Dalila y la conmutación de frecuencias


Por Esmeralda  Royo

     A los 16 años, Hedwig Eva Maria Kiesler decidió que quería abandonar los estudios de ingeniería y comenzar arte dramático.

   Sus padres, vieneses y judíos secularizados, pensaron que se trataba de una excentricidad más de la superdotada Hedwig y como amantes del arte supusieron que, aunque el piano estaba mejor, el teatro no estaba mal. 

  En aquel hervidero cultural y vanguardista que era Austria antes de que el ejército de los muertos pretendiera hacerse con todos los reinos del mundo, ella decidió que quería aprender con el más prestigioso, Max Reinhardt.

   En 1932, la que años más tarde fue considerada “la mujer más bella de la historia del cine” (no confundir con Ava Gardner, “el animal más bello del mundo”), fue la primera actriz que apareció desnuda y simuló un orgasmo en “Extasis”.  La película se convirtió en un escándalo monumental, fue prohibida en los cines, condenada por el Vaticano y lanzó a Hedwig al estrellato, provocando que aquellos que no tenían idea de su existencia, la conocieran.

   Papá Kiesler decidió que una cosa era ser amante del arte más vanguardista y otra muy diferente pasear desnuda por la campiña checa, así que recurrió a una solución drástica: casarla con Friedrich Mandl, un hombre que lo tenía todo y nada bueno. Tirano celopático y magnate de la industria armamentística que, pese a ser de origen judío, sería considerado “ario honorario”:  la única demostración documentada de que Hitler hizo la vista gorda.

   Hedwig pasó de ser un sueño erótico a estar confinada en su habitación, salir de ella acompañada de asistenta y guardaespaldas y ducharse solo si su marido estaba presente.  La exhibía en sus reuniones de trabajo, algunas con el mismo Hitler, pero lo que no sabía era que éstas eran aprovechadas por ella para absorber conocimientos y recopilar datos. En este tiempo acuñaría la frase “Cualquier chica puede ser glamurosa.  Todo lo que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer estúpida”

   La forma de salir de este infierno estuvo a la altura de Hedwig y de Hollywood.  Una versión es que se descolgó de la ventana de los servicios de un restaurante.  Otra, que hizo lo propio desde su habitación, tras sedar a su asistenta con la que mantenía una relación.  Lo cierto es que fuera una u otra ventana, emprendió una angustiosa huida que duraría días, siempre perseguida por los guardaespaldas.

    Las joyas que le había regalado su marido sirvieron para venderlas y poder llegar a Londres, donde embarcó en el trasatlántico Normandy con destino a EEUU.  ¿Sabía Hedwig que en ese barco  se encontraba Louis B. Mayer, el magnate de la M.G.M?  Quedémonos con el hecho de que cuando ambos desembarcaron, Hedwig había firmado un contrato y tenía nuevo nombre:  Hedy Lamarr.

    Era tan apabullantemente guapa que cuando John Ford se dio cuenta en el rodaje de “Mogambo” que el equipo estaba embelesado con Ava Gardner, dijo:  Si, preciosa, pero no es Hedy Lamarr.

   No sabemos si porque ella eligió mal los papeles o porque los estudios, propietarios de la carrera y vida de los actores, no se lo permitieron, no protagonizó Luz de Gas ni Casablanca y se quedó a las puertas de ser Scarlett O`Hara.  Sí trabajó con Vidor, Tourneur y  Cecil B. de Mille, que le brindó dos oportunidades: protagonizar Sansón y Dalila y trabajar con el peor actor de Hollywood, Victor Mature,  

   En 1940 asistió al estreno de Ballet Mécanique, de George Antheil, un músico que produce un enjambre sonoro sincronizando sin cables, 16 pianolas acompañadas de  martillos y hélices de avión.  El público terminó arrancando las butacas y arrojándolas al foso de la orquesta y ni siquiera los espectadores más vanguardistas, como Picasso y Man Ray, lo entendieron.  Hedy Lamarr si.   El resultado musical le importaba un bledo, lo importante era que tenía la solución para lo que ideaba por la noche mientras filmaba por el día.

   Los científicos al servicios de la guerra no sabían como evitar que las comunicaciones fueran interceptadas por el enemigo.  6 meses de colaboración entre Antheil y Lamarr dieron con la solución: La conmutación de frecuencias.  Es decir, una pianola en la estación emisora, otra en la receptora y mensajes cortos con cambios de frecuencia continuos para evitar interferencias.  Solo podrían descifrarlos aquellos que supieran la melodía.  Un torpedo teledirigido podría llegar a su destino sin ser aniquilado en el recorrido.

   De la misma forma que los musicólogos habíán destrozado a Antheil, los científicos se rieron del invento de las pianolas sin cable.   ¿Un músico y una actriz?, dijeron,  cada uno que se dedique a lo suyo, sentenciaron. Que así sea, debió pensar Hedy, dedicándose durante la contienda mundial a subastar besos a cambio de bonos de guerra, consiguiendo la nada desdeñable cifra de 7 millones de besos.  Digo bien: besos, no dólares.

   El invento, aunque fue patentado, no dio ni un centavo, porque hubo que esperar a 1957 a que fuera desarrollado y solo cuando la patente había caducado, el gobierno americano la puso en práctica, por primera vez, en la crisis de los misiles en Cuba.

   Cuando Hedy Lamarr llegó a esa edad en la que ya no hay papeles para una actriz, se puso con temas menores como el de los collares fluorencentes para perros o el de la Coca Cola instantánea, para lo que pidió ayuda al gran loco de Howard Hughes que, entusiasmado, le prestó a tres de sus químicos.

    Es cierto que los reconocimientos y premios llegaron, a la vez que la amargura por su tardanza pero no es menos cierto que no fue a recoger ninguno.  No quería que la vieran con 80 años.

    El día del inventor en Austria se celebra el 9 de noviembre en honor a la INGENIERA “mas bella de la historia del cine”. No es para menos, puesto que todas las tecnologías inalámbricas de que disponemos, tanto la telefonía de tercera generación, como el wifi o el BlueTooth, se basan en el cambio aleatorio de frecuencias.

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