Pollerías (diciembre-enero)


Por Martín Ballonga

   ¡Un éxito sin igual del Pollo Urbano!. Una sección con píldoras, runrunes y comentarios que nos llevaran por pequeñas pistas a caminos de interés asegurado para nuestros lectores . No te pierdas su lectura…

 

  Curtido en los exuberantes serrijones de la montaña leonesa, Julio Llamazares es una voz imprescindible para entender eso que ahora llamamos la España vacía. El título del ensayo de Sergio del Molino en Turner ha tenido la virtud de bautizar una realidad nacional –la despoblación de más de la mitad del territorio de España-, que antaño se reducía a un enfoque local. A ello hay que sumar otros libros imprescindibles para entender este proceso de vaciamiento del campo español, cuya obra canónica es ‘La lluvia amarilla’, publicada en 1988.

  Julio Llamazares relató en ‘La lluvia amarilla’ el soliloquio de Andrés de Casa Sosa, el último habitante de Ainielle, una aldea anclada en el Pirineo oscense. Su historia sacudió la conciencia sobre el ocaso de una forma de vida sobre la que no cabe la nostalgia, pero tampoco el olvido. En su último ensayo, ‘Las rosas del sur’ (Alfaguara), culmina un trabajo de décadas alrededor de las 75 catedrales de este país, que el autor considera –a riesgo de sufrir la ira obispal- templos “deshabitados y mercantilizados”. Los malditos obispos, claro, siempre esperándonos con la caja registradora. Más les valdría a la jerarquía católica prohibir a su ejército pastoral “tocar el área de los genitales a los niños”.

  Lo dice Félix de Azúa: “Lo más asombroso de Manuel Chaves Nogales es que podamos leer sus crónicas de hace cien años como si fueran actuales. Los dos gruesos volúmenes de su obra periodística, editados por la Diputación de Sevilla a cargo de María Isabel Cintas, son un tesoro. Seguramente también lo serán, dentro de muchos años, los reportajes de Sergio del Molino, su digno heredero y uno de los mejores prosistas actuales. Después del magnífico ‘La España vacía’ de hace dos años, publica ahora ‘Lugares fuera de sitio’ (Espasa) y logra algo inaudito, una perspectiva que, como la anterior, nadie había antes imaginado. El mapa de España que está escribiendo es radicalmente nuevo y original”. Estamos de acuerdo, aunque Del Molino, como persona, no nos cae nada bien.

  ‘Los futbolísimos’, de Miguel Ángel Lamata Callando, y ‘Miau’, de Ignacio Estrechegui, son dos largometrajes de reciente producción del llamado cine aragonés (signifique lo que signifique). Los núcleos duros culturales de Zarabola califican a estas películas de “maravillosas”. A nosotros, por el contrario, nos parecen dos castañas. El algodón no engaña, que ahí está ‘El reino’, la excelente película del madrileño Rodrigo Sorogoyen y la guionista zaragozana Isabel Peña. Lean la crítica de nuestro especialista en corrupciones don Quiterio.

  Estamos rodeados. Como a la mediocre Paula Ortiz le dé por adaptar al cine la infumable nueva novela de Fernando Rivaflex, ‘Declive’, apañados vamos. Si su faceta como concejal de economía y cultura del consistorio zaragozano deja mucho que desear, la de escritor tampoco parece ser su fuerte. Que hable con Pepe Cerdá y le enseñe a pintar. A ver…

  Necesitamos periodistas valientes en todos los medios, que no jueguen con el valor de la palabra. Hay que ser contundentes, aunque, cuando conviene, muchos confunden la contundencia con la agresividad. Es el periodismo lacayo, que se enorgullece de someter la realidad a su interesada subjetividad. Los que se adaptan a la morralla de consignas ideológicas con que les han tupido las meninges. En esta casa hemos dado caña a compañeros periodistas de esta tierra nuestra –y de la otra-, si creemos que son unos vendidos. La rivalidad en el oficio es vieja pero necesaria. De esto sabía mucho Ernest Hemingway.

  En efecto, el autor de ‘Fiesta’ odiaba al escritor William Faulkner: “Pobre Faulkner, ¿realmente cree que las grandes emociones vienen de las grandes palabras?”. Faulkner, por su parte, se reía del estilo de Hemingway: “Él nunca ha sido conocido por usar una palabra que pueda mandar al lector al diccionario”. Periodistas que insultan a periodistas como lo haría un gañán de bar. El caso es que conviene no darle demasiada importancia al periodismo porque, como dijo alguien, los libros se leen para la memoria y los periódicos se leen para el olvido. Así que menos humos, colegas del periodismo rancio (algunos ni nos hablan). Que parecéis las criadas de los señoritos. Ya decían en otro tiempo los perseguidos que comamos mierda porque un millón de moscas no pueden equivocarse. Y nos equivocamos al aceptar con la mayor naturalidad recursos que esconden realidades duras, camufladas con la trampa sutil de la manipulación del lenguaje.

  Vamos a ver, que al final tendrá que resucitar el académico aragonés del “dardo en la palabra”, Fernando Lázaro Carreter, para poner orden en el desbarajuste de la vida cultural (y ortográfica) zaragozana. Podemos entender que al pintor Sergio Abrain –sin acento, por el amor de dios- le endilguen la tilde en la ‘i’ en los diferentes escritos con motivo de su exposición en La Lonja. Pero que en los últimos estrenos del teatro Principal existan fallos garrafales en los papeles consistoriales clama al cielo. Recuerden: a Rafael Chirbes lo escribieron con ‘v’ y, para rematar, la excelente versión del ‘Tío Vania’ de Chéjov, a cargo de Daniel Veronese, la titularon ‘Expía a una mujer que se mata’. Sí, con ‘x’. Carbajales… ¡a estudiar!

  La mujer de Carbajales, por cierto, es la nueva directora de la televisión autonómica aragonesa. Cuando el alcalde Santiveri y su ejército en común se vayan a sus casas con el rabo entre las piernas, Carmen Ruiz, que así se llama la susodicha, les ofrecerá cargo en la pequeña pantalla. Híjar hará de payaso en un nuevo programa que sustituirá a ‘Oregón Televisión’. Rivaflex será el aparcacoches. Cuberovski, el bedel. Y la Broto será el nuevo rostro de la mujer del tiempo, vestida de impoluto negro. Isobara arriba, isobara abajo.

  Después de muchos meses en la picota tras aquellas declaraciones que la colocaron poco menos que como enemiga número uno del autoproclamado “feminismo de primera división”, va a ser verdad lo que Catherine Deneuve apuntaba de que este credo feminista trae aparejado un nuevo puritanismo. De lo contrario, no se explica que para criticar a la actriz francesa se le afeara haber interpretado a una prostituta a las órdenes de Buñuel en ‘Belle de jour’ (1967). Pero su personaje no lo era por voluntad de otros, sino por propia voluntad, en el afán de experimentación de una burguesa que no sabe cómo huir del rol que le han asignado desde fuera. Que el árbol del feminismo no oculte el bosque de filmes que arrastra esta rubia platino desde su debut en 1957: ‘Los paraguas de Cherburgo’, ‘Repulsión’, ‘Piel de asno’, ‘Indochina’, ‘Tristana’ o ‘El último metro’. No todo es blanco o negro en las cuestiones de género. Las feministas deberían dejarse de chorradas y empezar, ya, a trabajarse a los hombres.

  La escritora y académica zaragozana Soledad Puértolas pide cambiar la definición de la palabra ‘cocinillas’, o sea, “un hombre que se entromete en las tareas domésticas, especialmente en las de cocina”. Vale, bien, estamos de acuerdo, pero a quienes habría que quitarles los humos de los fogones son precisamente a los soberbios cocineros de hoy en día, que se autodenominan representantes del arte culinario. ¿Qué dirían nuestras madres, abuelas y bisabuelas, que aprendimos de ellas y siempre las ninguneamos? Pues eso, menos humos.

  Patateras revelaciones gastronómicas de los actores aragoneses Jorge Asín y Jorge Usón, pareja de la guardia civil en la serie de Paco León ‘Arde Madrid’. Para el primero, “la tortilla española sin cebolla está bien, pero con cebolla puede alcanzar cotas insuperables, porque la diferencia entre la tortilla con cebolla y sin cebolla es la misma que se establece entre el caviar iraní y las huevas de trucha”. El segundo: “Me fascina la tortilla de patatas. Cuando la consumo sin cebolla, no puedo ensayar, porque me pesa todo el cuerpo y se me bloquean los muslos. Pero si lleva cebolla, puedo actuar con  la seguridad de que el público me dedicará más de diez minutos de ovación cerrada”. Ante eso, muy poco queda por decir.

  San Pedro, nuestro corresponsal en el cielo, preguntó a Kennedy: “Y usted… ¿qué hace aquí?”. La respuesta del expresidente estadounidense fue inmediata: “A mí me dijeron que no fuera al desfile y me entró por un oído y me salió por el otro”.

  “¡Te vendo una moto!”, propuso exclamativamente Pedro Santiveri a Javier Lambán. La respuesta del presidente aragonés fue inmediata: “¿Y para qué quiero yo una moto vendada?”.

  El alcalde de Zaragoza, por cierto, dice que, en su mandato, ha sido uno de los que más ha trabajado en toda la vida del consistorio. En un pasaje de ‘Momentos estelares de la humanidad’, de Stefan Zweig, el escritor habla sobre el valor del esfuerzo, pero bien podría parecer que lo hace sobre Santiveri y los suyos (y suyas). Aunque, como lector, el alcalde es más de las tiras cómicas de ‘Mortadelo y Filemón’.

  Y no le falta razón, pues la capital aragonesa ha conocido otros consistorios donde los analfabetos funcionales, los vagos y los despistados eran mayoría (trufaditos con algún sinvergüenza). Sin embargo, no se comieron ni la décima parte de las hostias que le han caído a Pedro Santiveri, en particular, y a ZeC, en general. ¡Ostias, Pedrín! ¿O es con ‘h’? Que se lo pregunten a Carbajales…

  Ahí va el pasaje de Zweig: “Antes, cada cual conocía su última hora, y cuando Cristo vino a la tierra advirtió que muchos labradores no cuidaban de su campo y vivían como pecadores. Al recriminar a uno por su negligencia, el labriego contestó con un gruñido: ‘¿Para qué tengo que sembrar la tierra si ya no viviré cuando llegue la cosecha?’. Entonces reconoció Dios que no era bueno que los hombres conocieran cuándo debía morir, y les quitó el previo conocimiento de la hora fatal. Desde entonces, los labradores deben labrar la tierra hasta el último día, como si hubieran de vivir eternamente, y esto es muy justo, puesto que solo con el trabajo nos hacemos acreedores de lo eterno”.

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