Por Al Caponi & Darío C. de Sirope
En los tiempos recientes, Queroises, el profeta de Lambayavéh andaba con sus huestes convertido en un pastor por los desiertos monegrinos paseando desesperado a sus huestes sociohebráicas, luego de la decisión del faraón Azcón de expulsarlos de la gusanera entera, bien es verdad que Lambayahvé mensualmente les enviaba el maná que aún conservaba escondido en la Diputación Provincial de Zarabola y de cuyo cofre tenía las llaves que un día le entregó el mismísimo dios antes de coronarse en el Olimpo Pignateliano. Entonces fueron tiempos felices.
Pero recientemente mientras Queroises cazaba en las vaguadas que rodean el Pico del Rayo en la sierra de Vicor y término de Tobed, vio luego de almorzar y después de fallar –misteriosamente- muchos tiros a las piezas que apuntaba y que aparecían a cientos a su alrededor (perdices, codornices, libres, corzos y palomas), observó una aliaga gigante que comenzaba peligrosamente a prenderse fuego.
Rápidamente se acercó y cual no fue su sorpresa al notar que llamas eran inmensas pero no quemaban. Y del centro de la llamarada comenzó a configurarse la cabeza gorda de Lambayahvé a quien tan bien él conocía pues no en vano le apuntó con su dedo antes de dedicarse a este pastoreo infructuoso. Dejó el profeta la escopeta en el suelo y se arrodilló ante la visión mientras gritaba su nombre.
-Silencio, Queroises…Has visto que has fallado más que una escopeta de feria….
-Es que Lambayahvé….
-Llámame simplemente Yahvé para abreviar…
-Como quiera su Eminencia. Decía que hace mucho que no cazo y tengo la escopeta oxidada.
-No, chaval, he sido yo, para que veas quien manda. Y ahora escúchame bien: Déjate de hacer el mamón, toma los estatutos y saca a los sociatas de Aragol de la esclavitud de Azcon. Yo le voy a mandar unas plagas, pero tú empieza a preparar la batalla para que el éxodo que te espera no dure una eternidad, que eres capaz…Toma estas tablas de estatutos, baja a la monegrada y empieza a comerle en tarro al personal.
Queroises caminó por el Puntal de San Iñigo, la peña de Acivillo, los cabezos de Calvario, Valverde y Valdeburgueño. Se plantó en Tobed y a toda marcha se dirigió con su coche hasta la laguna de Sariñena donde había dejado pastando a todos los sociohebráicos.
Pero cuál fue su sorpresa al ver que en lugar del escenario que había mandado preparar en el Centro de Interpretación para festejar su regreso se alzaba un gigantesco túmulo que culminaba en una enorme escultura de un becerro de oro cuya cabeza le pareció entrever a la del mismísimo Sumo Sacerdote Pedro Sánchez. En su torno, toda la muchedumbre bailaba, bebía y fornicaba como si no hubiera mañana.
Fue tal su mosqueo que se subió a la más alta torre de sonido montada en el escenario desde la cual arrojó al suelo, enfurecido, los estatutos de piedra que se hicieron añicos, naturalmente
Así pues, Queroises buscó ansiosamente entre la multitud a Beltrani Blazquezzi (a la sazón delegado del becerro en Aragol) y siguiendo el consejo de Aaron (su creador) le propuso que trasladara al Becerro la siguiente propuesta: constituir una jefatura bicéfala entre Pilili Alegrías y él mismo para pasar la Gran Odisea que se avecinaba guardando él el ganado y comprometiéndose a no aspirar a la corona del Pignateyi y preparando a los sociohebráicos de Zarabola para convivir pacíficamente con los monegros oscenses hasta que fuera derrotado el faraón Azcón con la ayuda de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo y poder, de este modo, llegar hasta Caná y celebrar allí una buena boda y la doble jubilación de Lambayahvé y la suya propia lo que significaría la alianza de amor entre el Becerro, el esposo y el Partido, su amada esposa. Esta unión del Becerro y el Partido desarrolla el simbolismo matrimonial de la alianza de Dios por su pueblo escogido, los sociohebráicos y que ya encontramos en el Antiguo Testamento.
Mientras estos hechos se iban sucediendo, es decir, el pacto de Queroises como Secretario General y Pilili aspirante al Pignateyi hasta las Jubilaciones de Caná, los espías y escribas del faraón Azcón se desgüebaban sobando las pirámides con delectación