Atenas bajo la cólera de los dioses

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Por Marshital viajero
Fotos: Paloma Marina

     Hoy hace mal día, dicen que los dioses están castigando al gobierno. Puede que el argumento suene extraño, pero es una frase real que escuché en Atenas.

   A lo mejor es cierto y un Zeus tonante está castigando al gobierno de Syriza por recular en la decisión asumida por el pueblo griego al votar no en el referéndum del 5 de julio. Opino que se lo merecerían, aunque quienes han llevado a Grecia a ese estado merecerían las penas de Sísifo o Prometeo y aún se quedarían cortas.

   Escribía no hace mucho que, a veces, no es tan importante dónde se viaja sino cuando se hace, tomando como referencia momentos históricos o trascendentes para una ubicación concreta.

   Por estas casualidades de la vida este año tocó mi escapadita a Grecia y no fue poco lo que vi digno de ser contado, aunque, por esta vez me quedaré en Atenas.

   Atenas ha cambiado en los últimos años desde el punto de vista urbano, sobre todo desde 2004 con las Olimpiadas, que dejaron un flamante aeropuerto y algunas remodelaciones de calles además de una deuda astronómica aún pendiente de pagar. Aclarar que eso es prácticamente lo único flamante que me iba a encontrar, porque la realidad ateniense en estos momentos es de lo más dura.

No era la primera vez que llegaba a esta ciudad, que recordaba como especialmente contaminada y sucia, gracias a un tráfico absolutamente demencial.

El tráfico, pues mal, gracias. Esencialmente eso no ha cambiado. La irresponsabilidad griega en los vehículos a motor alcanza límites de epopeya, aunque es de agradecer el hecho de que se haya peatonalizado la circunvalación de la Acrópolis, salvo para motos irresponsables (por supuesto sin casco, estás en Grecia) y taxis.

   Estos inconvenientes no empañan el esplendor de los restos arqueológicos únicos de la capital griega, aunque una visita veraniega a mediodía puede convertirse en un suplicio entre la temperatura extrema y las hordas de turistas. Hay que priorizar y organizarse, pero la entrada conjunta, muy económica, facilita la labor.

   De todas formas esas horas del mediodía siempre son propicias a un museo, dado que los hay realmente impresionantes en Atenas, dentro de lo que dejó el indignante expolio del XIX.

    También puede uno ir a ver el cambio de la guardia en Pza Syntagma. La estética militar siempre me ha parecido esperpéntica, pero lo del Parlamento griego tiene un cierto toque de ballet surrealista que merece dedicarle unos minutos.

   O también puede ser tiempo para una cervecita o una retsina, vino típico de los abuelitos griegos. Pero ojo donde nos sentamos. La hostelería ateniense es despiadada con los precios, así que el botellón (que no está prohibido) tampoco es tan mala opción: medio litro de Mythos son 1.40€ en un kiosco. Esta actividad es pura inmersión en la cultura local, sobre todo entre la juventud. 

   Hasta aquí todo lo turístico, me temo, que tengo para contar. Total, Grecia ya está muy visto. Hasta los romanos hace más de 2000 años la encontraron como un buen lugar para el turismo, incluso religioso.

   Supongo que hay que priorizar una mirada más atenta a la ciudad, que revela por lo pronto unos niveles de marginalidad que no se ocultan ni tan siquiera al turismo.

   El más evidente son los yonkis. Prolifera un sucedáneo de la heroína que ha generado auténticas legiones de enganchados que se pican a plena luz del día sin disimulo alguno. Un espectáculo atroz.

   La prostitución callejera también se ha hecho fuerte en algunas zonas, especialmente el entorno de c/Veranzerou en Omonia. Nada distinto a España, solo que menos disimulado. La mayoría de las lumis son inmigrantes de escasos recursos.

    También llaman la atención la cantidad de edificios vacíos y en claro estado de abandono en pleno centro. Me cuenta Nazir, un afgano con el que me tomo una cerveza (de musulmán tiene poco) que en Grecia tuvieron su propia burbuja del ladrillo y estalló de golpe. Muchos edificios de los que vemos pertenecen a empresas quebradas que no ven como una prioridad venderlos en el inestable mercado actual.

   Eso sí, de ese abandono se ha beneficiado un activo movimiento okupa que genera proyectos muy positivos, como el centro Tsamadou Kipaki, en el colorista y activo barrio de Exarchia, que se dedica a asesorar a personas migrantes. En su jardín se celebran conciertos, proyecciones y charlas.

   Exarchia es una visita imprescindible también. Lleno de grafittis, que van desde el cutrerío absoluto a verdaderas obras de arte, también tiene multitud de cafeterías, tiendecitas y librerías donde se puede encontrar de todo y en todos los idiomas. Auténtica babel, por otro lado, donde recalan gentes de los movimientos alternativos de toda Europa.

   El paseo por Exarchia bien puede ser tras una visita a la zona del mercado, otro lugar que uno no debería perderse.

   Cientos de puestos vocingleros. Pescado fresquísimo, carniceros procaces vacilando a cualquier presencia femenina y delicatessen donde se venden por precios muy ajustados especialidades griegas, pero también de países del Este al peso. No perderse la taramosalata ni el tzatziki, y hay que aprovechar para comprar especias, café o ahumados.

   El mercado y sus alrededores también revelan que Atenas se ha convertido en la ciudad de la supervivencia económica. Del compre usted más barato, a granel si es posible. Lo usado vuelve a ser nuevo, la segunda mano y la ropa de China son tendencia y proliferan los mercados de la oferta, como el que se instala los sábados en Exarchia y que vende fruta y verdura a precio de saldo.

   A revueltas de la cacharrería también se encuentran pequeñas joyas, por lo que es una buena idea recorrer los anticuarios. Una idea: fijarse en los instrumentos musicales, porque hay auténticas maravillas, y en los uniformes y aperos militares, que darían para un museo.

   La compra y venta se rigen por un griterío constante, pero no agresivo. Y es que los atenienses no han perdido ese toque dicharachero, gritón y en general amable que se antoja muy mediterráneo. La conversación, aunque sea en inglés macarrónico, es fácil y fluida.

   En el balance negativo apuntar que toda conversación termina en la palabra crisis. Generalmente por el precio de las cosas, dado que Atenas no es una ciudad para nada barata para sus habitantes.

   El paseo nocturno también tiene su aliciente. Desde la bulliciosa zona de Monastiraki y Thissio va uno rodeando la ciudad histórica en un peregrinaje que transcurre entre las marcas de cerveza locales y que puede terminar en los sofisticados garitos de Technopolis, antigua fábrica reconvertida en centro cultural, donde bailotea la juventud local.

A esta juventud generalmente no se le ve consumir en los propios bares. Es más barato el quiosco. La cosa está apurada y me dice Victoriana que lo normal es trabajar unas pocas horas al día en curros precarios y cobrar, con suerte, 300 euros al mes. Independizarse es el sueño dorado de cualquier joven ateniense.

   En los días que paso allí se convoca el referéndum para el 5 de julio y estalla el corralito en toda su crudeza. Los bancos cierran y los cajeros se llenan de filas. Polis malencarados se apostan en las esquinas de los bancos más céntricos y empiezan a aparecer pintadas, murales, pancartas y carteles con las palabras Nai y Oxi (sí y no). Gana por goleada en inventiva la campaña del NO. Me encanta ese slogan que dice Oxi sto fovos, no al miedo.

  El miedo atenaza a las personas y por extensión a los pueblos. Impide pensar con claridad y actuar en consecuencia. Los griegos optaron pues, por la opción más sensata: tomar las riendas y elegir sobre su economía sin que ésta fuera una orden de terceros.

   El día del referéndum era obligado volver a la capital, así que allí estuve. Había un ambiente totalmente relajado.

   Me sorprendió, tras una semana en la que solo se hablaba del referéndum, la tranquilidad con la que en Grecia se debate sobre política, aunque sea en conversaciones de bar.

    Periodistas de todas las cadenas tomaron la plaza Syntagma convirtiéndose ellos mismos en el espectáculo. Las filas en los cajeros seguían, pero la gente no dejaba de acudir a votar. De hecho la participación, todos lo decían, fue sorprendente habida cuenta que no se podía votar por correo y que buena parte de la población griega está desplazada de su localidad censal. Atenas y su área metropolitana concentran, de hecho, la mitad de la población del país.

   Luego vino la alegría desbordante, banderas, cánticos y finalmente, es historia sabida, un pueblo al que se ha tomado el pelo por enésima vez.

   El sábado en que el Parlamento votaba a las 3 de la mañana renunciar a lo expresado por el pueblo me recordaban que los dioses igual estaban castigando al gobierno, de momento el castigo más grande en los últimos años ha sido para la gente de a pie.

   A lo mejor es cierto y los dioses están cabreados, o bien han cerrado los ojos ante la tragedia que vive el pueblo griego. Un pueblo que, en cualquier caso, está harto de no ser dueño de su destino, de que dicten otros su realidad y les impongan unas cuotas de sufrimiento económico que los condenan para años.

   De cualquier manera ahora es un buen momento para conocer la realidad helena de primera mano, o en todo caso, de no permanecer indiferente a ella.

El blog del autor: http://yosiplauma.blogspot.com.es/2015/07/atenas-bajo-la-colera-de-los-dioses.html

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