La muerte y la vida, esquizofrenias de lo diario / Eugenio Mateo

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Por Eugenio Mateo

     Había preparado un texto titulado “Interpretaciones de la democracia” que iba sobre los sucesos de un plebiscito envuelto en unas elecciones autonómicas. La realidad impone sus reglas de manera inapelable aunque esa misma realidad cotidiana que nos circunda pueda ser tan cruel como inesperada, capaz de alterar cualquier propósito.  

    Esta mañana de resaca electoral en la que todos cuentan  más de lo que saben  y todos entienden menos de lo que presumen, iba yo camino de mi peluquero para rebajar un poco el aspecto de clochard que me envejece aún más si cabe. La persiana bajada de la peluquería me sorprendió dada la hora y el día. La vecina de un negocio contiguo me aclaró mis dudas: Pepe murió hace unos días, aclaró la moza con mirada triste. Fue un estilete frío  el que traspasó la sorpresa. Al final, resulta que mi amigo Pepe Bengoechea, reputado peluquero y estilista,  murió en acto de servicio,  trabajando en su peluquería, de un maldito infarto y yo no me había enterado, quizá por no leer las esquelas o por culpa de no haberme encontrado con amigos comunes, también por haber retrasado  demasiado el arreglo capilar. Han sido muchos años de conocimiento, no solamente de profesional y cliente, sino de amigo de la noche, con aficiones comunes por la pintura, de tantos amigos compartidos y afines,  de conversaciones al borde del efluvio, de compartimientos  éticos y estéticos. Su edad no merecía esta muerte prematura, este derroche de aislamiento para siempre,  pero forma parte ya del recuerdo imborrable de muchos como yo. Mi homenaje a un ser humano bueno  al que su soledad le llevó parejo con la mía a coleccionar telas con firma. ¡Pepe, suerte donde vayas! Si ves a tu admirado Mira, dale un abrazo de mi parte.

   La cadena de eslabones en la que somos transportados  asidos  manos con manos tiene estas cosas. Por un momento dejaron de importar nada que no fueran los recuerdos de nuestros momentos compartidos. A la mierda las caras de los sediciosos con sus sonrisas tenebrosas, a la mierda el artículo escrito hace unos días pendiente del retoque previsto para esta noche. Mañana será otro día, aunque no estoy tan seguro. Enciendo la tele y todo me habla sobre los perdedores que se creen ganadores y sobre los ganadores que no han ganado nada. Dejo a un lado el estupor de la muerte  y me emborracho de hartazgo de independientes con pedigrí y de independentistas burgueses que cortejan a los que otrora llamaron perro flautas. No he podido  escuchar voces imparciales, los bandos ocupan el espacio vacío que antes llenaba la indiferencia. En los balcones de esta ciudad ondean banderas nacionales, en muchos ojos brilla el odio;  imagino que en las tierras vecinas se habrán despertado con resaca, los unos de cava, los otros de sangría. La trinchera  omnipresente permite ver de cerca al enemigo. Otra vez la sangre que se sube a las sienes. Los de un lado han conseguido resaltar que es fácil ser dirigido hacia donde quiera la propaganda, los del otro han persistido en no darse por aludidos, sin embargo todo ha cambiado, y mientras tanto las matemáticas sufren la paliza de la interpretación según del cristal por el que se mire  el resultado.  Pepe se reiría conmigo de ciertas caras, porque el sillón del barbero es el mejor atril sobre lo humano y lo divino.  Los rostros son el espejo del alma y de caras va la cosa. A falta de descubrir que guardan realmente las palabras, las caras ayudan a conocer el enunciado.  Hay dos caras que me dan miedo y otra que me da risa. El President  Mas y  un tal Bosch, de la ERC, tienen cara de felón, no hay término medio. Felón es aquel dispuesto a traicionar a su santa madre, si se tercia, y su sonrisa trasmite la inexpresable sensación de no ser de fiar. Su sonrisa no engaña, sus ojos entornados y el rictus de sus labios planos vaticinan pocas bromas. Igual es un prejuicio mío y estos santos varones son en la intimidad seres entrañables. La otra cara, la de esfinge permanente sorprendida, me da risa. Junqueras  me da risa porque intenta bromear con exclamaciones que no tienen ninguna, con un humor payés que huele a butifarra, como si quisiera hacer amigos entre los que detesta, como el abuelo cebolleta que te pisa un callo  pidiéndote perdón. Ya sé que el rigor exige aplicarlo, perdonen los aludidos y perdonen los lectores  esta descalificación que nace de un mal día. Las posturas necesarias en estos momentos exigen mucha altura moral y no sé si la tienen todos los protagonistas. La política es el arte de hacer posible lo imposible y el enfrentamiento es el fracaso del diálogo entre sordos.

    Yo, que soy de letras, me hago muchas preguntas por lo poco que sé. Acepto mi ignorancia, qué le vamos a hacer, no todos somos sabios. La cuestión que más me quema es si el gobierno central habrá puesto encima de la mesa el valor de las inversiones ejecutadas en  aquel magno territorio que un día heredó todo el imperio de Carlomagno, en  un claro chalaneo cobarde  de dar para evitar que pidieran más. Obras como el AVE, el Puerto de Barcelona, Las Olimpiadas, la mano de obra barata que Franco —tan valiente según algunos— les llevó para acallarles, y tantas que han hecho del mapa patrio un lugar de agravio comparativo. En definitiva, ¿podremos saber que si se van por fin alguien pagará lo que deben?  ¡Hagan juego! Ellos, los catalanes, hermanos, dicen: Encima de puta poner la cama. Nosotros, los aragoneses, hermanos primos, decimos: éramos pocos y parió la abuela.

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