Ángel Guinda: poeta existencial de la ética de la estética.


Por Jesús Soria Caro

   La obra lírica de Ángel Guinda supone un combate contra los significados de la vida, las normas impuestas a lo largo de siglos de civilización.

     La libertad es la esencia del ser que ha sido domesticada por lo social, las convenciones, las leyes, las normas. Para Alfredo Saldaña su obra contiene una raíz ética que se unifica en el árbol estético de la mirada de quien cree que poesía, ensayo, aforismos y cualquier otra vertiente literaria son ramas surgidas de la misma savia, la de “la necesidad de una estética que no se desvincule de la ética… sus poemas presentan altas dosis de contenido ético, didáctico y moral, del mismo modo que bastantes de sus aforismos destacan por su plasticidad y su alcance estético”. (Lasheras y Saldaña, 2016: 225).

     Su poesía nos ofrece una mirada desde los ángulos otros de la ruptura, pero también hay una necesidad de encontrar sentido al orden final que gobierna nuestra existencia, una respuesta que explique el porqué de nuestro ser.  En sus versos afirmaba Guinda: “Tengo miedo a leer, tengo miedo a escribir. Las palabras aparecen para desaparecerme” Para Saldaña este pasaje ejemplifica cómo el yo lírico desaparece, se desintegra cual Empédocles deja de ser su yo, para así poderlo ser todo. Al desaparecer, no en el cosmos, sino en el lenguaje poético, puede ser todos aquellos yoes que anidan en su introspección, que no ha podido ser; ya que estos unificados por el yo social han sido silenciados por su identidad subjetiva, su voz psicológica:

    Las palabras del poeta no prueban sino la desintegración de su identidad, la disolución de su propio ser en el propio lenguaje, no son sino el eco desvanecido de una voz apagada, el hueco en el que finalmente se oculta y es. De ahí la glosa de Rimbaud y el conflicto de identidades que encontramos en este libro “Yo es otros que no quieren ser yo” (Pérez Lasheras y Saldaña, 2016: 226).

 

            El hedonismo se agota. El transcurrir de la existencia es el notario que registra la caducidad de nuestro tiempo de placer. Hay también que encontrar un sentido en el viaje por el ser, en el transcurrir hacia el final:

 

Uno busca, en esta vida, algo

que en otras vidas cree haber perdido.

Nadie sabe qué puede ser,

y todos darían casi todo

por encontrarlo en su interior. (Guinda, 2017: 10).

 

            Es la vida quien se ha fumado al poeta, interesante personificación que pone en duda que él sea el actor sino la sustancia que se consume. Hay un interesante juego de inversión lógica cercana al Imaginismo de Ezra Pound, ya que anteriormente el yo lírico se había fumado todo lo nocivo (humos, contaminación) y también lo placentero (el clítoris):

Me he fumado la vida

como el tiempo se me ha fumado a mí.

[…]

He fumado los gases subterráneos

del metro en sus andenes;

el aire de Madrid sucio

como una traición a la luz más hermosa;

las nevadas del yeso en las pizarras,

la hoguera negra de los tubos de escape

[…]

la avellana tan blanda de los clítoris,

la espesa polvareda de lo siniestro

cuando huía de mi sombra,

y mi vida hecha polvo,

y el polvo que seré

bajo el árbol secreto de la muerte. (Guinda, 2017: 11).

 

            Hay textos que tematizan la metapoesía o metalenguaje, la verdad que arde en el yo lírico que es adulterada, convertida en cenizas de lo indecible si se reproduce con las palabras y sus limitaciones de significación. El ser, su existencia, su libertad buscada, la esencia de nuestra razón de vivir y tener pasión por nuestra historia, la vida y el progreso hacia lo desconocido que es el futuro. Hay todo un mundo de formas que mezclan emociones, ideas, sentimientos, vacíos. No existen significantes en los que atrapar lo que, al ser reducido al signo y su verdad cerrada, no queda nombrado en su totalidad, sino expresado de forma falaz, condicionado por las posibilidades fijas de lo decible:

 

Quise apresar el mundo con palabras:

quedé atrapado en ellas.

Busqué palabras como mundos:

enmudecí.

Sin mundo, sin palabras,

persigo, en el humo, la luz. (Guinda, 2017: 14).

 

        La “caja” es la metáfora de nuestra sociedad encerrada en convenciones. El autor hace una denuncia a la falta de libertad. Todo está establecido: nuestras relaciones sentimentales, el orden urbano, vital. Hace un juego con los valores etimológicos de la palabra para denunciar la imposición de encajar:

Lo diría un indígena y tendría razón:

“ustedes tienen la vida organizada en cajas:

nacen y los depositan en una cajita

su casa es una caja y las habitaciones

son cajas más pequeñas.

Suben a la casa en una caja,

bajan a la calle en una caja.

Viajan en una caja.

Duermen y hacen el amor en una caja.

A través de una caja ven el mundo.

Cambian de casa: lo meten todo en cajas.

Los bancos y las cajas hacen caja.

Y cuando mueren

los introducen también en una caja”

Todo está hecho para que encajemos.

Nos encajan la vida.

Algunos no encajamos y nos desencajamos. (Guinda, 2017: 23).

 

            El verdadero viaje no es el que se acomete hacia lugares remotos, desconocidos, sino el que debe tener lugar en nosotros, en las zonas abisales, desconocidas, parajes que requieren valor para ser explorados. Esos otros mundos inalcanzables están en nuestra alma, en los espacios más recónditos e insondables, en sus abismos en los que debemos adentrarnos:

 

Fuera de ti no esperes encontrar

lo que dentro de ti nunca has buscado.

No es más hermoso el sol de otros lugares

por lejanos que estén.

Lo que importa es la luz que da vida a tus ojos.

No fatigues tus días

en recorrer países en busca de otros mundos.

No tardes en emprender el viaje a tu interior,

no vaya a ser que pronto sea tarde.

No estás de ti tan cerca como crees,

ni es tanto el tiempo del que aún dispones

para descubrirte y conquistarte. (Guinda, 2017: 38).

        Idea que es reiterada en uno de los poemas inéditos “HAS ENVUELTO”  en el que se alude a que más allá del infinito está el yo, más inalcanzable todavía en su totalidad, en todas sus vertientes introspectivas: “Viajar al infinito no es bastante./El gran viaje comienza en uno mismo:/dentro de ti, más allá/fuera de ti, más adentro” (Guinda, 2017: 41).

 

            Lo social está presente en su obra, aquí quienes cruzan el mar buscando una oportunidad son rechazados. Son casi como las huestes del Cid, a las que el miedo les hace ser ignorados. Aquí el opresor es el poder global, la débil grandeza de nuestra enfermedad consumista:

ALEJADOS  de nuestros países

tejíamos el alto mediodía.

El aire desplegaba blancos, azules, amarillos.

¡Qué puente de temblor tanto ensimismamiento!

En la cala enrojecida del crepúsculo

la eternidad nos dio sed,

pero el agua de las emociones no es potable.

Nos abrazó la noche

y se borró el camino de regreso.

De espaldas al mar

golpeábamos las ventanas encendidas:

no nos abría nadie.

Empujados por los ojos del frío

caminamos a ciegas

hasta alcanzar un barrunto de civilización.

¡Y era la nueva vida, y era un mundo mejor! (Guinda, 2017: 46)

     Se reflexión sobre el tiempo, su imposibilidad de volver atrás a aquello que amamos o querríamos recorrer en otra bifurcación de los deseos. Se plantea si es final del final existe tal y como lo podemos imaginar desde la razón, o si tal vez hay algo, que sea pregunta sin respuesta, que gobierne el destino de nuestra desaparición. El poeta comprende la belleza de los contrarios, su misterio, porque donde anide este, como escribió Bécquer, habrá poesía:

PREGÚNTATE por la grandeza de lo insignificante

por qué el tiempo no echa marcha atrás.

Pregúntate que eras antes de lo que eres,

a dónde irás después de estar aquí.

Pregúntate qué dirá la tierra cuando cruje,

por qué el sol abrillanta las piedras mojadas

y el consuelo no sofoca las lágrimas en llamas.

Pregúntate qué fue de tu juventud,

de la magnificencia de los cuerpos que amaste (Guinda, 2017: 49).

 

    La obra de Ángel Guinda es la indagación del poema como territorio de ausencia del mundo. Lugar del afuera desde el que buscar la libertad para el yo y para el mundo. Romper los límites del significado para así romper los del mundo. Hay palabras que en lo poético viven y mueren, otras traspasan las fronteras del lenguaje, abren puentes a una mirada al mundo, se hace posible lo imposible. Guinda, como señala Ángel Crespo, es un poeta maldito que “predica, con acentos provocativamente poéticos, la destrucción que necesariamente ha de preceder al nuevo orden soñado por él” (Crespo, 2008: 334). Esta perspectiva es especialmente subversiva en sus primeros libros, como Vida ávida, que ofrece una crítica a la opresión social, moral, religiosa que ha ido borrando el rastro de nuestro yo otro libre, ese no-yo primigenio, esencia de nuestra libertad borrada a la lo largo de la Historia. En “Domadores de hombres” critica ese orden moral infiltrado en nuestra subjetividad, que oprime al no-yo: “¿a qué amo servís? ¿De qué otra vida habláis?/Mansos, ¿qué fuerte debilidad os incita a la doma?” (Guinda, 1980: 19).

    Claro interior ofrecía la lucha social en el sentido de libertad del yo frente a las verdades del poder que gritan en nuestro silencio nuestra verdad. El poema se presenta como territorio de ausencia del mundo. Lugar del afuera desde el que buscar la libertad para el yo y para el mundo: “Escribir el poema/es estar, a la vez,/dentro y fuera del mundo/y de nosotros mismos/…/traducir el silencio,/atropellar la luz”.  Se rompe los límites del significado para así romper los del mundo: “Yo vine al mundo para destruirlo/… Pero la vida es un arma frágil,/pero la muerte es indestructible/ Yo persigo la luz de lo profundo”. En este poemario también se tematiza la metaliteratura como metavida, un lenguaje de nuestro lenguaje, una representación del silencio el que queda la voz invisible de nuestro yo, este muestra palabras que viven y mueren otras traspasan las fronteras del lenguaje, abren puentes a una mirada al mundo: “Hay palabras que viven;/palabras que mueren/y palabras que matan:/sólo algunas traspasan”. También aparece la fuerza de la poesía que hace posible lo imposible: crear belleza desde lo más oscuro como la fealdad de la barbarie, la destrucción: “Mi cabeza es un mar y, en su fondo, los niños/juegan a ver caer caramelos de fuego”.

 

     La guerra, tema tan actual fue objeto de denuncia del poeta, resaltando con fuerza onírica y crítica las consecuencias destructivas que esta supone. “Guerra guarra” fue publicado en una antología persa de poesía mundial:

 

    El vino rojo es la sangre de la guerra que yo bebo en el cráneo de Goya. Bajo todas las tierras de la guerra la hiel echa raíces, los ojos se hacen fieros alaridos y los brazos del infierno se alzan hasta el sol. Lluvia de pólvora y mareas de metralla sobrevuelan las tierras de las guerras. Bajo sus cielos aterriza la muerte.

    No conozco la paz: llegué tarde a la guerra, al brillo y al fragor de sus batallas.

   El vino rojo es la sangre del dolor. El dolor que me lleva a cada guerra, sangre contra sangre derrochada. Pero la guerra está en aquella sangre, en esa sangre, en esta sangre, en todas las sangres: porque la condición humana es miserable, es la hemorragia de la aniquilación, el llanto de cristal de los niños abrazados al vacío como si fuera una madre.

   La condición humana traga sangre, escupe sangre, bebe sangre, vomita sangre. La guerra estalla dentro de nosotros en cada gesto y en cada momento de soledad impuesta, de indiferencia, de desprecio, de insolidaridad, de abandono, de adiós, de adversidad, de silencio ensordecedor, de grito mudo, de maldad.

    Como una inabarcable manada de caballos salvajes, batallones como olas borrachas se dan cabezazos contra los acantilados abriéndose la frente: así la guerra. Desenfrenados vientos de escuadrillas hincan sus dentelladas en las tinieblas derribando árboles a su paso: así la guerra. Y la barbarie avanza, avanza como una jauría de odio ladrando al suelo, al aire, a las nubes, a las estrellas, apartando la luz, apartando las sombras, apartando casas, abrazos y banderas, igual que el fuego aparta las montañas, ese fuego furioso que secaría el mar.

   Aunque no sólo arrasan las armas convencionales y las armas químicas. Otras armas destruyen el espíritu: el fanatismo, las palabras vacías y estériles, la apisonadora de la realidad, el eclipse del misterio, la incultura, la información engañosa, la desinformación, negar asilo al perseguido, el espionaje, la dictadura.

  ¿Con qué armas incruentas podremos guerrear contra la guerra?

 

   Guinda afirmó que “El silencio comienza a traducirme”, no hay otra caligrafía, otro grito, otra sonoridad que la del silencio para ser la imagen de la voz de la introspección de uno de los mejores poetas de Aragón que tuvo proyección nacional. Ángel Guinda en “No sé qué es un poema” aludió a lo que queda fuera de la posibilidad del logos, aquello que no puede ser enunciado con las leyes de lenguaje pero que también encuentra límites lógicos en lo que puede ser pensado:

 

  ¿Un poema es la nada que nada en lo imposible

  ¿Es lo que dice o lo que no dice”. (Guinda, 2013: 22).

 

   Es el lenguaje de lo otro, no decible, fuera de los conceptos de lo racional, moral y social, el que tiene una vida propia que lucha contra las verdades impuestas del lenguaje, es la voz de la libertad, su idioma de poesía que el silencio comienza a traducir del poeta:

 

No arde el papel en lo que escribo,

arde lo que me escribe como una delación

 

¿Arde el silencio que me llama? (Guinda, 2013: 22).

 

     El silencio es el camino de lo indecible, la senda de regreso al conocimiento que Platón separó en La República, ya que consideró que la poesía, por su carácter engañoso, carente de conocimiento racional, debía ser desterrada de la verdad. María Zambrano reconcilió a ambas en la Razón poética, ya que la poesía permitía vislumbrar otros ángulos de la verdad mediante la imaginación, el sueño, el instinto, la “razón irracional” de lo poético. Era necesario unir lo que Platón había separado. La última etapa del poeta tiene una orientación mística, de exploración de los límites de la verdad, de búsqueda de lo oculto, regreso a lo infinito del silencio, de tránsito por los misterios de los abismos de nuestra desaparición. También fue un poeta que comprendió la función ética de la poesía, hizo suya la afirmación de Aristóteles de que la historia cuenta lo que sucedió, la poesía lo que debería haber sucedido. De ahí que afirmara que no escribía sobre la realidad, sino contra esta. En este sentido su voz fue canto contra el mundo, denunciando la falta de libertad, criticando las estructuras de poder infiltradas en nuestra mirada. En esa lucha entre el mundo y la mirada del poeta viajó por su introspección hacia el silencio, regresando así a sí mismo, como su admirado Machado a quien releyó en sus últimos días de vida. Se nos ha marchado el poeta, uno de los grandes referentes de la literatura aragonesa, se ha ido, como lo hizo hace mucho tiempo Miguel Labordeta, hacia el otro lado de los sueños. Así nos lo anticipó en sus versos: “camino/ sobre antorchas de silencio/Oigo sombras:/ son los pasos del sol”.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Crespo, Ángel (2008): Las cenizas de la flor, Toledo, Servicio de publicaciones de Castilla La Mancha.

Guinda, Ángel  (1980): Vida ávida, Zaragoza, Olifante.

_____ (1997): Biografía de la muerte, Zaragoza, Olifante.

_____(2001): Espectral, Zaragoza, Olifante.

_____(2004): La creación poética es un acto de destrucción, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza.

_____ (2017):  Poemas útiles de un poeta inútil, Olifante, Zaragoza

Pérez Lasheras, Antonio y Saldaña, Alfredo (2026): Un mar de labrantíos. Contribuciones para el estudio de la poesía aragonesa. Zaragoza, Gobierno de Aragón.

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