Quejicas / María Dubón


Por María Dubón

      Estamos cansados, apesadumbrados, saturados, desmotivados, no dormimos bien, sufrimos falta de concentración, ansiedad, soledad.

     La OMS dice que este estar hasta el gorro se llama «fatiga pandémica». La incertidumbre lo abarca todo, en especial la salud y la economía. No sabes si, pese a todas las precauciones que tomas, el virus acabará infectándote. No sabes si podrás salir algún día de tu cárcel-provincia. No sabes si algún año de estos podrás abrazarte con la gente sin sentimientos de miedo o culpa. No sabes en qué día vives. No sabes hasta cuándo mantendrás el control o si perderás la cabeza y te pondrás a aullar tus frustraciones desde el balcón, a la luz de la luna llena. No sabes vencer la sensación de soledad que te domina a ratos y cada vez entiendes más a esa gente que monta fiestas sin mascarilla y sin distancias. Total, de algo hay que morir. No sabes pasar sin las videoconferencias, los chats, los vídeos de gatos y de chorradas, que te conectan con el mundo.

    Se han empezado a estudiar las consecuencias de la pandemia: sociales, económicas, psicológicas, de salud, en las que sobrevivimos. Tenemos reacciones irracionales, estamos susceptibles, irritados, desubicados en una realidad dislocada. Las neuronas se embotan y ralentizan su funcionamiento. Salimos de una reunión de trabajo online y entramos en el comedor familiar de los primos de La Habana, así, en un par de clics.

   Nos quejamos de las filas en la calle al ir a comprar, de haber perdido la sensibilidad en los dedos con tanta desinfección, de caminar cegato con las gafas empañadas, del agobio de la mascarilla, de no saber qué restricciones se aplican donde vives porque las cambian cada cinco minutos, de tener que calcular constantemente la distancia para no juntarte demasiado con otra persona, del monotema en los medios: cifras de contagios, de muertos, de índice de propagación de la pandemia, de las nuevas cepas, de las vacunas que nos ponen o nos dejan de poner, de tener que pedir cita hasta para ir al lavabo, de los políticos que gestionan la pandemia, de las filas del hambre, de pasear por calles con todos los negocios cerrados.

    Nos sentimos cautivos y, pese a todo, nos dicen que no tenemos derecho a quejarnos. Peor están los que han muerto, se consuelan algunos. Pues no sé yo si estar vivo en esta vida es mucho mejor.