Los estrenos en los cines: Fanatismos

151TimbuktuP
Por Don Quiterio

   “Estamos acostumbrados a mirar el mundo como si estuviese dividido entre buenos y malos. La razón por la que hice ‘Timbuktu’ es para rechazar la violencia y la barbarie, pero eso no debe impedirnos mostrar a esa gente.

   Son personas que han tenido una infancia, que han sido normales, aunque luego han cambiado y esa transformación les ha llevado a la yihad, pero también podían haber acabado en cualquier otra forma de criminalidad. Todo hombre, incluso un bárbaro como ellos, tiene capacidad de remordimientos. El arte debe demostrar las cosas”.

   Esto dice el mauritano Abderrahmane Sissako, director de ‘Timbuktu’, un retrato de la brutalidad y el absurdo del yihadismo y un alegato en defensa de las víctimas de esa locura. La película deja claro la barbarie a la que aboca el fanatismo religioso, pero no cae en tremendismos manipuladores, sino que emociona en su simplicidad, con su poesía, su neorrealismo, incluso su fino sentido del humor. La escena del homicidio accidental, en plano general, es de una belleza estremecedora. Una belleza sin falsos exotismos. 

  Además, esta película de narrativa costumbrista está contemplada por Sissako con una ironía subterránea, y eso le da una entidad especial en su intento de explicar el peligro que representa para el modo de vida tradicional nómada o bereber la constante agresión de las milicias que alteran su tranquilidad cotidiana, imponiéndoles normas y prohibiciones propias de su fanatismo religioso. ¿En qué medida es posible conservar la identidad de una cultura cuando la sinrazón pisotea sus raíces? Es la tabula rasa de la ignorancia imponiendo la violencia como único vehículo de comunicación. Un viaje por el lado oscuro del ser humano. 

  Otro viaje por el lado oscuro del ser humano lo propone el filme del estadounidense Bennett Miller ‘Foxcatcher’, una ficción clásica de una historia real de dependencias emocionales y ribetes casi sadomasoquistas, personal, brillante, inquietante, con un insólito ejercicio del silencio como clímax dramático, relacionada con la lucha libre olímpica y con los mecanismos de poder económico o político que lo sustentan, a través de la competencia de dos hermanos medallistas y la relación que uno de ellos establece con una magnate tan celoso como egoísta, tan excéntrico como paranoico. 

  Mucho menos interés ofrece ‘El destino de Júpiter’ (Andy y Lana Wachawski), una repetitiva y aparatosa ficción científica norteamericana donde se mezclan ingredientes de ‘Furia de titanes’ y ‘Terminator’ de forma sumamente embrollada que roza el disparate con estética de videojuego. En cambio, ‘La señal’ (William Eubank) es una visualmente impactante ciencia ficción, tan atractiva como confusa, con sabor a serie b, en un cóctel que aúna el género de epidemias, el de extraterrestres y el de superhéroes, y al que le falta solidez argumental para tropezar con un final demasiado simple. Por su parte, ‘La entrevista’ (Evan Goldberg y Seth Rogen) es una chabacana, torpe y chapucera sátira política sin trascendencia alguna sobre la dictadura comunista de Corea del norte, en donde el trazo grueso y la escatología prevalecen por encima del desarrollo del relato y su ritmo.

   Lejos del territorio experimental de ‘Memento’ (Christopher Nolan, 2000) o de la peculiar tensión de ‘Sola en la oscuridad’ (Terence Young, 1967), Rowan Joffé dirige la coproducción entre Francia, Suecia e Inglaterra ‘No confíes en nadie’, según el bestseller homónimo de S.J. Watson, un discreto thriller sicológico que nos habla de los meandros de la memoria y la amnesia, con un decepcionante desenlace. También basada en otro bestseller (el homónimo de E.L. James), Sam Taylor-Johnson dirige ‘Cincuenta sombras de Grey’, una mediocre historia de amor y dominación, de placer y dolor, a la manera de un anuncio de profilácticos y con unos diálogos imposibles para una suerte de cuento de hadas decorado con sexo. Una, en fin, tontuna dos siglos después de los escritos bárbaros del marqués de Sade, en torno a los avatares que rodean las vidas de una ingenua becaria del periodismo y un joven multimillonario, unidos por una relación sadomasoquista que promete más de lo que ofrece, por muchas cuerdas, fustas o antifaces que utilicen con, esto es, tontorrona fruición.

   Repleta de ambigüedades ideológicas y formalmente fría, casi metálicamente expositiva y con una cámara que se desplaza dejando constancia casi aséptica de lo sucedido, ‘El francotirador’, de Clint Eastwood, es una película bélica con tonalidad de wéstern que se basa en la biografía de Chris Kyle, un marine norteamericano enviado a Irak con la misión de proteger a sus compañeros de ejército, y deja aflorar al Rambo que el cineasta lleva dentro, a años luz del Jean-Jacques Annaud de ‘Enemigo a las puertas’. Eastwood, a la postre, conforma una trilogía patriótica con la antisoviética ‘Firefox’ y la triunfalista ‘Banderas de nuestros padres’, aunque en este caso hizo una segunda parte para equilibrar la balanza. En ‘El francotirador’, para qué negarlo, los nativos de Irak son salvajes o infieles que no merecen vivir. Parece que Clint Eastwood quiere dejar, antes de irse, una gran contribución a la memoria de los combatientes que han dado su vida por las barras y las estrellas. En ese sentido, es una película conseguida, pero John Ford y la caballería tenían otro talante de última hora.

    Nunca he sido un experto en cine de animación, pero con el nacimiento de mi hija –ahora va a cumplir cinco años- he repasado con ella, en ese tiempo, todo un género con su pros y sus contras. Y he de confesar que tiene su punto, pese a su irregularidad, ‘El libro de la vida’, del mexicano Jorge Gutiérrez, una suerte de versión mariachi del Tim Burton de ‘La novia cadáver’ que toma como base a un Orfeo y un Eurídice charros para descubrir el mundo de los no vivos y esa forma tan particular de entender el culto a la muerte heredado de los ancestros, con referencias a las surrealistas figuras oblongas de Salvador Dalí, las gotas de humor de Grim Fandango, las notas de ‘spaghetti western’ de Ennio Morricone, las alargadas narices picassianas o las perspectivas de la tauromaquia goyesca. Una animación tan colorida como abigarrada, tan divertida como socarrona. 

  También los personajes animados creados por Stephen Hillenburg en ‘Bob Esponja’ me parecen todo un descubrimiento, que harían las delicias del mismísimo Buñuel. Ahora se estrena su segunda aventura cinematográfica, ‘Un héroe fuera de casa’ (Paul Tibbitt y Mike Mitchell), repleta de frescura, dinamismo e ingenio, a la manera de un buen episodio de la serie televisa. Un puñetazo en la línea de flotación de la lógica discursiva, la oportunidad de abandonarse al instinto primitivo de la carcajada, la pura fiesta, la risa desatada, mediante unos diálogos tan groseros como sofisticados y un humor surrealista, siempre bien entendido. 

  “El humor es comunicación, un elemento esencial para contar las cosas. El humor debe ser utilizado como un elemento narrativo porque una película no trata de alcanzar la verdad, no es una declaración, es otra cosa. Debe tomar distancia para permitir que sea el espectador el que escoja. Es un elemento más, como los movimientos de cámara, la música, y todo eso forma parte del diálogo con el público”. Palabras del mauritano Abderrahme Sissako, director de la espléndida ‘Timbuktu’.

Artículos relacionados :