el de volver al lugar donde uno se divirtió, que ya puede estar derrumbándose que siempre será acogedor. Su efecto, tan poderoso, se conserva intacto. Luego estamos los que necesitamos un poco de cariño para respirar y sentirnos como en casa. Se trata, por supuesto, de una irremediable educación sentimental. Y musical.

  Alguien dijo que “sin música la vida sería un error”. La música es un relato y, como tal, es deudora del tiempo de su historia, o sea, del presente, de su propia historicidad. Hay que seguir considerando la cultura desde una perspectiva humanística e histórica. Del mismo modo que es innegable que la música tiene algo de magia o truco y provoca todo tipo de sensaciones en el oyente. De hecho, la música tiene valor como medio de inspiración, de relajación, de educación social, de formación infantil, de cultivo de la inteligencia, de posibles fines terapéuticos.

  ‘La noche en Zaragoza’ habla de la Banda del Canal. Estamos ante un documental dirigido (¿o solo firmado?) por el salmantino Luis García Sánchez –‘Las truchas’, ‘Pasodoble’, ‘La corte de Faraón’, ‘El vuelo de la paloma’, ‘Suspiros de España (y Portugal)’, ‘Adiós con el corazón’-, con guion del también salmantino Agustín Sánchez Vidal. El miembro fundador de dicha banda musical, Míchel Zarzuela, hace también funciones de productor ejecutivo.

  También es el documental un recorrido por la historia de la capital aragonesa en las últimas décadas, a través de imágenes de archivo y filmaciones pioneras, con sombreros o sin ellos, de Eduardo Jimeno Correas, Antonio de Padua Tramullas (e hijo), Ignacio Coyne y así, organizadas por Ana Marquesán, directora de la filmoteca de Zaragoza en su faceta de restauración e investigación. El subtítulo de ‘La noche en Zaragoza’, de apenas una hora de duración y con los arreglos musicales de Carmelo López, no deja lugar a dudas, tal vez como excusa: ‘Estampas de la ciudad’.

  El cine, la música y la propia ciudad, esto es, configuran el contenido de ‘La noche en Zaragoza’. Joan Manuel Serrat aparece en el documental, al final, y se encarga del tema principal, una versión de la canción alemana ‘Die nacht von Saragossa’, en realidad un tango de los años treinta de Emil Roósz. Y entre unas cosas y otras, o entre pitos y flautas, acaso de un modo gratuito o arbitrario, se nos explica los orígenes de la Banda del Canal.

  Todo empezó, hagamos memoria, un once de octubre de 1977, cuando salió del barrio de Torrero, en colaboración con otras organizaciones juveniles, una comparsa reivindicativa con la idea de acabar con el modelo franquista de las fiestas pilaristas. Desde entonces, más de cincuenta músicos han pasado por sus filas, convirtiéndose en un emblema festivo de la llamada ciudad inmortal. Al fin y al cabo, y de esto sabe mucho Míchel Zarzuela, se puede confundir el pasado y la memoria, pero son dos cosas muy diferentes. El pasado se construye con hechos, con eventos que han sucedido. La memoria es un acto de hoy que recuerda el pasado y siempre lo transforma. Somos, en fin, memoria de un paisaje. Sin memoria no seríamos nada. Y sin música, recuerden, la vida sería un error.

  Los años setenta son un mosaico multicolor de cambios que se iban produciendo en la cultura anglosajona y por su influencia también en España. Primero entre los jóvenes, a través de la música, el cine y la contracultura, y con el tiempo en la sociedad entera. La sacudida cultural la sufrieron con igual los demás países de nuestro entorno, pero en España se vivió con un plus de euforia por el mayor peso de las tradiciones religiosas y la represión sexual.

  El franquismo vio, no sin cierto enfado y preocupación, la forma radical de los jóvenes de entender el mundo que fue instalándose en la sociedad a lo largo de esa década de 1970: drogas, manifestaciones universitarias, canción protesta, contracultura y ‘comunitarismo’ jipi. La muerte de Franco en 1975 marcó el punto de fuga de esa profunda alteración social, en especial el tránsito pacífico a la democracia, pero en apenas tres años se consolidó, permitiendo, entre trifulcas y encontronazos, una sociedad homologable en libertades políticas y sociales al resto de Europa.

  Los setenta del siglo veinte, podríamos decir, se han quedado apresados entre la exuberancia estética y musical de los sesenta y la revolución económica y vital de los ochenta. En medio, la estética formal de los padres que habían ganado la guerra al comunismo y los hijos rebeldes que descubrían el marxismo, versión anarcopasota, para enfrentarse a la autoridad, cuando, en realidad, la permisividad y tolerancia controlada permitió que la contracultura jipi y cierto ‘situacionismo’ procedente del Mayo del 68 se instalaran sin mayores contratiempos. O, acaso, no.

  Sea como fuere, la Banda del Canal parece, desde su nacimiento, adueñarse de Zaragoza, de su vida, de la Historia –con mayúscula o sin ella-, del enigma, del tiempo. Así durante cuarenta años. Y los que te rondaré, morena, que decía la copla. De un modo u otro, y con mayor o menor acierto, la banda instrumental ha conseguido asumir su condición de símbolo, uno de los ejes de la ciudad, un paisaje a retratar. A partir de ahí, la aparición de vida soluble, instantánea, veraz, posible, sin épica.

  Es la banda que escapa del rigor de los salones oficiales. La que busca fundar una nueva astronomía en la música popular callejera. Unos y otros han tomado posiciones y, en algún momento, los caminos se cruzan frente a ellos o en sus costados. Unos jóvenes que vivían en Torrero y bajaban al canal Imperial a tocar entre las brumas de un azul perfecto (el riguroso cielo zaragozano, por decirlo con Julio José Ordovás) o de una noche densa, que responde a todo lo que el corazón desea.

  Y buscaban algo más de una secuencia de tiempo: quizá una certeza de vida y de algo inapresable con un punto de festejo y otro de burla. La intensidad de una banda –en sus variadas acepciones- entendida como una condensación de presente y pasado. Entre bandas andaba (y anda) el juego, desde luego.

Artículos relacionados :