Por Javier Úbeda Ibáñez
Confieso que voy a copiar. He aquí la sinopsis de la propia editorial: «Un amanecer de 1945 un muchacho es conducido por su padre…
…a un misterioso lugar oculto en el corazón de la ciudad vieja: El Cementerio de los Libros Olvidados. Allí, Daniel Sempere encuentra un libro maldito que cambiará el rumbo de su vida y le arrastrará a un laberinto de intrigas y secretos enterrados en el alma oscura de la ciudad. La Sombra del Viento es un misterio literario ambientado en la Barcelona de la primera mitad del siglo XX, desde los últimos esplendores del Modernismo a las tinieblas de la posguerra». Vaya. Qué respiro. Buena sinopsis; yo no la habría hecho mejor.
Continuemos, que ya están ustedes al tanto de su argumento. El libro que hoy nos ocupa merece ser analizado en profundidad, tanto por su valor en sí mismo como por su significado dentro de las letras españolas o, al menos, dentro de la industria editorial, ese complejo engranaje en el que no siempre es fácil determinar qué se publica por su calidad y qué se publica por otros motivos. Esa línea es muy fina y es un riesgo situar esta obra a uno u otro de sus lados, debido a las filias y fobias que despierta. Sus acólitos insisten en que su autor es el autor español más vendido después de Cervantes, pero sus detractores hacen hincapié en una supuesta baja calidad literaria.
Es imposible pararse a reflexionar y desgranar esta obra y dejar de lado algo tan obvio como el gran éxito de ventas que fue y que es: millones de ejemplares vendidos, traducido a casi cuarenta idiomas, germen de clubes de lectura y halagado por el boca-oreja; tengamos en cuenta que algo tendrá el agua cuando la bendicen y respetemos el criterio de los lectores antes de vilipendiar con ligereza.
Recapitulemos para no dejarnos llevar por ninguna de ambas corrientes, al menos, en principio. Forma parte de una tetralogía, de nombre El cementerio de los libros olvidados, compuesta por La Sombra del Viento, El juego del ángel, El prisionero del cielo y El laberinto de los espíritus. Ha resistido muy bien el paso del tiempo, tanto es así, que la podemos encontrar en formato ebook y en formato audiolibro, lo cual es señal de que la atesora la vitalidad de los clásicos modernos en su adaptación a las preferencias actuales.
Un punto positivo, a mi entender, de estas obras, es que se pueden leer de forma independiente, aunque siempre es más rico dejarnos llevar por todas ellas, pues pequeñas y no tan pequeñas sutilezas los van engarzando, una fantástica técnica para incitar al lector a formar parte de este universo; no obstante, si no se lee el conjunto, no existe la sensación de estar fuera de juego.
Podemos hablar de un multiverso, pues, sin sonrojarnos. La Sombra del Viento se somete a ser parte de una tetralogía desgranada a lo largo de muchos años, pero es, sin duda, el componente que mejor parado sale. Situándonos en la parcela que le corresponde, hay más niveles que tratar, más multiversos que abrir. Hay que permanecer atentos, pues es una oda a la metaliteratura en toda regla. Ruiz Zafón recurre al cliché del libro dentro de otro libro, un guiño directo a los que no concebimos la vida sin tener uno cerca. Sí, funciona y nos atrapa. Nos habla de escritores, de lectores, de un libro especial, de una librería peculiar y de un lugar donde uno puede rescatar títulos. Sí, esto lo hemos leído antes, lo sé, pero el gancho no puede ser más potente. Y el niño lector… ¿Cómo lo vamos a dejar desamparado, si ese niño hemos sido nosotros? Ya adelanto que, con sus más y sus menos, con sus aspectos mejorables y con los cuestionables, con algún momento en el que hay que ejercitar la paciencia y dejar que el autor se recree, ese atrapamiento perdura hasta el final. Además, me permito añadir, su autor, lejos de dejarse llevar por el canto de sirenas de explotar los derechos para llevar la historia a medios audiovisuales, se mantuvo insobornable y no cedió a las, más que seguramente, suculentas ofertas que recibiría. Para él, «nada cuenta una historia con la intensidad de una novela si está bien hecha» y llevarla al cine «sería una traición a su naturaleza porque estos libros son un homenaje a la palabra escrita».
Dos son los reproches principales que se suelen esgrimir para denostar el libro: la falta de documentación histórica y los errores gramaticales y de estilo. Sobre el primero de ellos, cabría decir que muchos lo son, y sí es reprobable, sobre todo, si tenemos presente el concepto latino del docere-delectare, «entretener y enseñar». En mi caso, mi admonición se dirige más al editor, persona encargada de asegurarse, mediante la contratación de sucesivos especialistas, de que no haya gazapos de ningún tipo. Claro está que no hay libro sin errata, pero también la decencia apura para entregar un libro en las mejores condiciones posibles, algo que se logra con las reediciones. Consejo de amigo.
Pasaré a indicar las que considero fortalezas del libro. La trama y sus subtramas me resultaron acertadamente hilvanadas, a pesar de que considere que habría quedado más limpio suprimir algunas. Reconozco abiertamente que, en términos generales, considero que está bien pensada y bien ejecutada. Es fundamental que se vayan desvelando los misterios en el momento oportuno y eso está logrado. Cierto es que habría sido deseable un final un poco más ágil y menos previsible en algún punto, pero uno se acoge al principio de suspensión de verosimilitud y consiente esperar por un desenlace que se podría haber dado con mayor prontitud y simpleza, pues las piezas ya las conoce.
Los personajes son uno de los ejes en toda novela. Podría afirmar que estamos ante una novela coral, ya que, en las andanzas del protagonista, lo acompañan muchos otros, situados en tiempos y en espacios diferentes. Vemos a Daniel, cómo crece, cómo va ganando en confianza, y nos enternece y deseamos protegerlo de todo mal. No vemos, por el contrario, a Carax, quien permanece difuminado entre la misma niebla que rodea la ciudad de Barcelona, que es otro personaje en sí mismo, retratada en lugares reconocibles por los que han peregrinado miles de lectores de los que conforman el turismo literario. En ellos se apoya Ruiz Zafón para ir descubriendo, poco a poco, capa a capa, lo que ocultan, hasta desvelar, con ritmo muy medido, el misterio. La nómina sería amplísima, por lo que he optado por concederme el gusto de centrarme en el que es, para mí, el personaje estrella, Fermín Romero de Torres. De apellidos fácilmente reconocibles, alusivos al gran pintor simbolista español, sin duda importante por su trayectoria, que culminó en una estética modernista, muy a tono con el tiempo histórico en el que se encuadra. Heredero de la tradición de la picaresca, en cierto sentido, su conocimiento de la gramática parda de cómo es la vida y de cómo son las personas dará para muchos diálogos magníficos con Daniel que se leen con fruición.
Si he de opinar acerca del uso del lenguaje, seré franco. Muchos acusan al autor de emplear arcaísmos o de sumergirse en un estilo demasiado alambicado, como si ambas cosas fueran pecado, y mortal, además. Yo contemplo con admiración cómo se puede sostener de manera bastante acertada la acción, que discurre en planos muy distintos, cómo se puede ir dando paso a tanta variedad de personajes, permitiendo ver solo lo justo para continuar generando interés, cómo se van eligiendo itinerarios para que todo tenga un sentido final… ¡Y eso se pueda hacer cuidando el idioma, embelleciéndolo y manteniendo, a la vez, intrigados y cautivados a los lectores! Indudablemente, es susceptible de mejora, pero pocos títulos no lo son. Sin embargo, su dominio sobre distintos registros del habla, en dependencia directa de las intervenciones de los personajes, es incuestionable.
¿Qué podría apuntar en cuanto al género? ¿O géneros? Es complicado simplificarlo, porque seguramente ya existan estudios que lo definan más certeramente, pero baste decir que aúna características del folletín, de la novela negra, de la novela romántica, de la novela costumbrista y de la picaresca. Es posible que alguno se me quede en el tintero. Lo importante es que el lector sepa navegar y desplegar las velas del barco para que el viento de cada uno de esos géneros lo lleve donde tiene calculado el autor, ya que nunca se sabe, o, puede que sí, se sabe cuando sopla viento de otro género y percibes de qué lado te había llevado el anterior.
Me resisto a dar la razón a quienes critican desaforadamente este título solo porque venga precedido de buenas cifras de venta. Presenta claros valores de estructura, de estilo narrativo, de óptima ejecución de los diálogos. Los tempos para la aparición de cada una de las claves están excelentemente ubicados, y los personajes son entrañables, punto en el que descuella Fermín con diferencia. Podemos estar de acuerdo en que la transición hacia el final y el final mismo no son lo más acertado de la obra, pero hay que disfrutar tanto el viaje como de la estancia en el destino.
Puede ser que la cuestión estribe en que, si se lee como adulto y no como niño, no se perciba que, en última instancia, es un cuento, sí, un cuento muy largo, pero un cuento de fantasía que nos rodea de nostalgia por las lecturas que disfrutábamos durante horas, donde lo esencial era la aventura. Es duro tratar de frente con la nostalgia, y La Sombra del Viento se dirige a los adultos nostálgicos que fueron lectores voraces y a los que hoy les cuesta un esfuerzo subirse al barco, desplegar las velas y navegar sin mayor pretensión. Si es así, es una pena, porque es un fantástico libro para el disfrute que deberíamos leer sin tantos condicionantes externos que nos distraigan de la aventura.
Carlos Ruiz Zafón, La Sombra del Viento,
Barcelona, Planeta, 2001, ISBN: 9788408043645, 565 págs.
Carlos Ruiz Zafón falleció el 19 de junio de 2020 en Los Ángeles (California, Estados Unidos).