Pessoa, gafas y pajarita


Por Jesús Soria Caro.

    Pessoa fue un buscador de otras realidades. Conocía otras voces de sí mismo, otros yoes que le habitaban. Eran personalidades que le acompañaron desde la infancia. Tal vez la muerte siendo niño de un hermano desarrollara en el poeta esa capacidad para ver otras realidades junto a él. También pudo influir la locura de su abuela, la esquizofrenia que siempre evitó en una infinita lucha consigo mismo; lo que le llevó a temer la locura y salvarse de ella con su creatividad:

   Tuvo un miedo irracional a la locura. Su abuela, Dionisa Estrada, loca, vivía con ellos y recordaba con pavor sus ataques. […] Tal vez por esto, tuvo desde pequeño, siempre a su alrededor, una constelación de espectros protectores: invisibles compañeros de juegos, amigos, confidentes, para quienes buscaba nombres exóticos y de regusto temerario: el capitán Thibeau, el Chevalier de Pas… Personajes de ese teatro sin escenario en que convertía su vida, con el que se alejaba de aquel oscuro visillo de la enajenación, el delirio. (Marchamalo, 2015: 10-11).

      En Pessoa: Gafas y pajarita se compone un retrato vital que ahonda en los mundos interiores, los universos que había en el territorio infinito de los yoes del poeta que nunca pudo habitar del todo el propio Pessoa. Era una labor inalcanzable abarcar esas otras realidades que cabían en lo irreal de su identidad, compuesta por muchas, siendo una y todas a la vez. A él debemos la creación de un yo lírico poliédrico que cuestiona la voz uniforme del sujeto poético y por extensión la del sujeto humano que también es recorrido por muchas realidades o varias voces subjetivas de sí mismo. Somos multitud en nuestro yo, hay voces o perspectivas que se disuelven como gotas en un océano. Cada experiencia mata y da lugar a un nuevo personaje introspectivo, los niveles subconscientes son más insondables de lo que podamos pensar. Cuando volvió de Sudáfrica, donde estuvo recibiendo formación británica, debido a que su madre contrajo segundas nupcias con un cónsul destinado en dicha nación, trajo una de esas identidades múltiples que formarían parte de su voz literaria:

   Volvía con sus libros, una elegante americana oscura, un ligero atisbo de bigote ya, en su rostro lampiño, como un plato de loza, y un compañero imaginario de travesía, inglés, también como él poeta y de quién nada más llegar encargaría unas tarjetas de visita:

                                           Alexander Search

                           Bela Vista (Lapa) 17 1º Lisboa.       (Marchamalo, 2015:19).

    La habilidad de Jesús Marchamalo es la de componer una prosopografía que es en este caso también prosopopeya; ya que el yo externo es paisaje interno que ayuda a recorrer el viaje por el alma de quien no fue su yo sino todos los yoes que sin haber sido pudieran existir en este, porque al no ser solo uno de ellos, el que niega o mata a los otros, era posible ser todos. Las ilustraciones de Antonio Santos (que hemos reproducido transversalmente en este artículo) ofrecen un retrato naif que complementa a la perfección el relato.  La descripción moral se une con la física, lo introspectivo con lo externo y el lector puede así caminar con Pessoa por la Lisboa que le soñó, pero siendo partícipe de todas las voces que componían el coro inabarcable de su alma:

   Era fácil verlo caminar por la Baixa, paso resuelto, airoso, diríase marcial bajo la gabardina, como una estatua premonitoria de sí mismo. Vestía traje oscuro, sombrero, gafas y pajarita, mal anudada, lacia como un pájaro muerto sobre el cuello de una camisa nuclear, y un bigote isósceles, ralo y rojizo, que parecía teñido de azafrán, como si se hubiera oxidado lentamente y precisara de una mano de minio. (Marchamalo, 2015: 7).

    Propio de su ingenio inventó el peor eslogan de la historia de Coca Cola, lo que según el  el autor del libro aquí reseñado, conllevó que las autoridades sanitarias prohibieran la bebida en Portugal y la retiraran por considerarla dañina para la salud. La genial frase publicitaria de Pessoa decía así: “Primero se extraña, después se entraña”.

   Esas voces de todos los yoes que formaron sus heterónimos aparecieron una noche en la que entró en trance. Le sucedió, como afirmaba Hölderlin, que se convirtió en un médium de la poesía, de un orden poético superior que hablaba a través de él sin que tuviera conciencia de que lo hacía. Su yo se había aniquilado, había dejado de ser como le sucedió a Empédocles, se había disuelto en la nada para poder ser así todo y todos esos otros yoes que comenzaron a aparecer:

   Ocurrió en marzo de 1914. la noche del día 8. En su casa, a punto de dormir, ya tumbado en la cama, se levantó agitado y se acercó a la cómoda donde escribía, de pie, como atraído por un orden inaudible, un hechizo, y casi en trance, sacó papel, sumiso, y vio cómo su mano comenzaba a escribir  al dictado de una voz interior que sonaba susurrante en su cabeza: “Sou un guardador de rebanhos”, escribía sin corregir, ausente, como un autómata, sin reparar apenas en el significado de las palabras. […] Terminó exhausto, al igual que a un médium al que acabara de abandonar el espíritu que lo había, durante horas, nunca sabría con certeza cuantas, poseído. Había escrito, de un tirón, casi en éxtasis, más de treinta poemas y descubierto al que sería su maestro, Alberto Caeiro. (ápud Marchamalo, 2015: 19).

                En su trabajo de oficinista se enamoró de una joven, Ofelia, que tenía nombre de personaje de tragedia shakesperiana. Fue un amor etéreo, poético, cercano a la sombra de las luces de la infancia que siempre persigue a quien es libre como lo es un niño cuando imagina la vida, antes de despertar a la noche de la realidad adulta:

   En su carta de despedida le escribió: “Quedemos uno delante del otro, como dos conocidos de la infancia que se amaron un poco siendo niños”. (ápud Marchamalo, 2015, 39-40).

   En el viaje a los abismos del yo Pessoa nos recordó que también somos todo y todos los que hemos decidido no ser, que dentro de nosotros hay una multitud de miradas e identidades que no se terminan en los límites de una sola verdad excluyente de otros yoes. Somos todas las voces que pueden cubrir el infinito de nuestra libertad y de los paisajes lejanos del subconsciente, en los que anidan parte de nuestras otras realidades.

Bibliografía

Marchamalo, Jesús (2015): Pessoa, gafas y pajarita, Madrid, Nórdica.

Artículos relacionados :