Ramón Acín: A lo largo de la vida…


Por Jesús Soria Caro.

        En la presentación del libro Alfredo Saldaña hablaba de relatos de gran potencia metafórica.

    Así es, muchos de los personajes son símbolos, metáforas de lo arquetípico de una soledad y un vacío que hay en muchas vidas: momentos de olvido, de soledad forzada o buscada, de refugiarnos en esta para buscar el reencuentro con lo que fue, algo que es como la llama que alimenta la vida que pasó; salvándonos del invierno y del desierto helado de lo que queda. La soledad como viaje al conocimiento en el que buscar las repuestas a quienes fuimos o creímos ser, para saber mejor así quiénes podemos ser. En definitiva, mucho de lo experimentado por los personajes que aparecen en estos relatos pasa a ser la metonimia del tiempo y sus recodos de silencio, en los que solos ante nosotros nos enfrentamos a preguntas que muchas veces no tienen respuestas, pero que configuran nuestro ser.

     Ramón Acín aquel día en abril invitó a sus lectores a la soledad como enseñanza ante la multitud, ante la muchedumbre de ti mismo. A saber que hay una “verdad” literaria en la que la realidad nutre a la ficción o viceversa. Aunque tal vez, como afirmara Berkeley, somos el sueño de un dios o de un infinito que nos imagina y de ahí que la ficción sueñe nuestra realidad. Así, aquella tarde, casi a modo de confidencia o de narración, ante el fuego de las grandes narraciones orales, terminó confesando que hay realidad, experiencia, lecturas de prensa y sueños de nosotros mismos. Mostrándonos a todos como personajes del tiempo o de la historia, la intrahistoria unamuniana que recorre estas “ficciones” de todos, siempre sucedidas a lo largo de la vida

   En “La acurrucadita” se aborda el abandono, la marginación de quien enfermó en el colegio. No se hace explícita la causa de su marginación, tal vez por una enfermedad mental, por acoso, o puede que por una conexión entre ambos motivos. Fuera el motivo que fuese, su “dolencia” ocasionó que sufriera el abandono porque quienes eran más cercanos a ella:

     La enfermedad se apropió de su cabeza y comenzó a hacerse invisible. Incluso, en su misma familia, corrieron esa cortina cruel de la indiferencia que lleva al olvido primero, y al abandono, después. Y, en su caso, además, a una increíble crueldad” (Acín, 2019: 13).

        Su dolor, la incomprensión, la convirtieron en “un objeto anodino. Como cualquier otro paisaje de la Serranía. Formó parte de la vista general de la villa porque el hastío del día a día la convirtió en invisible. (Acín, 2019: 14). El narrador alude a lo que le contó su hermano, que vivió de forma directa aquellos acontecimientos. Recogiendo el testimonio de la crueldad que muchos otros niños tuvieron con ella: “sé de buena tinta que él, como casi todos los muchachos de aquellos días, fue uno de los protagonistas. Protagonistas de la maldad. Cuando se es niño muchas cosas se hacen por imitación”. (Acín, 2019: 14).

     “Miliciano Frankestein” es la historia de alguien que tras una explosión sufre una deformación de su rostro y desde ese momento su única forma de vida es formar parte de un circo. Realmente lo deforme es la sociedad de deja de ver al ser humano y solo ve la malformación de su cara. Su experiencia pasa a ser noticia. Tanto interesa lo escabroso del relato que el periodista prima el sensacionalismo, olvidando su dolor y las carencias como ser que ha sufrido, sus cicatrices. Al escribir su vida le borra la identidad, se centra más en su apariencia externa, lo que difuma su pasado, elimina la verdad de quién es y quien fue:

      Los relativos a su verdadera identidad, que apenas mencionaban su verdadero nombre, el Silvano de pila. Muy al contrario, hurgaban complacidos, con especial ahínco, en los varios alias que, a lo largo de su existencia, el Largo se vio obligado a aceptar (…) En las respuestas del Largo es notorio que, una vez arrancada su persona de su primigenio nombre, le duelen sobremanera las sucesivas reencarnaciones en Frankestein. Quizá porque con ello sabe que la apariencia se impone a la verdad y que la superficialidad de la imagen hace desaparecer el poso de tu existencia previa. (Acín, 2019: 25).

    Antes de toda su tragedia existió un pasado ideal, en el que luchaba en el frente por sus convicciones políticas. Es hermosa la fuerza narrativa de los recuerdos, en los que se relata su historia antes de que la explosión marcara su transfiguración física. Se hace desde una conciencia del presente, que desde el dolor de haber perdido quién fue, recuerda quien pudo ser:

     Una Barcelona en la que él, junto a los suyos, mosquetón en mano, había ayudado a limpiar la inmundicia fascista de las calles. Le daba igual estar en la trinchera pelando la guardia que en el camastro esperando unos sueños que nunca iban a llegar. (Acín, 2019: 24).

     La verdad, la post-verdad, la perspectiva interesada, la manipulación de las masas, el efectismo de lo que parece expresionismo vital de lo vivido. Todo menos lo que el ser humano que sufre esa experiencia quisiera expresar, importa más como decía MCLuhan el medio porque este construye la interpertación del mensaje, aquí el medio es el espectáculo que importa más que la verdad:

       El periodista, llevado de su perversidad profesional o por ese tributo debido al actual dios del pragmatismo, busca lo que busca. Encanallarse no le importa. Esta visto que, ante todo, quiere seducir al lector con su reportaje. Le da igual la frivolidad, la falsa verdad, el artilugio o el decorado. (Acín, 2019: 33).

      Así, con la poesía de quien huye de lo que la historia no pudo ser y debió ser, su soledad intenta alcanzar un camino diferente al que fijó su aciago destino, intenta salir de la pesadilla de la historia, lo que es una hermosa personificación. Hay que destacar que a lo largo de la novela hay un diestro uso del lenguaje poético, una orfebrería lírica al servicio de la profundidad de la emotividad en lo narrado: “La soledad del Largo busca salir de la pesadilla de la historia”. (Acín, 2019: 35).

    En “Tuvieron su hora”, en un valle abandonado, se recuerda como todos los que habitaron ese lugar fueron despareciendo. Hay algo que tiene el sabor del color del silencio que caía como gotas del pasado perdido en La lluvia amarilla de Julio Llamazares. Es un homenaje a la vida que quedó en el ayer, a los fantasmas del tiempo que habitan un presente en las ruinas: “porque la suya fue una lucha encarnizada y eterna desde el momento en que todos se fueron. Entre fantasmas y recuerdos. A vueltas con sueños y delirios. En medio de sombras y silencios “  (Acín, 2019: 37).

     “El único superviviente”, nos presenta a un narrador que ha enterrado a todos y al contarnos su vida está enterrando su memoria, ya que nadie va ya a poder contar su vida como último habitante de la villa. Por eso ha cincelado su lápida para que quede constancia de que él también reposará allí junto a todos los que están con él en sus recuerdos:

    Él lee una y otra vez, en voz alta, todas las lápidas. Porque al hacerlo, se acuerda, uno por uno, de todos ellos y siente su compañía. Los siente vivos, al igual que cuando estuvieron a su lado. Esto lo escribe con rotundidad, aislando la frase del resto del párrafo. (Acín, 2019: 42).

   Hay una poética descripción final en la que deja de ser y poco a poco queda cosido a ese no-tiempo del que todos forman parte en la desaparición de quienes habitaron aquel lugar:

     “El corazón de la montaña se había posesionado de mí y sus raíces, bajo mi piel, arraigaban en lo más hondo, impidiendo que mis piernas alcanzasen un movimiento liberador. Me sentí cosido a un tiempo del que, además, me resultaba imposible escapar” (Acín, 2019: 51).

     “Viaje a ninguna parte” es un homenaje a la tradición clásica del viaje exterior que es también interior. Hay algo también del Road movie del cine moderno en el sentido de la huida fuera del vacío, fuga a ninguna parte, al todo del silencio de su yo, al destino de escapar fuera del dolor:

     Tan solo deseaba convertirse, por unos días, en viajero. Solo eso, un personaje anónimo y solitario, sin más finalidad que la del sudor y cansancio de la etapa. Y, entretanto, ver qué pasaba durante el camino. No por todo lo azaroso que pudiera salirle al encuentro, sino por el deseo de posibles cambios en su persona.  Cambios que creía necesarios para enfrentarse al vacío que lo perforaba cada mañana (Acín, 2019: 60).

     “Despojos, momias y demás ralea” nos habla de un joven enigmático, sin pasado, que ha contado a sus amigos cómo ha sido encontrada la momia de su abuelo, este llevaba quince años muerto y había mantenido una relación con una noble francesa que lo hizo millonario. Su relato, que fue hecho años atrás, ahora es recuperado por el narrador que lo escuchó a su  misterioso amigo. Lo hace así tiempo después, cuando ve que aparece en la prensa francesa. Tras su fallecimiento todos los vecinos actuaron como si no hubiera existido, no lo consideraban parte de su vida, su realidad. Su historia es la de un artista que había estado en un campo de concentración. Ante esta marginación, su sobrino subrayaba la xenofobia como causa de su olvido. Todo es un misterio, como en Ciudadano Kane, la información y un secreto insondable recubre todo lo contado. En el artículo se alude al abandono social e institucional, ya que ni los bancos atendieron la falta de movimientos bancarios en años, hacienda hipotecó la vivienda sin mandar a nadie para comprobar si estaba habitada… Es un misterio cómo llegó a lo más alto, se desconoce por qué aquella mujer casi en su lecho de muerte se desposó con él, por qué estuvo 15 años muerto como una momia y olvidado, qué pasó también con el padre de Ramón que murió en extrañas circunstancias, y al final por qué Ramón despareció y qué es de él. Lo más curioso es que en Santander, su ciudad natal no hay documentos de su nacimiento, es cómo si la historia también lo hubiera olvidado:

    Una momia de quien nadie da razón ni en Lille ni en Santader -como afirma Ariane Chemin-, la ciudad española donde este nació. El ayuntamiento de Santander, a requerimiento de la Administración de Lille, afirma no tener constancia de tal individuo ni de su familia y justifica la ausencia de datos, bien con los sucesos bélicos de la Guerra Civil española, bien con el espeluznante episodio posterior sufrido por la ciudad con el incendio que la asoló. (¿1948? (Acín 2019:  93).

   “De la edad madura en vía muerta” es la historia de un ferroviario que lleva años, en la misma curva de una estación, viendo pasar la llegada y salida del viaje vital de los otros. Es una curva peligrosa, al igual que lo son algunos giros inesperados en el futuro. Siempre en el mismo sitio, solo, viendo mudar la piel del tiempo y del paisaje con el paso de las estaciones. Vigilando el paso de nivel más peligroso de la línea de ferrocarril:

     Porque, aunque nadie lo crea, trabajó la vida entera en la misma línea y sus ojos, durante todos estos años, solo estuvieron acomodados a un mismo paisaje. Sin otras variaciones que las que destilan las previsibles mudanzas de las épocas del año. (Acín, 2019: 100).

    Su vida parada, detenida, sin viajar a ningún destino, contrastaba con lo que veía dentro del tren del tiempo en el que él nunca entraba, porque parecía residir fuera de este. Así al mirar por la ventana del tren, desde su posición externa, veía a quienes viajaban a la vida, a su futuro, mientras que él,  siempre solo se quedaba en tierra:

      Pasajeros que, después, con una angustia que no sabía de dónde procedía le hacían meditar sobre su vida y sobre la vida. A veces, después de entrever, tras los cristales, aquellos rostros fugaces, indagaba inútilmente sobre sus sinsabores o sus alegrías. Una mueca o una sonrisa, siempre efímeros, destapaban la grata caja de Pandora donde la reflexión actuaba de bálsamo. Pero, en otras ocasiones, la imaginación se le disparaba desbocada entreviendo todo cuanto él tenía vedado y que, sin duda, no lograría disfrutar nunca. (Acín, 2019: 102).

    La vía de tren varada, ya que el paso de los años inhabilitó el trayecto que cuidaba, es una metáfora de su experiencia vital; existencia parada que veía la de los otros moverse, existir. Cuando esta fue cerrada, su vida que era un correlato de esta, quedó en la misma abulia y ausencia de acontecimientos, aunque estos, eso sí, siempre fueran ajenos y no propios:

    Ahora, a sus noventa y cuatro años, permanece varado. Varado pero todavía vivo, dice. Quizá igual de varado y de vivo que el resto de los años de su vida. Varado en sus recuerdos. Navegando por ellos. A brazo partido y, al mismo tiempo, a contracorriente. Pero, pese a ese esfuerzo y a la forzada quietud, los recuerdos continúan bulliciosos, poblando su memoria de voces y ruidos, de silencios y reflexiones (Acín, 2019: 103).

    Cada micro-biografía literaria que aquí se presenta, decimos bien” biografía” porque esos seres son casi reales, no solo en la medida en que lo narrado respeta el pacto de la verosimilitud, sino porque remueven en nuestro yo profundo ideas que han formado parte de nosotros a lo largo de la vida. Nos permiten subir al escenario de nuestra realidad y recuperar del dramatismo del pasado algo que fue hermoso y que la mirada de lectores consumada desde lo vivido por estos personajes nos permite vislumbrar algo de lo que tal vez fuimos. También es posible que en las sombras de la realidad la ficción ilumine en la caverna de nuestro tiempo a aquellos otros yoes que pudimos ser, o  haya mostrado algo de ellos que queda aún en nosotros. Siendo así esta escritura, para nosotros lectura, la posibilidad de conocer no al que fuimos, sino al que pudimos o podemos llegar a ser, viendo así en estos relatos el retrato de otros mundos posibles que pudimos haber vivido. Lo sentido en lo leído nos acerca a esa posibilidad…

 

BIBLIOGRAFÍA:

Acín, Ramón (2019): A lo largo de la vida, Mira, Zaragoza.

Artículos relacionados :