Lo importante es amar

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Por Carlos Calvo

     Las promesas están para cumplirlas. Dicho y hecho. El escritor, periodista e investigador Javier Sierra, turolense de la cosecha del 71, aceptó el reto que le planteó el alcalde de su ciudad, Manuel Blasco, de pernoctar, a solas (y a oscuras), en el mausoleo –esculpido por Juan de Ávalos- de los amantes de Teruel, una noche del 14 al 15 de mayo del 2015, para tratar de buscar una explicación a los muchos enigmas que rodean la leyenda.

    Y el escritor se sentó en medio de ambos cuerpos e interfirió sus miradas porque las momias tienen la cabeza inclinada el uno hacia el otro. No hay dos sin tres. Pero lo prometió y lo hizo. Promesa cumplida. Igual que cuando, hace años, pasó otra noche, en soledad también, en la gran pirámide egipcia, cuyas vivencias dieron lugar a dos libros.

    En esta ocasión se adentra en el misterio de las momias que alberga el mausoleo de los amantes, tonta ella y tonto él, y el resultado es una reciente publicación en la que cuenta su experiencia, editada por el ayuntamiento de la capital bajoaragonesa, la fundación Amantes y ‘Diario de Teruel’. Se trata de un hermoso cuaderno de viaje para coleccionistas titulado ‘Una noche con los amantes de Teruel’, en el que el autor explica sus sensaciones, durante cuatro horas, frente a las tumbas de la pareja de enamorados más universal y sus reflexiones en medio del silencio sepulcral del marmóreo mausoleo. Al parecer, esta vivencia será la semilla de la reescritura de esta historia que nunca se ha terminado de contar, un proyecto que baraja desde hace tiempo, porque hay enigmas sin resolver que pueden dar lugar a un libro, como el documento de letra antigua que cita el notario Yagüe de Salas a principios del siglo diecisiete y que, de momento, no se ha encontrado. Que una mujer recién casada fuera enterrada a su muerte con su amante y en tierra sagrada, en una época en la que el amor no contaba, en la que lo que contaba eran los intereses políticos y económicos, es el gran enigma de este relato. Aunque tampoco el único.

    Esta leyenda del medievo cuenta la llegada de Diego de Marcilla (o Juan Martínez de Marcilla, según otros) a la ciudad de Teruel, justo cuando se cumple el plazo de cinco años que le había dado su amada Isabel de Segura para que volviera con nombre y fortuna. Pero él llega tarde y ella ya se ha casado con Pedro de Azagra, por lo que le niega un beso de amor que le lleva a la muerte, y en su funeral, con la cabeza cubierta para no ser reconocida, Isabel le da ese beso que le negó en vida y muere sobre el amado. Una historia, ya ven, repleta de similitudes con la de Romeo y Julieta (y la de Tristán e Isolda, y la de Girolamo y Silvestra), que son, en efecto, parecidas y distintas a la vez. Además de la narración y el hecho histórico de la tragedia, en una hay un autor muy célebre (Shakespeare o, en su defecto, quien fuese), una obra realmente compuesta, y en la del territorio aragonés hay una tradición oral. Lo único que les une es el sentido del amor imposible y que luego, al final, de algún modo, se reúne con la muerte, el hecho de la muerte por amor.

    Acaso los amores imposibles son los que acaban siendo eternos. Todas esas dificultades a las que se enfrentaron Diego e Isabel, o Isabel y Diego, son las que hicieron inmortal esta leyenda, trágica y hermosa. El amor triunfa una vez que mueren, inexorablemente. En esencia, es la oposición de las dos grandes fuerzas de la naturaleza: el amor y la muerte. O la vida y la muerte. Desde una perspectiva espiritual, mística o filosófica, la muerte es vida eterna. El amor, parece, nunca muere. O, al menos, el amor trasciende las dificultades que el mundo real le pone. Ya se sabe que “para el amor y la muerte, no hay cosa fuerte”, refrán que pondera el poder definitivo e inescrutable del amor y la muerte.

    Una cosa está clara: estas historias son combustible literario, pictórico, escultórico, operístico y cinematográfico de primera magnitud. Lo plasmó muy bien el polaco Andrzej Zulawski en ‘Lo importante es amar’, aquella película de 1973 en cuyo último plano, esclarecedor, una destruida Romy Schneider dice al fin “te quiero” ante el cuerpo ensangrentado y moribundo de su amante, pero no lo está susurrando, que es lo que aparenta hacer, sino que lo está expulsando desde sus tripas, desde su corazón destrozado, como un borbotón de relato fílmico expandido que proviene desde lo más oscuro de la naturaleza humana, desde lo más doloroso de la labor creativa.

    Pero ya desde el siglo quince (‘Triste deleytaçión’, ‘Cancionero de Herberay’) los amores imposibles de Isabel y Diego han proliferado en numerosas obras literarias de todos los géneros: prosa, poesía o dramas escénicos. Será en la siguiente centuria cuando comiencen a proliferar relatos de ficción en torno a nuestros protagonistas, y ahí están, para corroborarlo, autores como Pedro de Alventosa, Andrés Rey de Artieda, Bartolomé de Villalba y Estaña, Jerónimo de la Huerta o Pedro Laynez. Del siglo diecisiete es también una pieza de Tirso de Molina, y otra igualmente de Juan Pérez Montalbán. Las obras sobre la tragedia de los enamorados seguirán en alza hasta que Juan Eugenio de Hartzenbusch publique en el diecinueve su obra teatral, que tomaría prestada Tomás Bretón para una ópera, y que será la base de nuevos relatos literarios (y cinematográficos) en el siglo veinte.

    Ahora, Javier Sierra publica este precioso cuaderno de viaje de cuarenta páginas, que incluye numerosas notas manuscritas que el propio autor tomó durante el proceso de creación, concebido como un primer trabajo en el que plasma sus primeras impresiones de este relato de amor imposible y de resistencia a la autoridad, el mito de un muchacho turolense de familia noble que se enamora de una amiga de su infancia en pleno siglo trece, cuando media Europa comienza a levantar sus catedrales góticas y el sur se debate en una cruzada inacabable contra el islam.

    Javier Sierra aporta, además del texto, fotografías, documentos, objetos personales e ideas. Y sus aportaciones han servido a Agnes Daroca y Juan Ramón Giménez para diseñar y maquetar este pequeño volumen, este pequeño tesoro, cuidado hasta el extremo. Desde el cartón rústico de las tapas o el papel envejecido del interior a la encuadernación cosida (realizada por Choni Naudín con doble costura manual, sin recurrir a procesos industriales, para darle un valor todavía más artesano al acabado), pasando por la reproducción de borrones de tinta china, roces, manchas de humedad, imitación de papel adhesivo sujetando los recortes de prensa y las ilustraciones que, en muchos casos, imitan el dibujo lineal tomado a vuela pluma. Algunas acuarelas terminan de ajustar el trabajo, hermoso donde los haya.

    El escritor, a fin de cuentas, afronta un misterio, el de las momias de los amantes, que no había tratado hasta ahora a pesar de ser de Teruel y haberle impresionado desde niño. Lo prometió y lo hizo.

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