Días de enero


Por Liberata

     Hemos tenido niebla, aunque hoy luce el sol, si bien en seguida se notará su declive y nos someteremos a una noche precoz y encubridora en la que todo es posible.

     Por cierto, ni siquiera sé si han quitado ya las iluminaciones navideñas porque no he salido más que lo indispensable desde el mismo día seis. Me he quedado en casa practicando el ayuno depurativo físico y anímico, sintiéndome gratificada porque las dichosas fiestas -cada año que pasa, más exultantes y vanas de contenido a mi parecer- han concluido. No hay duda de que las tengo enfiladas, pero no puedo remediarlo. En mi mente se repite la fantasía de una monástica celda en el interior de un sobrio edificio que quizá se alce en medio de un hermoso paisaje, tal vez nevado en este periodo estacional. Voy a tener que hacerme mirar lo que se está convirtiendo en una fijación como perspectiva del apetecible y postrer destino en este laberinto denominado mundo, en el cual la mayoría de sus habitantes somos partícipes de esa  mascarada que tratamos de hacer pasar por divertida.

      Tal actitud indolente suele adoptarse antes de lo que creemos cuando ya nos hallamos  inmersos en ella, utilizándola como una piadosa coraza capaz de atenuar las erosiones más tempranas que el reproche pueda causar en algunas sensibilidades. Todos deseamos crecer rodeados de beneplácitos y sonrisas, pero no es lo corriente.  Cada uno crecemos, en realidad, en el interior de una especie de crisálida, un tanto aislado respecto a otras idiosincrasias y otras generaciones ya existentes en el interior del propio hogar. Y hay que aprender a vivir en el reducto, pero asimilándose al resto. O sea, contemplado a la inversa, como elemento gregario del grupo, pero conservando la propia identidad y procurando que  se desarrolle por sí misma hasta mostrar cierto grado de madurez. Esto, sin contar con las diversas influencias -las primeras, las de la genética- a las que hayamos sucumbido y seguiremos haciéndolo sin percatarnos de ello. Así, durante un tiempo más menos limitado, atravesamos lo que yo denominaría “el túnel de las innumerables dudas” para alcanzar sorpresivamente la edad considerada adulta a todos los efectos. Con el futuro llamando a la puerta, si bien, a menudo habremos de confesarnos que apenas somos plenamente conscientes de cuanto nos rodea y, lo que es peor, de que el más importante de los desconocimientos en que incurrimos sea el propio.  Sin embargo, sí habremos aprendido ya las diversas técnicas del disimulo practicadas por nuestros mayores.

       Y ahí comenzarán nuestros pasos, todavía inseguros, pero discretos, formales, listos para transitar interminables carreteras de gris asfalto destinadas a culminar en no menos  grises horizontes. Los modelos considerados a seguir no son numerosos. Y, sin embargo, enorme el desconcierto en que su contemplación nos sume. Porque en nuestro interior presumimos que las comunes  rectitudes avistadas no nos atraen en absoluto. Que, por el contrario, nos asedian indómitos sueños de libertad, fugaces y deslumbrantes espejismos de inviables proyectos, tentadoras posibilidades sin duda más aventuradas que otra cosa…  ¡Dios, qué tinglado!  Sin embargo, hay que elegir un camino, del que quizá existan unas nociones preliminares. Y aprender a valorar la competitividad tal como la sociedad lo exige. Yo diría que no será nadie quien no se sienta competitivo o competitiva. Vamos, que puede morirse de asco en un rincón. ¿Qué antónimo elegiremos para definir lo contrario de competitivo o competitiva? ¿Tal vez, “pusilánime”?

      En cuanto a lo de solo o acompañado, ¿qué? ¡Ahí es nada! “Solo ´-o sola- me siento bien. Pero me ronda el deseo de amar y que me amen…”  ¡Ya estamos! Aquí comienzan a confluir todas las mareas que circulan por los complejos entramados de nuestros ánimos.  Y las vidas dejarán de ser propias para multiplicarse, dividirse, ser fecundas o estériles física y emocionalmente. Para no reconocerse hasta no hallarse próximos los finales  de prolongadas existencias… Porque el ser humano se considera sociable por excelencia y, sobre todo, posee las inconmensurables capacidades de razonar y de comunicarse por medio de la palabra. Sin embargo, sus hábitos son los de eludir el diálogo que sobrepase las normas de la mera cortesía y roce la frivolidad, que le comprometa mediante una expresión sincera que permita emerger a su verdadero yo. El carnaval se impone. Y el lastre de los silencios y los conformismos van tornando más pesadas las mochilas de tantas existencias. Yo afirmaría que  muy pocas se salvan, o nos salvamos -¡quién sabe!-  de perecer sobre la aspereza y grisura de la ruta.     

      Respecto a los posibles horizontes definitivos… Están la soledad, o la compañía. Ambas pueden ser  deseadas, no tanto, quizá impuestas por las circunstancias, o estoicamente soportadas. En muchos de los casos, apenas atenuadas por los  afectos de unos descendientes harto ocupados en sobrevivir tratando de progresar, como lo estuvimos nosotros. La salud, mejor o peor; regular, como mucho. Y el confort, mayor, menor, o apenas existente. Así como el peaje de  aportaciones o deudas con las que nos consideremos ligados a la sociedad cuando ya sentimos los propios huesos quebradizos como el cristal.

       Parece demostrado que “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad” -como cantara creo que el Don Hilarión de “La verbena de La Paloma” en el más castizo de los Madriles- pero que el común de los mortales se va como vino. Vamos, que  el humanismo no progresa al mismo ritmo. Tal vez, salvo entre sabios, verdaderos artistas y otras mentes privilegiadas. Pero el común de los mortales representamos la mascarada hasta el fin de nuestros días. Claro que también existen los que en un momento dado pierden el control, causando el espanto del personal. Y entonces se convierten en noticia.

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