El velo de la niebla y la princesa


Por Gabriela Nacach

 

    La niebla pervierte la mañana trajinada de Madrid. Quisiera supieras todo -lo juro-. No me atrevo a abrir tus letras guardadas, cual dagas que atraviesan entrañas absurdas…

    Deben de ser esas fábulas tan tentadoras (¿por noctámbulas?), esas leyendas sutiles y fugitivas que la noche ha sabido rescatar tras un velo sagrado, por bello, de la princesa harto corrompida por esta niebla; corrompida por el deseo extremo que siente en voces enamoradas y palabras que cubren su cuerpo casi dormido, hambriento por despierto, hasta sin acariciarla.

    Deben ser esos mitos, bajo un barco en construcción; lo fue Tim Burton con su enorme pez, que muere entre cuentos de fantasía lleno de amigos; lo es la eterna duda de si es un elefante o una bicicleta, esa nube que desfigura el cielo de Madrid, justo en este instante.

    ¿Dónde diablos estabas cuando la Revolución? Yo, de veras no sé. Luego cayó el muro, transfrontera de la vida misma, y apenas el ruido remoto de los cascotes llegaron a los oídos de la princesa, abstraídos entre terciopelos, lejos de los barcos, de los mares, de las fábulas de ensueño.

   Cuando quise reaccionar, cuando creí encontrarte por fin tras el velo sagrado de la niebla, seguí la indolencia de tus palabras (respuestas ya sin colores, mas tan bellas, tanto…).

    Ya en la noche, en momentos de gran belleza y otros de profunda nostalgia y ensoñaciones melancólicas, la princesa vuelve a ver al enorme pez; o no, era el elefante; ¿o es la bicicleta?, tras diez años sin poesía. El dolor la corrompe, como la niebla, aún si la noche de inquietante, no la deja trascender.

    Y cuando ya en la madrugada recurro al respaldo austero de mis sueños inabarcables te pienso. La sangre tan sólo recuerda tus ojos; aún, el barro tu sonrisa. ¿Recuerdas, tanto que hablamos del barro y la sangre? El poeta siempre está presente: debe ser por eso la maravilla del alazán, que de tan negro brilla en la negritud de la noche; debe de serlo en los carruajes y las calabazas, en fin, el tiempo que se acaba. ¿Lo notó la princesa? ¿Notó que el tiempo se acaba?

   Y aún al extrañarte, aún el dolor mismo que me provocas, mi trabajo avanza. Así y todo, es tal el deseo de tus manos, que hasta por momentos hasta siento la inconstitucionalidad que ello me suceda…

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