«Los buenos usos del agua II….»(Octubre)


Publicamos por capítulos la charla  “Los buenos usos del agua, el ahorro y la gestión del agua en la historia de Aragón”, que el historiador y profesor de la Universidad de Zaragoza, Miguel Ángel Pallarés,  impartirá durante el presente año en 35 puntos de la Comunidad Autónoma a inciativa del Instituto Aragonés del Agua. (PARTE  II)

El Instituto Aragonés del Agua es el organizador de esta iniciativa de sensibilización ambiental que pretende mostrar  cómo los aragoneses, de generación en generación, han optimizado un recurso tan escaso como el agua y han aplicado las mejores técnicas y tecnologías disponibles en cada época para este fin, dependiendo de las características del terreno o los usos del agua. El apoyo visual corre a cargo de la fotógrafa Montse de Vega.

Texto: Miguel Ángel Pallarés
Fotografías: Montse de Vega

“Los buenos usos del agua, el ahorro y la gestión del agua en la historia de Aragón”

Parte II


Un paisaje de contrastes

Muy pronto el intento de acercar el agua a los sedientos campos para fertilizar sus tierras animaría y movilizaría a los colectivos a la realización de azudes y acequias que bebieran de los ríos. Los bronces de Botorrita y de Agón son ejemplos de que los agricultores de nuestro ámbito estaban optando por la seguridad del regadío, mucho más rentable que el secano.

Cuando llegaron los romanos encontraron en la Península Ibérica un territorio de grandes posibilidades económicas que muy pronto surcaron de calzadas para unir sus ciudades. Éstas demandaron desde su fundación el apropiado abastecimiento de agua de boca y unos servicios higiénicos y sanitarios de altura, lo que requirió la realización, por parte del Estado, de extraordinarias obras de ingeniería hidráulica que han perdurado hasta nuestros días.

La red de cloacas que horada el subsuelo de Zaragoza es un buen ejemplo de lo que tratamos, así como sus termas públicas y los restos de su puerto fluvial.


Crecida del Ebro en Boquiñeni

En pos del Agua

Otro ejemplo impresionante es el que nos ofrece el yacimiento cincovillés de Los Bañales. Una presa de gravedad, un acueducto de grandes sillares y seguramente el mejor conservado conjunto termal de Aragón daban vida a una ciudad asentada junto a la calzada que comunicaba Cesaraugusta y Pompelo, de la que no sabemos ni su nombre.

En este periodo se crearon las presas de Almonacid de la Cuba y Muel, con el objetivo de transformar en regadío extensas superficies para su cultivo; mientras en el medio rural se multiplicaban las villas, explotaciones agropecuarias diseminadas por el paisaje.

La invasión árabe supuso la continuación de las estructuras hidráulicas del periodo romano y, en algunos casos, su mejora. Los afluentes del Ebro, más fáciles de domar que este río, fueron sangrados en numerosos lugares de nuestro territorio en un claro impulso del regadío, sobre todo en torno a las ciudades de Huesca y Zaragoza; cursos fluviales como los del Cinca y el Jalón fueron salpicados de azudes derivadores de redes de acequias.


Acueducto de Los Bañales

El agua en el pasado

La bajada de los cristianos al llano se hizo con lentitud; en este proceso, numerosos núcleos habitados asentados en lugares defensivos tuvieron sentido en el momento de la conquista pero no después. La historia de los despoblados no es un fenómeno que se haya dado exclusivamente en el siglo XX, sino que ha existido desde siempre, siendo el agua uno de los principales elementos -si no el que más- que han influido en el asentamiento de la población.

El reino de Aragón, que había nacido en el Pirineo, sobrepasó el valle del Ebro y se extendió por el Sistema Ibérico, pero por decisiones políticas no alcanzó nunca el mar; el país, prácticamente desde el final de la conquista a los musulmanes, no ha variado sus fronteras. Sus habitantes se dieron leyes, y vivieron y murieron en y por esta tierra.

La variedad de paisajes y de posibilidades hídricas del territorio hizo que los aragoneses mantuvieran estrategias distintas en cada zona para acceder al agua, ya que no era lo mismo vivir en la húmeda montaña o en las riberas de los ríos que en los extensos interfluvios o los páramos. Además en algunas zonas se dio un hábitat disperso, de núcleos familiares diseminados por el campo (torres y masadas), que requirieron de un punto cercano para su abastecimiento.

Lugares aragoneses rodeados de secanos dependieron de aljibes (como el de Ródenas o el del despoblado de El Bayo), pozos (como en La Muela) y balsas, a veces haciendo diferencia según la calidad del agua, la buena para boca y la más blanda para los ganados y para lavar; así pasó en Candasnos, con escrupulosos repartos de trabajo entre los vecinos para su mantenimiento, y en muchos lugares más hasta no hace tantos años.


Pozo Árabe en Monroyo

Un manantial en medio de la nada, como es el caso de Lécera, hizo desarrollarsea toda una comunidad. En las casas de todo Aragón el agua se guardaba en recipientes de barro, en tinajas y cántaros que una industriosa artesanía alfarera iba reponiendo.

La salubridad de las aguas ha sido una cuestión que preocupó a las autoridadesde cada época, que se esforzarían por crear las infraestructuras necesarias para disponer en los núcleos habitados del líquido vital con el mayor orden y comodidad.

En un momento de gran dependencia del entorno natural, fue necesario el desarrollo de obras específicas cuya tipología se ha mantenido durante siglos. Numerosas construcciones relacionadas con su conservación y consumo han llegado hasta nosotros, a pesar de que la cultura del agua y el patrimonio material ligado a ella han sido muy desatendidos en las últimas décadas con la transformación de la sociedad que les servía de marco; afortunadamente el grado de sensibilización ha aumentado progresivamente, lo que ha hecho que se hayan restaurado y puesto en valor obras tradicionales vinculadas a su uso, como la fuente y el lavadero de Sofuentes, o los pozos de nieve de Sariñena y Uncastillo.

(Continuará)

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