India: billete de ida / José Joaquín Beeme

 
Por José Joaquín Beeme

 

     Si no fuera porque estamos ante jubilados británicos golden card con resabios colonialistas, que queman sus últimos cartuchos en la dorada Rajastán, este viaje sin retorno a las fuentes de la vida podría condensar una verdad universal: para ganarse un envejecimiento no claudicante es preciso vivir, recuperar el presente —que avanza a medida que retrocede el fardel de pasado que llevamos a cuestas—.

    Yo escuché a John Madden proclamar su buena nueva, al tiempo que recordaba divertido los roces de plató del plantel de egos chespirianos que había reunido en Hotel Marigold, y no era otra que acercar el difícil, vitando argumento de la muerte a una especie de renacimiento que sólo fuera del tiempo y el lugar de costumbre puede suceder, desplazando el epicentro de nuestras emociones a otro mundo. Arriesgando la vida, para salvarla (aunque sea en el último minuto). Hermosos los retratos otoñales, sobre todo femeninos (con el toque gay, forsteriano), que propicia este destartalado establecimiento apartado de cualquier parámetro occidental, léase modernidad, eficiencia, lógica empresarial. La India es el gran reservorio espiritual de la cultura anglo, del que beben desde los escritores (papá Kipling) hasta los rockeros (Kashmir!), en flagrante contraste, válgame el odioso parangón, con nuestra escasa literatura o música o pintura de inspiración africana: exotismo posible, asimiladas o acriolladas las Américas. A pesar de la letra chica que en el reparto toca a los excelentes actores indios, como en los tiempos de David Lean y no obstante fulguren en el estrellato patrio, toda excursión cinematográfica al gran continente de bronce depara siempre agudos motivos de reflexión y extrañamiento. El privilegio de estar vivos en la eterna rueda juntacadáveres.

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