“Modo crisis y capitalismo[1].”


Por José Antonio Díaz

        Crisis y orden. Sin crisis no hay capitalismo. Todo orden es resultado de una crisis. Las crisis se aceleran, y su contigüidad las presenta como una y permanente. Pero al igual que el crecimiento continuo y sin fin es un mito, también lo es el modo crisis.


Por José Antonio Díaz Díaz[2] .
Corresponsal del Pollo en Santa Cruz de Tenerife. Islas Canarias.

     La expresión ‘Krisenmodus’ (en modo crisis) fue la palabra del año 2023 en Alemania. Procedente del lenguaje militar, denota un “estado de alerta máxima ante la posibilidad de un ataque enemigo”. En su uso extendido ha devenido en “estado de excepción permanente”, el ambiente perfecto para que se reproduzcan autócratas y populistas de todo signo y condición.

     Aprender a convivir en y con la crisis y para algunos vivir de ella, es el tema de nuestro tiempo que, parafraseando a Ortega, requiere de una perspectiva propia, no tanto generacional como actitudinal, la “resiliencia” o “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.

    Ese palabro añade dos sutiles ampliaciones de significado al significante crisis: el primero, la permanencia de esta; el segundo la indefinición de su origen, pues si la crisis es permanente, sus causas carecen de interés, al menos para el común.

    La lección implícita es simple y demoledora, ya que vivimos en modo crisis, aprendamos a convivir con ella, y sacar provecho de esta.

    La crisis como negocio actualiza el tema de nuestro tiempo y amplia la incertidumbre connatural al universo, a todos los órdenes de este, donde la vida propia se siente como epifenómeno, algo extraño, accesorio y prescindible. La vida deja de ser sueño, para pasar a ser juego, azar, estadística, tendencia y, sobre todo, sede del reino del consumo.

    Conclusión, el único horizonte de autonomía personal posible es intentar ganar a la banca, vivir de la crisis, controlarla, ganar y luchar contra los mercados. O pasar desapercibido, es decir, no jugar en esa liga y apostar por la autarquía personal y comunitaria.

     La expresión “modo crisis” y las líneas precedentes son un relato tramposo, diseñado y desarrollado por profesionales de la desinformación que amañan y mienten la verdad, con la finalidad de falsear la realidad conforme a las órdenes recibidas.

    Requerimos fijar el alcance de la expresión `modo crisis, y distinguir las crisis naturales de las artificiales, pues en caso contrario las naturalizamos y  equiparamos -por ejemplo- a los terremotos con los fraudes financieros a gran escala.

    Asistimos a la generalización del pensamiento mágico, y no precisamente en la República de Macondo, sino en un infierno dantesco actualizado, y blanqueado para la ocasión. Este infierno, no asusta a casi nadie -justo todo lo contrario- frivoliza las consecuencias de nuestro modo de vida y se conforma en antesala necesaria del purgatorio y el paraíso. El modo crisis es la visa, el pago necesario para triunfar en la vida y vivir en el paraíso del capitalismo. El limbo, la lujuria, la gula, la avaricia, el no querer saber, los excesos y la acumulación dejan de ser comportamientos indeseables, para pasar a ser conductas de cálculo, eficiencia, utilidad, buen vivir y éxito económico. La ira, la herejía, y la violencia son manifestaciones del fracaso de aquellos que se quedan por el camino, pero bien instrumentalizadas, herramientas necesarias para ordenar la sociedad a los fines propios del capitalismo y seleccionar a los mejores para la práctica del fraude y la traición, que en última instancia dependerán de la perspectiva y el momento. Así, cuando el que defrauda y traiciona tiene éxito hablamos de liderazgo, alta dirección, heroísmo y hombres y mujeres para la historia, y cuando fracasan, escarnio público, crónica judicial y carcelaria, y páginas de sucesos.

    Epistemológicamente hablando el mundo mágico es muy amplio, pero básicamente se nutre de generalizaciones estadísticas sin justificación alguna, relaciones ilusorias, sustitución de la ciencia por el arte, imaginación distópica y utópica al mismo tiempo y en el mismo espacio, falseamiento cultural e histórico, conspiraciones, cultos sectarios, animismo y superstición, etc. Entre sus temas, cabe destacar dado lo que nos preocupa, la idea del crecimiento perpetuo, el individualismo y la meritocracia, el consumismo, la cosificación, la mano invisible del mercado, la especulación, el negacionismo y todas las fobias ideológicas que cualquiera quepa imaginar. Un último apunte, el pensamiento mágico no ha colonizado la publicidad, es justo lo inverso, tanto por procedimiento como por finalidad, esta se ha apropiado del pensamiento mágico para blanquear al capitalismo y su política.

     Caos y cosmos devienen en una nueva unidad donde conviven dos fenómenos contrapuestos, por una parte la idea (falsa, pero el común no lo sabe) de un mundo arbitrario sujeto al capricho de los dioses radicados en un mundo virtual, donde ocurrencias y opiniones sin fundamento alguno -ni falta que hace- son desarrolladas en las redes sociales, alumbrando un ecosistema donde se confunden tertulianos, agentes sociales, usuarios y diseñadores de opinión de toda clase y condición, difuminando la verosimilitud del conocimiento a través del uso espurio que la publicidad hace del realismo mágico, donde el mensajero es el mensaje. Por otra, un mundo real, previsible, explicable y solo al alcance de los defraudadores y los traidores del infierno dantesco y sus servidores más cualificados, que recupera el antropocentrismo renacentista, en versión transhumanista, -aunque no el humanismo-  y que dualiza y simplifica la realidad: el ser humano frente a la naturaleza (para confianza del común), donde su avatar parece que todo lo puede, superando sus límites naturales, difuminando, blanqueando y negando las consecuencias del Antropoceno y su propia contribución al mismo.

    En este infierno dantesco no cabe ni una ética centrada en la prudencia y la sabiduría moral acumulada a lo largo de la historia, ni una ética del cuidado, ni se aplican los principios de contingencia y subsidiariedad. Mandan las grandes corporaciones, y en estas, la cuenta de resultados y el corto plazo. Importan los beneficios. Fomentar la prudencia es propio de perdedores, y en modo crisis solo cabe promover la cultura de éxito.

    Esa cultura requiere de una educación centrada en la posición socio laboral que vaya a ocupar el educando, por lo que habrá tantas redes escolares como grandes ámbitos de responsabilidad económica existan. En cualquier caso, se fomentará la resiliencia, la ambición (el emprendimiento en las versiones más comedidas), el crecimiento personal en todos los órdenes, la competencia interindividual y el fomento del ingenio sin ataduras morales. El currículo familiar heredado y el adquirido en la educación determinan la posición de partida a tenor de las exigencias del sistema.

    Necesitamos conocer y prever las mentiras, mañas y trampas del modo crisis, necesitamos sus patrones, debemos separar los antecedentes de los consecuentes, y los tipos de relaciones entre unos y otros, conforme al momento y el espacio de la crisis y las relaciones entre estas, distinguiendo las crisis por causa natural de las artificiales.

     Las crisis naturales, dependiendo de su origen, pueden ser inevitables e incluso imprevisibles, por ejemplo, los movimientos de las placas tectónicas y sus consecuencias. Pero no es lo mismo un terremoto y sus consecuencias en el Japón que en las zonas rurales de Marruecos. Las erupciones son inevitables, pero son relativamente previsibles si existen redes de alerta temprana y, además, pueden evitarse sus consecuencias si se han elaborado planes de contingencia, un ejemplo, la erupción en La Palma de 2021.

    Con respecto a las crisis causadas por los seres humanos, todas son previsibles y todas evitables, al menos en lo referente a grandes consecuencias, si así lo quisieran políticos y empresarios. Bastaría con decidir conforme a pautas de prudencia a tenor del conocimiento disponible, y principio de contingencia y subsidiariedad. El que no ocurra no cabe atribuirlo al caos de la naturaleza, sino al cosmos, es decir, al orden social existente. Es el caso de las guerras, calentamiento global y su anverso el cambio climático, o las crisis en la producción y en las finanzas de 2008.

    El modo crisis, en su significado ampliado, denota crisis permanente -no solo nos condiciona, sino que nos determina, eliminando de un plumazo multitud de opciones de desarrollo personal, y limitando nuestra autonomía personal y colectiva- y amplifica (connota) en nosotros los sentimientos propios ante esas situaciones, inseguridad, miedo, rabia, indefensión e impotencia, lo que trae consigo un incremento sin igual de las patologías relacionadas con la ansiedad y el estrés, en sus formas de depresión y neurosis tanto individual como colectiva, que van más allá de la psicopatología de la vida cotidiana de la que hablara Freud hace ya más de un siglo.

     La Organización Mundial de la Salud (OMS) califica a la salud mental como el mayor desafío de Europa. En España, el 12,74% de la población de 15 y más años presenta sintomatología depresiva de distinta gravedad. (Informe EESE, 2020). Se incrementa el consumo de ansiolíticos y antidepresivos, 57 y 80 dosis diarias por cada mil habitantes respectivamente. Y el suicidio es ya la primera causa de muerte no natural en España.

Sufrimos de una pandemia de neurosis colectiva, cuyos sujetos más afectados son segmentos poblacionales particulares, adolescentes, personas mayores, personas pobres, y más mujeres que hombres, etc. No es consecuencia de orden natural alguno y tampoco conocemos desencadenantes genéticos u hormonales que propicien esas enfermedades en los colectivos señalados, si cabe, por el contrario, apuntar a causas culturales relacionadas con la forma de reproducirnos económicamente como sociedad.
En esa línea, parece oportuno introducir ciertas cautelas a la hora de abrazar las hipótesis y las teorías científicas que pretenden identificar perfiles prevalentes para el desarrollo de enfermedades mentales o de dependencias de sustancias a tenor de la configuración genética, el mapeo cerebral y la bioquímica hormonal, obviando el peso de las variables medio ambientales y culturales en la determinación de la personalidad. Somos un producto evolutivo, cuya hominización y humanización consiguiente transitó por niveles de emergencia dictados por la necesidad. Fuimos un caos primigenio modelado por la física primero, y la bioquímica más tarde. La cultura tardó en llegar, pero la economía y la tecnología han acelerado su desarrollo obviando las cautelas propias de los procesos evolutivos, justificando el proceso a partir de un marco de teorías diversas que han devenido en un marco de transhumanismo y diversidad cultural fluida que se conforma en el ejercicio del derecho a decidir bajo el principio del imperio del yo o síndrome ampliado del emperador. Hemos construido un mundo entre los posibles. Caben otros que podrán reconstruirnos, aunque también destruirnos. En cualquier caso, un mundo sin humanos posiblemente sea una buena noticia para el planeta y el universo, al menos en lo que a basura se refiere. Todo es posible, y de nosotros depende.

     La pregunta es que cómo hemos llegado a esta situación, y quiénes han sido sus responsables. Necesitamos identificar el elemento social transcultural presente en todo el planeta y que, de una forma u otra, afecta al mismo y a todos los seres que lo pueblan, sean humanos o no. Y lo tenemos, y no son las religiones, aunque en su funcionamiento se parezcan mucho, es el sistema económico, el capitalismo, en una palabra. “Miremos hacia donde miremos, estamos presenciando el triunfo del capital. En almacenes, fábricas, oficinas, universidades, hospitales públicos, medios de comunicación, incluso en el espacio, pero también en el microcosmos de las semillas patentadas  Siguiendo a Yanis Varoufakis , el capitalismo del siglo XXI es un enjambre tecnológico situado en la nube que casi se gobierna a sí mismo vía algoritmos que nosotros hemos coadyuvado a diseñar participando en la presunta transparencia de la red, y que ahora casi nos tutela. Somos deudo-compradores compulsivos de bienes que no necesitamos y que a su vez están matando al planeta y a nosotros mismos (microplásticos) . Somos esclavos de deseos que ningún consumo logrará satisfacer. Todo el proceso queda en manos de algoritmos reformulados constantemente a través de su propia mejora, conforme a la cesión de nuestros datos: situación, satisfacción (reseñas y valoraciones), fotos y videos. Les hacemos gratis los estudios de mercado y la publicidad.

      Si Antonio Guterres se inspiró en Dante cuando dijo que “la humanidad ha abierto las puertas del infierno” seguramente nunca lo sabremos. Lo realmente terrible es que una gran parte de la humanidad ha comprado el relato de los tres monos tontos -que no sabios- pues no quiere escuchar, ni denunciar y criticar y tampoco ver. Luego la segunda parte de la declaración de Guterres “el futuro no está decidido» y el objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura lo más cerca posible de 1,5ºC aún es alcanzable, parece deseo más que meta, pero lo firmo, no hay otra.

     Nuestro horizonte cultural está conformado por un negacionismo implícito de todo aquello que cuestiona al capitalismo y sus consecuencias. Confrontar al capitalismo solo lo hacen los locos, los traidores, los ignorantes, los vagos y los maleantes. Denominar mitomanía a los ideales del capitalismo: crecimiento y progreso económico, libertad de comercio y producción, funcionalidad de la propiedad, y establecer bienes que nunca deben ser privatizados comienza a ser un ejercicio intelectual de alto riesgo. El modo crisis no solo incluye las consecuencias de vivir en un sistema capitalista, sino que también pretende eliminar su cuestionamiento. El libre mercado no incluye la libre expresión y la libertad de edición. 

    El libre mercado sin límites no soporta examen moral alguno. Confrontar los presuntos beneficios del capitalismo en un territorio y una sociedad concreta, con las personas y seres vivos que habitan ese espacio resulta sin discusión alguna, en términos de sostenibilidad, las matemáticas dixit, pérdidas absolutas para unos pocos, pérdidas relativas para unos pocos. En consecuencia, se requiere una ideología, una falsa conciencia, un pensamiento mágico que oculte las pérdidas y el sufrimiento y magnifique las ganancias y el éxito, ocultando la violencia estructural del sistema en términos de sostenibilidad y sufrimiento humano y animal. La publicidad -el pensamiento mágico- entra en escena. Esa ideología se construye sobre el mito del consumo, identificando este con la libertad y la realización personal, y una dosis generosa de negacionismo. Si ello no fuera suficiente, siempre nos queda el auxilio de las religiones para los creyentes, y el escepticismo y fatalismo para agnósticos y ateos. El discurso resultante del modo crisis vendrá modulado pues por una aceptación del orden social para los integrados, y una cierta dosis de relativismo y escepticismo para unos apocalípticos también integrados, aunque algunos no lo sepan, y sobre todo no lo parezcan, pues la estética da mucho de sí. Es el pago por nuestra forma de vida, y es tan eficaz en su funcionamiento, que hay personas que creen que hay un “modo común de vida” entre las personas sin hogar, las desempleadas, las personas trabajadoras pobres, las cualificadas, intelectuales, artistas y deportistas profesionales, cargos electos y políticos, accionistas, personas ricas y súper ricas y cargos directivos que cobran bonos millonarios. Es lo que explica, al menos en parte, los resultados electorales.

     El modo crisis demanda conformismo disfrazado de cierta inadaptación individualista, que promueve un escepticismo acomodaticio y acrítico que el común abraza y jalea como desenvolvimiento de la libertad. Que no pare la fiesta, que no falte el champagne, que siga sonando la música, que las sombras de hoy sean las luces de mañana, o no, pero para entonces ya estaremos muertos y todo dará igual. Vente conmigo al infierno que allí seguiremos la fiesta calentitos y sin la dichosa corrección política que todo lo inunda.

    Para acabar, aunque ya lo hemos insinuado, una de ideología disfrazada de ciencia. Personas relevantes por cargo y condición han puesto de moda el uso del término de resiliencia, en tertulias y columnas de opinión, destacando dos significados, positividad y adaptabilidad. Conviene, indagar un poco sobre la expresión y su origen.  Desde la física de materiales ‘capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido’, a las ciencias de la naturaleza y la sociedad, donde la expresión significa ‘capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos’. Toda expresión denota y connota, y en este último uso, autoridad y contexto lo es todo. Nos tememos, que la idea de `capacidad de un material para absorber energía y deformarse sin romperse´, ha inspirado la idea de formar y entrenar a los seres humanos para soportar situaciones de alto estrés, y no sucumbir a este. Educar en resiliencia es conformar en el sujeto capacidades de adaptación ante la vulnerabilidad. Modo crisis y resiliencia. Cerramos el circuito virtuoso. No nos preguntamos cómo romper el modo crisis al menos en aquellas que tengan como origen nuestra forma de vivir, nos preparamos para soportar las peores consecuencias de nuestras decisiones. Se trata de que asumamos como natural lo que no es tal, las crisis económicas encadenadas, las crisis políticas, las pandemias causadas por nuestro modo de vida, las guerras,  el terrorismo, las migraciones masivas irregulares y el cambio climático sin introducir cambio alguno, el incremento de la desigualdad y la inequidad, los sistemas educativos disfuncionales, la tecnología fuera de control y la concentración de la propiedad y del poder económico a nivel mundial en unos términos desconocidos hasta el momento.

     Se trata de naturalizar al nuevo capitalismo. Dejamos de ser cuerpos donde naturaleza y cultura cooperaban, para transformarnos en meros instrumentos culturales determinados los algoritmos que obvian a la naturaleza. Bienvenidos a la nueva era tecno feudal, en palabras de Yanis Varoufakis, pero que en cualquier caso sigue siendo capitalista.

25 de febrero de 2024.

[1] Mi agradecimiento por las sugerencias y correcciones a Concepción García, Alberto Manganell, Javier Marrero, Oscar Vizcaino, Jesús Paradinas y José Manuel Ruiz.

[2] Profesor jubilado de Filosofía de Educación Secundaria. Miembro del Foro de Sevilla y colaborador del Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación.

joseantonio.iepec@gmail.com 

https://orcid.org/0000-0001-7893-3503

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