Por Lucho Gasca
El pasado día 19 de Abril, se le brindo un cálido homenaje a Enrique Asín en el Ateneo de Zaragoza donde tambien hubo una excelente exposición de motivos taurinos a cargo de la pintora Margarita de Grassa.
«El pasado día 19 de abril, La tertulia Martincho dedicó su habitual reunión de los penúltimos jueves de mes a recordar a nuestro amigo Enrique Asín, en este acto se presentó un video que homenajea al insigne escritor taurómaco, premiado por La AIPEP en el año 2005 como mejor escritor taurino del 2004. Como se ve en el reportaje fotográfico la tertulia estuvo concurrida y los asistentes disfrutamos con la memoria de su fantástico Museo, su sabiduría de taurólogo, de la amistad, la nobleza, la hombría de bien, que constantemente nos transmitía.
A mí me tocó aquel año 2005 entregarle el citado premio y recuerdo haberlo presentado diciendo lo mismo que ahora pienso: “ENRIQUE ASIN ES GENTE”, así con mayúsculas, GENTE de CATEGORIA en el significado más Filosófico de la palabra, desde el que le da Aristóteles al de los sistemas panteísticos». Rafael J. D. Esteban Lorente.
SE MARCHÓ MI AMIGO ENRIQUE ASÍN
Apenas unos minutos después de quedarme dormido, cuando el lunes 23 de enero tan solo tenía unos minutos de vida, recibí la fatídica y esperada llamada de su hijo Quique: sobre las 23:30 horas del 22 de enero había fallecido Enrique. Desde el día 12, cuando los médicos nos dieron la dramática noticia de su estado terminal, he vivido angustiado diez días interminables de sufrimiento en los que los recuerdos de tantos años felices se agolpaban en mi memoria y me oprimían el alma. ¡Qué casualidad! ¡Tenía que ser el 22 de enero! El destino ha querido que fuese el mismo día que hace dos años nos dejó otro gran aficionado y amigo: José Manuel De La Cruz.
Agradeciendo el trato que en numerosos sitios se ha dado a su figura y personalidad única, quiero proclamar orgulloso y agradecido que Enrique era mucho más que todo lo dicho. Son varios los amigos que me han pedido estas líneas para engrandecer su figura, su vida y su espíritu.
Enrique nació hace 64 años en una de las zonas más castizas de la ciudad: Murallas Romanas, junto a San Juan de los Panetes y la plaza del Pilar, sus zonas de juegos infantiles. Su padre fue un popular personaje zaragozano al que siempre admiró Enrique y no llegué a conocer por poco. Su madre falleció siendo Enrique muy joven, un soldadico voluntario de aviación de entonces. Aunque desde muy niño vivió con intensidad, de la mano del abuelo Jesús, su pasión por los toros, también cultivó muchas otras artes, como la pintura, la música, la escultura, el teatro o la literatura. Hombre culto, decimonónico, de escrupulosa caligrafía escolapia y educación a la antigua, monárquico hasta la médula –especialmente admirador de AlfonsoXII, a quien uno de sus hijos debe su nombre, y también Juancarlista-, de derechas, de valores religiosos y humanos admirables. Feliz en las tascas y tabernas más castizas, en las que intimaba con los más variados personajes de la ciudad y compartía conversación, vivencias, humanidad y amistad, siempre con un vaso de vino en la mano y una carpeta de papeles, proyectos, libros…
Descubrió el viejo Madrid y sus museos en sus años jóvenes, cuando se marchó a la villa y corte a estudiar arquitectura. Aquellas noches madrileñas de tabernas y vino truncaron su carrera pero forjaron su personalidad y obtuvo cum laude en el máster en la vida. En algún viaje nos perdimos por aquellos recuerdos madrileños, con nuestra capa al hombro en alguna noche inolvidable de más vinos y tabernas. Y muchas otras en su querida Zaragoza, ciudad que adoraba, por el barrio de San Miguel o de la Magdalena, o con sus amigos de Añoranza, hasta que nos sorprendía el alba rascando su bandurria y cantando boleros, zarzuelas, jotas o lo que se terciara.
Conocí a Enrique al inaugurar en el 89, en la rabalera calle de Blas Ubide 12+1, aquel santuario de la tauromaquia. Me enamoré de aquel lugar y desde el primer minuto descubrí en Enrique una persona única, especial, maravillosa. Durante varios años felices vivimos en aquel lugar veladas inolvidables, cenas, risas y tertulias hasta ver amanecer junto al fuego de la chimenea. Casi todas las tardes, al salir de la Universidad, acudía a disfrutar nuestra pasión con un vaso de vino entre las manos, y mejorando la colección, restaurando viejos carteles, ordenando papeles, enmarcando nuevas adquisiciones, pintando, escuchando música clásica y cultivando nuestra amistad. Todos los viernes, un selecto grupo de aficionados nos reuníamos para disfrutar cada minuto de la velada. Los sábados, las visitas de aficionados y curiosos, y domingo el vermú. Fundamos, en el 91, la Unión Taurina de Abonados de Zaragoza, muy activa en sus inicios, pero que acabó muriendo por inactividad cuando los reveses de la vida se cebaron con Enrique.
Fueron unos años felices en los que se consolidó una amistad más que paterno-filial y que empezaron a truncarse hace 13 años con el fallecimiento de su mujer, María José, una mujer ejemplar a la que quise mucho. Golpe muy duro al que siguieron muchos otros que fueron minando a Enrique y quién sabe si quizá tengan que ver con su final. Mala suerte, muy mala suerte en estos años de desgracias, deterioraron su salud, aunque nunca su ánimo y su humor. Siempre estuve a su lado, junto a él, especialmente en los malos momentos, en los que más falta te hace un hombro donde apoyarte, donde llorar, donde sentir amor y amistad, complicidad, donde confesar tus alegrías, tus penas, tus tragedias, tus confidencias… Como él hizo conmigo en los momentos en que la vida te da sus cornadas, como un amigo siempre fiel. Nos convertimos en inseparables, en un solo ente con dos caras, en maestro y discípulo al estilo de la antigua Grecia. Con él aprendí muchas cosas impagables, fundamentales en mi vida y mi personalidad: lealtad, amistad, fidelidad, rectitud, honradez, señorío y muchos otros valores y ejemplos ante la vida, sus gentes y sus circunstancias. Con él compartí también los momentos más felices e importantes de mi vida: mi feliz noviazgo y mi boda con la mujer de mi vida, mi jura de bandera en una fría mañana en la Academia General Militar besando emocionado aquella bandera bordada por la reina María Cristina, el nacimiento y bautizo de mis hijos, aquella faena de Aparicio del 94 en Madrid, o la del 99 de Curro en Sevilla.
Enrique fue de don Antonio Bienvenida. Luego, con su exquisito paladar, sin duda por su amor a la esencia del arte y la sensibilidad, de Curro y de Paula. En estos últimos años, de Morante, como no podía ser de otra forma (precisamente Morante le hizo reaparecer por un día en La Misericordia, tras el abandono de su localidad de siempre cuando faltaron su esposa y su hermana y encontraba en su plaza soledad, tristeza y melancolía). Cuando yo le conocí, seguía apasionado la carrera de quien fue con diferencia el mejor novillero aragonés que él conoció, Raúl Zorita, de cuyas maneras se enamoró desde el mismo día que lo vio debutar en Calahorra. Luego vino su amistad con El Molinero, muy intensa hasta la alternativa del torero en el 93 y que se fue diluyendo posteriormente por motivos que no han lugar.
La asquerosa especulación llevó al traste la obra de su vida, aquel sitio en el que durante varios años habíamos sido tan felices. Recuerdo la tristeza del traslado de todo el contenido a un almacén, y nuestras lágrimas viendo cómo unas máquinas arrasaban un trozo de nuestras vidas. Hace un par de años, la Diputación le brindó la oportunidad de ver de nuevo una parte de su vida en el Palacio de Sástago, exposición que resultó por cierto todo un éxito de crítica y afluencia de público, siendo una de las más visitadas del año en Aragón. De nuevo la desgracia le postró en la cama y no pudo asistir a la inauguración por romperse una cadera, leyendo yo unas palabras en su nombre en el acto oficial de la inauguración. Después, de nuevo todo a un almacén de la DPZ, donde sigue almacenando polvo. Ya que él no ha podido verlo instalado definitivamente en La Misericordia, su sitio natural y lógico, que revalorizará notablemente el inmueble y su uso, espero que no tardando mucho podamos verlo sus hijos y sus muchos amigos allí, como homenaje perpetuo a su memoria y su obra.
Estos últimos años, sin perder sus costumbres, sus valores y su sempiterno buen humor, su salud se fue deteriorando poco a poco. El hígado empezó a protestar, la diabetes empezó a complicarlo todo, la neuropatía le trajo dolor y malestar, la disparidad de horarios le desbarató las rutinas y el orden necesarios para el adecuado descanso y el insomnio le pasó factura. La cadera falló y le obligó a compartir con unas muletas estos dos últimos años. Y el cáncer, palabra maldita que le ha rodeado y perseguido estos últimos años, acabó postrándolo en una silla y tras algún paso puntual por el hospital, le llevó definitivamente el pasado día 11 al Miguel Servet para horas más tarde, recibir de los médicos la triste nueva del inicio del fin.
Me queda, lógicamente, una tristeza y un vacío enorme, como a todos los que tuvimos la suerte de conocerle y compartir momentos de nuestras vidas junto a él. Pero me queda también la felicidad y la alegría de haber tenido el privilegio de vivir tantas experiencias, sensaciones y lecciones a su lado que nunca olvidaré y que me han ayudado mucho en vida. Descansa en paz, Enrique. Por aquí te recordaremos con cariño y algún día nos reencontraremos de nuevo. Fernando Polo.