Por Julian Reinhold
¿Azul?
Vivo sumergido en él, lo escucho, lo siento,
lo leo y lo imito. Mas no lo tengo:
él viene y se va.
Me lo pongo cuando me ducho,
por la noche nunca lo quito,
y en ocasiones incluso lo vendo.
Infinitas veces
lo llegué a acariciar
con la yema de mis dedos,
con un trozo de poliuretano,
con espadas láser o con la punta
de diamante que tal adicción
crea en mi interior,
luego vuelve a dejarme solo.
A veces me duermo con él aún de fondo,
e intento soñar que nuestro amor
no acabará antes del jamás
que dura hasta el instante de mi muerte,
por poco correspondido que sea.
Pero el Blues viene y se va.
Las lágrimas turquesa
caen a las botas del gurú.
El corazón incoloro,
tan transparente e inútil
como el amor irracional;
¿así lo ves tú?
Porque el Blues sigue siendo negro
aunque a ti te suene a Azul.
Dilema.
Tú, luz cegadora
que traspasa pecho y espinas,
tú eres el sol sin sombras.
En nuestro imperio
no se podrá poner el amanecer,
aún de noche sé donde se refugia
tu sien somnolienta.
Tú, bella princesa,
tú serás coronada un día
de primavera no muy lejano.
Tu boca no es de fresa…
su sabor en comparación
repelente sería, supongo,
pues dulzura sólo hay una.
Tú, reina mía,
tú eres la paradoja de rasgos perfectos:
es a tí a quien amo sin límite,
y eres tú quien me prohibe hacerlo.
Ven conmigo. Te ofrezco
independencia, amor,
amor, amor, amor,
amor y experiencia, vida,
no hay ser más rico que yo,
¡Oh, ven, ven conmigo!
¿Que si tengo tierras y comarcas?
¿Joyas, manjares, tesoros y palacios?
Mujer de amarga ironía…
qué poco me exiges.
Me sorprendo:
no me gustas.
Nada…
nada.
No me gustas,
ni yo a ti,
no tengo lo que buscas.
No me gusta tu mirada inocente
y cansada de buscar amor,
ni el líquido brillo color caoba
que se evapora mientras tus ojos
gotean rebosantes de dolor.
Tu boca ni mencionarla, me sobra
cada tercer par
de la primera mitad del segundo millar
de tímidas sonrisas perfectas
que dibujan esos labios,
labios que no me gustan,
pinceles de templada témpera púrpura
que trazan sin esfuerzo pero con arte
obras maestras, pequeña artista de talento innato,
de las que solo ellos mismos forman parte.
Y aún me sorprendo al comprobar que no mato
la rabia inexistente que me provoca el besarte:
la adicción de no encontrar salida alguna,
y la de nunca salir, o la de siempre amarte.
No, no me gustas,
al afirmarlo mentiría…
¿Que si te quiero?
Será eso lo último que susurre con vida,
mas no te lo escribo
solo por ser yo pluma y tú carta de amor…
Antes grabo mi nombre a fuego en tu interior,
pero no te escribiré que te quiero, repito.
¿Y te quejas? Qué sabrás tú…
¿acaso tú has querido lo que no está escrito?
A veces me siento como un sordo
A veces me siento como un sordo
que baila entre la multitud de un concierto,
que aplaude a los versos de un misógino,
ignorante.
Otras
como un mudo hablando solo
ante el espejo que lo vio crecer,
el único que siempre fue oído
al aire que sus gestos hacían silbar.
Durante veinte años fui átomo de laboratorio,
rebotando con rumbo fijo a la deriva
y sin conectar con física o química,
amor.
Una vez fui la estrella que tú no veías,
porque vuestra luna de miel me tapaba,
reflejando la luz de un sol
que me cegaba sin calentarme.
Imploté, y el oscuro rojo sangre
esparció mi tristeza por todo el firmamento,
antes de que fundierais la noche
en un beso espinado en mis pupilas,
en mi vista cansada.
A veces tú te tumbas,
te tumbas a su lado.
A veces yo me siento,
y me siento
solo;
sólo
porque tu compañía
es la de otros.