Ágata Lys, la amante del señorito fascista


Por Carlos Calvo

  Su tiempo fue el de una España que iba loca por ver carne, esa suerte de sueño erótico (y lujoso) para el sufrido ciudadano patrio.

      La excitación en salas llenas de espectadores donde no se jadeaba por no derribar las reglas últimas del decoro. “España se ha puesto cachonda”, llegó a describir Camilo José Cela. Siempre inquietando seriamente los ánimos del respetable. Siempre intentando explotar el tan promocionado como dudoso parecido físico de la mítica Marilyn Monroe, una variación de la rubia sexy e ingenua en unos demenciales subproductos de las esquinas del cine español posfranquista. Era parte de una mítica delantera junto a María José Cantudo, Bárbara Rey, Nadiuska o las blancas y susanas Estradas. Las reinas del destape de los años setenta y ochenta del siglo veinte.

  Tiempo de anhelos. Lo de la represión, sí, la parte estúpida de la dictadura y la menos convincente de la religión. Ágata Lys, de este mito erótico hablo, llevaba muchas películas a sus espaldas sin poder abrirse francamente a nuestra mirada cuando la censura, al fin, cedió, sin democracia. Esta ‘sex symbol’ casera, musa de la transición, cetro siempre vacante que se disputaba semanalmente en el ring de las pantallas de cine y las portadas de las revistas, acaba de fallecer a los sesenta y ocho años. Chica de Valladolid -¿y la moral de provincias?-, desembarca en Madrid con su nombre real –Margarita García Sansegundo- para cursar filosofía y literatura, pero se decanta enseguida por la farándula. Se inicia en la televisión como una de las  azafatas del programa de Chicho Ibáñez Serrador ‘Un, dos, tres… responda otra vez’ y debuta en el teatro a los diecisiete años en el papel de doña Inés para un don Juan Tenorio cualquiera. Teñida de platino, el cine llama inmediatamente a su puerta para ofrecerle papeles secundarios, y entra en el momento justo en el que la comedia popular española se adentra en el destape, una industria con pocas aspiraciones artísticas, aunque también participa en el género del terror, el policiaco o el wéstern.

  Una primera etapa en la que trabaja en más de cincuenta películas. En 1973 lo hace en ‘Me has hecho perder el juicio’ (Juan de Orduña), con fotografía del aragonés Emilio Foriscot y protagonizada en el ocaso de su filmografía por Manolo Escobar; ‘Los fríos senderos del crimen’ (Carlos Aured), pésimo thriller sobre un estrangulador a sueldo; ‘El juego del adulterio’ (Joaquín Romero Marchent), una estimable versión del Clouzot de ‘Las diabólicas’; ‘Los Kalatrava contra el imperio del kárate’ (Manuel Esteba), calamitosa parodia del cine de artes marciales con los hermanos Calatrava; ‘Pasqualino Cammarata, capitán de fragata’ (Mario Amendola), bodrio con golpes a gogó, chicas y marineros; ‘Tres superhombres en el oeste’ (Italo Martineghi), estúpida entrega ambientada en la selva africana de una pequeña saga escrita, producida e interpretada por George Martin; ‘El último viaje’ (José Antonio de la Loma), moralista filme de denuncia sobre el consumo de drogas por parte de la juventud, o ‘Vacaciones sangrientas’ (Juan José Bernos), pésimo policiaco repleto de un erotismo vergonzante.

  En 1974 interpreta otro buen montón de películas: ‘Las marginadas’ (Ignacio Iquino), suerte de secuela de la fotonovela ‘Chicas de alquiler’ del mismo director; ‘Sex o no sex’ (Julio Diamante), con un José Sacristán en plan maníaco sexual vestido de emperador romano; ‘Las alegres vampiras de Vogel’ (Julio Pérez Tabernero y José María Elorrieta), subproducto con fotografía de Foriscot que ironiza sobre el género vampírico, ambientado en Los Cárpatos pero con rodaje en un parador de Cuenca; ‘La máscara de cuero’ (Mario Bianchi), insignificante wéstern entre el espagueti y la paella; ‘Una mujer de cabaret’ (Pedro Lazaga), insufrible melodrama con una Lys de ninfómana con pocas luces; ‘Onofre’ (Luis María Delgado), lamentable comedia erótica protagonizada por el zaragozano Fernando Esteso, quien no puede, ay, con la fogosidad de la Lys, o ‘Un, dos, tres… dispara otra vez’ (Tulio Demicheli), otra del oeste, con más paella que espagueti.

  La sombra del ciprés es igual de alargada en el segundo lustro de los años setenta: ‘El erotismo y la informática’ (Fernando Merino), insoportable artefacto sobre un experto en computadoras que programa su vida amorosa; ‘La noche de los cien pájaros’ (Rafael Romero Marchent), torpe adaptación del original teatral de Jaime Salom, con Carmen Sevilla y la Lys rivalizando por el amor de un hombre; ‘Avisa a Curro Jiménez’ (Romero Marchent), largometraje de aventuras del bandolero televisivo por excelencia, tan convencional como producido con cierto presupuesto; ‘El último tango en Madrid’  José Luis Madrid), penoso engendro sobre un tipo al que le van a amputar el pene, con lo cual se quiere divertir todo lo que pueda antes de la operación; ‘Striptease a la inglesa’ (Madrid), burdo vodevil ambientado en un chalet a las afueras de Londres; ‘Al fin solos, pero…’ (Antonio Giménez Rico), poco distinguido trabajo de un director que prometía; ‘Las camareras’ (Joaquín Coll Espona), bodrio en torno a la prostitución; ‘Las desarraigadas’ (Francisco Lara Polop), secuela de ‘Las protegidas’, del mismo director y el mismo Simón Andreu en el papel de detective privado; ‘Fango’ (Silvio Balbuena), fangoso melodrama con lencería fina, o ‘Una mujer y un cobarde’ (Balbuena), melodrama moralizante en torno a las relaciones de una prostituta y un sacerdote.

  La carga de la brigada ligera (de ropa) sigue a la carga con ‘La iniciación en el amor’ (Javier Aguirre), bodrio ambientado en la Grecia del siglo dos, con un romance entre un pastor de cabras y una pastora de ovejas, y fotografía de Artigot; ‘La nueva Marilyn’ (José Antonio de la Loma), la tópica historia de una provinciana deseosa de gloria artística; ‘Sábado, chica, motel, ¡qué lío aquél!’ (José Luis Merino), típico vodevil sin mayor trascendencia; ‘Sexy, amor y fantasía’ (Juan Xiol), de un erotismo vergonzante; ‘Deseo carnal’ (Manuel Iglesias), demencial de principio a fin; ‘Pasión inconfesable’ (Ramón Torrado), coproducción hispanomexicana de carácter folletinesco; ‘Trauma’ (León Klimovsky), deleznable variante de ‘Psicosis’, del maestro Hitchcock; ‘La transexual’ (José Jara), título nacido del éxito de ‘Cambio de sexo’, realizado un año antes por el gran Vicente Aranda; ‘El huerto del francés’ (Paul Naschy, alias de Jacinto Molina), mediocrísimo relato de dos criminales que realizan sus fechorías en el prostíbulo de su propiedad en la Sevilla de principios del siglo veinte, con la aparición del cantaor flamenco Manuel Tejuela, que residió hasta su muerte en el barrio zaragozano de La Magdalena…

  España se puso cachonda, sí. Y casposa. Con la muerte del dictador, en 1975, las ansias de libertad y democracia acabaron desatando una ola de erotismo que recorrería el país entero. Un boom de minifaldas, bikinis, lencería fina, desnudos, comedia y asuntos sociales de actualidad, en una fórmula que acabó por tejer un retrato involuntario de aquella España. Ya durante la década de los ochenta, Ágata Lys se aventura con espectáculos musicales (‘Agatízate’, ‘Ágata con locura’), que la llevan a emprender giras por todo el país. Su interpretación en ‘Los santos inocentes’, de Mario Camus, marca el inicio de una segunda etapa de su carrera en la que encuentra respetabilidad y papeles de fuste. Tras ser la duquesa de Longueville en ‘El regreso de los mosqueteros’, de Richard Lester, se pone a las órdenes del oscense Carlos Saura en ‘Taxi’ y de Fernando León de Aranoa en ‘Familia’. El teatro y la televisión también le proporcionan trabajo en series como ‘Vecinos’, ‘Curro Jiménez, el regreso de una leyenda’ o ‘Mamá quiere ser artista’.

  En ‘Los santos inocentes’ (1984), con música del turolense Antón García Abril, aparece con su pelo negro y hace el papel de la esposa del perito interpretado por Agustín González y la amante del señorito fascista interpretado por Juan Diego, una mujer tiránica y, a la vez, dolorosa y cargada de una sexualidad angustiosa, un personaje casi tomado de ‘La casa de Bernarda Alba’. El filme de Camus es un estremecedor acercamiento al territorio rural y cacique de la década de 1960, según la novela homónima de Miguel Delibes, con un guion –de Antonio Larreta, Manuel Matji y el propio realizador- en clave de poesía esperpéntica de audaz estructura (cada capítulo, un personaje), que recrea con tanta sobriedad como agudeza la España profunda con constantes imágenes de impecable hondura dramática.

  Como gran lector (y escritor), Camus entiende el intríngulis del original para plasmar una descripción inclemente de las relaciones feudales entre la familia de terratenientes y la de los campesinos que cuidan de la propiedad, entre la prepotencia y la humillación. El filme abre en canal la estampa del paisaje y por la herida se ve la miseria física y moral de la España en sepia, apolillada, de una época. La familia de Paco, “el bajo”, su mujer, hijos y el cuñado Azarías malviven en la choza de una finca y padecen las penurias y los caprichos de los dueños. No hay más poesía que la necesidad de una catarsis. Camus logra su mejor película –incluso supera su fuente literaria- gracias a un argumento tan crudo como verista enmarcado en tierras extremeñas, y cuenta con el refuerzo del recital interpretativo que nos brinda el reparto al completo.

  Como en las excelentes ‘Los golfos’ o ‘Deprisa, deprisa’, Saura vuelve a sumergirse en los submundos marginales para rodar ‘Taxi’ (1996), una historia de desencantos y violencia callejera vista a través de los ojos de una joven. En cualquier caso, las posibilidades del planteamiento (el fascismo cotidiano y el racismo urbano) naufragan en un desarrollo reiterativo y simplista, a lo largo del cual molesta el carácter esteticista y autoconcluyente de una iluminación a cargo de Vittorio Storao, y donde todo está subordinado a la más obvia conclusión metafórica, en la sempiterna tradición del cine con mensaje.

  Ese mismo año, Ágata Lys interpreta dos atractivos personajes en las respectivas ‘Pintadas’ y ‘Familia’. El primer trabajo es una personal adaptación del cuento de Rafael Azcona ‘Graffiti’, que Juan Estelrich (hijo) produce, escribe y dirige, su segundo largometraje tras ‘La vía láctea’. El otro filme es una sátira sobre la familia en la que Fernando León de Aranoa, en su debut como director de la mano del avispado productor Elías Querejeta, hace gala de su capacidad para equilibrar comedia y drama, tocando temas como la soledad, la incomunicación o la falsedad. Su protagonista es un cincuentón rico y solitario que decide regalarse una familia perfecta para celebrar su cumpleaños: una encantadora mujer, tres hijos espléndidos y una madre que lo quiere como nadie. El regalo perfecto.

  Y ese día, en efecto, todos intentan satisfacer al agraciado con regalos, atenciones y bromas. Sin embargo, poco a poco, como la vieja hila el copo, todo cambiará al tratarse de, literalmente, una farsa. La acción de ‘Familia’ transcurre durante veinticuatro horas en un único escenario para una historia repleta de sorpresas y sucesivas vueltas de tuerca, en una reflexión sobre la realidad y las apariencias, la representación y la ficción. Juan Luis Galiardo, además, nos regala una gran interpretación con un personaje que le va como anillo al dedo, bien secundado por el resto. El resultado, en cualquier caso, es tan original como ambiguo, que acaso no apura del todo la brillantez de su premisa, pero tampoco la desaprovecha. ¿Qué pasaría si se tuviese la oportunidad de cambiar a los miembros que no gusten de una familia, o de formar una nueva?

  La carrera de Ágata Lys sigue, sobre todo, en el teatro, con mención especial para el ‘Pelo de tormenta’ de Francisco Nieva. En 2004 rueda su última película, ‘Mala uva’, debut en la dirección de Javier Domingo, con guion de este junto a Sancho Gracia, a su vez protagonista de un relato policiaco teñido de humor negro no del todo desdeñable. Cuatro años antes rueda a las órdenes de Álvaro Sáenz de Heredia una comedia de enredo de asumida zafiedad, ‘Corazón de bombón’. Con ‘Amar en tiempos revueltos’ (2005-2012) ejecuta su último trabajo, una serie para televisión creada por el zaragozano Eduardo Casanova, para quien rueda más de ochenta episodios.

  Pero el nombre de Ágata Lys, por el amor de dios (o del diablo), permanecerá siempre asociado al cine del destape, a las películas que poco antes y después de la muerte de Franco vendieron carne para los españolitos reprimidos que habían sufrido la censura durante décadas. Lo de la represión, sí, la parte estúpida de la dictadura y la menos convincente de la religión. Aquí se ama el cine sin reducirlo a categorías. Hasta cuando España se puso cachonda.

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