“Caminante, no hay camino…”


Por Paco Bailo

     No sólo de novela negra o pseudohistórica vive el hombre, que tampoco la mujer, y quienes gustamos de la frase larga, bien construida, de la metáfora…

….en su punto, de la comparación ingeniosa, del adjetivo en su justa dosis, de la ironía sutil o del humor elegante estamos de enhorabuena ante el último libro de nuestro vecino Julio José Ordovás.

     Dieciocho años van a cumplir las ciento ochenta páginas de aquellos “Días sin día” (número 31 de la colección Carrachinas de Xordica) y en el centenar de hojas de “El peatón sentimental” (nº 105 de la misma serie) hay amaneceres y ocasos, nieblas y puentes, urracas y palomas y calles y plazas de una Zaragoza que “…no es la ciudad más bonita del mundo, pero tiene su encanto”. Si nos han nacido o hemos vivido en los barrios de esta urbe la mirada de Ordovás nos va a descubrir unas luces y unas sombras que en algún momento nos han acariciado sin apenas ser conscientes de ello, pero cuyo roce o estremecimiento quedó en nuestra memoria lejana y se despereza entre estas páginas y sus paisajes.

    Más que un manual de sociología como nos advierte la contraportada vamos a encontrar otro de historia contemporánea más que reciente. La pandemia le ha prestado al autor unos prismáticos tirando a microscopio con los que nos descubre espacios y momentos que hemos compartido sin encontrar las palabras que Julio José nos regala con la pericia de su experiencia.

    En la primera parte, “Paseos”, se nos ofrecen más de una veintena de recorridos de la mano de un guía detectivesco, al que no se le escapan las circunstancias de lo ocurrido. Entre esas caminatas se adivinan sus lecturas de Dostoyevski, “el primero que me dijo la verdad”, o Nietzsche. Capítulos como “Latidos” hay que leerlos varias veces por el simple placer de disfrutar con el ritmo de las palabras, y hay varios más como “Caras” o “Plazas”, unas letanías como un obstinato a ritmo de Bolero de Ravel. Más guiños hay al cine ya sea de Tati, Bergman, Buñuel, Hichcock o Kaurismaki.

    No es habitual encontrar en las publicaciones actuales una frase de diez líneas con un par de adjetivos en su sitio que hace de su digestión en nuestro cerebro un auténtico placer casi sensual y se agradece, se reconforta la esperanza en la literatura.

   Que “Tiempo de silencio”, la única novela completa del psiquiatra Martín-Santos, fuera la primera “lectura seria” del autor, como nos confiesa en uno de sus entrañables recuerdos, quizá nos explique que él mismo haya tendido en el diván a Zaragoza y le haya hecho confesar algunas de sus intimidades que nos permiten entenderla, y por lo tanto amarla, un poco mejor.

    La segunda parte, “Fantasmas”, nos habla de Goya, que “oía por los ojos”, de Kafka y su Praga, de soledades y amputaciones, de los sueños del joven aún no autor, de la “ciudad como calidoscopio sentimental” y hasta de “gatos sin techo y sin papeles”.

    Para colmo se lee en una tarde de sofá o en una mañana en un banco del parque Bruil o de cualquiera de nuestras plazas al sol. Eso sí, nos deja con la adicción de volver a alguno de sus capítulos días después para nutrirnos de las necesarias dosis de poesía camuflada y de poner a bailar las neuronas al ritmo de su preciso vocabulario.

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