Por Carlos Calvo
La vida es como un tebeo y lo que nos sucede se podría contar en viñetas, con sus correspondientes “¡boom!”, “¡catacroc!” o “¡zas!”. Desde que se irguió, el ser humano empezó a trazar dibujos para contar sus historias, ya fuera para sí o para sus dioses.
Antes de que se hablara del noveno arte, antes de que los españoles se dividiesen entre el tebeo y el cómic, antes de que Ibáñez y compañía, mucho antes, los egipcios dibujaban escenas en las vendas con las que cubrían a las momias. Y la estructura recuerda, inevitablemente, a la viñeta. Algo parecido concibieron los mayas, siglos después, en sus códices. Y los iluminadores en los monasterios medievales. Quizá es que llevamos haciéndolo toda la vida: ordenar el mundo en tiras, que luego convertimos en cómicas. O trágicas.
Ahora se expone, hasta el mes de febrero de 2019 en la Casa de los Morlanes de Zaragoza, una visión de la historia del cómic español, desde los años cincuenta del pasado siglo hasta la actualidad. El objetivo es, en palabras del comisario Juan Royo, quien ha puesto a disposición de la muestra su colección personal, “azuzar la curiosidad y profundizar en los procesos creativos, en el reflejo y simbiosis entre cómic y sociedad, y lanzar paralelismos entre temáticas, personajes y situaciones ¡hasta en el lenguaje y la moda!”. La exposición, en verdad loable, es un amplísimo cajón de sastre que no solo se detiene en las expresiones más populares, sino también en las vanguardias que instigadas por los postulados de Otto Neurath renovaron el lenguaje de la ilustración. Así llegamos a los últimos contadores de historias gráficas como Juan Berrio, Sergio García, Carla Berrocal, Álvaro Ortiz o Ana Galván, entre muchos otros.
La muestra ofrece épicas e intrigas a través de los géneros de aventuras tradicionales, de capa y espada, del bélico, del histórico, del terror, de la ciencia ficción, de los superhéroes, de la sátira política. Épica e intriga, en efecto, que podemos admirar junto a los bocetos a lápiz y los borradores que emplearon los propios ilustradores. Por unos y otros géneros aparecen ‘Roberto Alcázar y Pedrín’ (o sea, los “valores” de la España franquista), ‘Jabato’, ‘Carpanta’, ‘Pumby’, ‘Don Miki’, ‘El Cachorro’, ‘Conan, el bárbaro’, ‘Cimoc’, ‘Vampirella’, ‘El Víbora’, ‘El Jueves’… Y autores como Carlos Hernández de Miguel, Ioannes Encis, Bernal Romero, Alfonso Azpiri, López Espí, Íñigo… No menos sorprendente es la instalación referida a las discapacidades, que visibiliza quiénes son los verdaderos héroes de nuestra sociedad, aquellos a los que se margina por su diferencia física, sensorial o intelectual, y que deben hacer esfuerzos extraordinarios para normalizar su situación y superar los prejuicios sociales.
La libertad de expresión y la crítica son vitales para las personas creativas. El cómic no es solo ocio, sino también reivindicación. El arte es el afloramiento de un mundo interior expresado con belleza y singularidad. Y una de las formas genuinas de arte es la viñeta. El arte de los viñetistas nos blinda contra la zafiedad a golpe de sonrisas, y desde el sosiego y la inteligencia nos hace más llevadera la existencia. El hoy sofisticado Gallardo, iluminaria de la contracultura española, parió junto al guionista Mediavilla personajes del lumpen disparatado como El Niñato y Makoki, sin olvidar a memorables secundarios como el Buitre Buitaker. A su modo, ellos también cambiaron España en la transición.
Como lo hicieron Ceesseppe o el fundador de ‘El Rrollo Enmascarado’ –junto a Mariscal, Farry y Pepichek-, el gran Nazario, quien paseaba por Las Ramblas del brazo con Ocaña vestida de faralaes y creó un detective trans, Anarcoma, hábil husmeador de los bajos fondos de Barcelona y defensor de los movimientos de liberación sexual, feminista y ecologista. Es el mundo ‘underground’ y Nazario es un referente no solo por sus cómics, sino también por toda esa “movida”, palabra que se inventa en Madrid en los años ochenta, aunque el caldo de cultivo ya está en la Barcelona de los setenta, con la revista ‘Ajoblanco’ al frente.
En la exposición se hace un repaso por las historias infantiles con las que varias generaciones aprendieron a leer y que se convirtieron en compañeras fieles de aventuras y sueños. Acaso los tebeos fuesen el refugio de muchas infancias y la forma de socializar con la gente al descubrir personajes tan míticos como Cuto, Capitán Trueno, Guerrero del Antifaz, Zipi y Zape, la Familia Ulises o Mortadelo y Filemón. El tebeo es parte de nuestro patrimonio artístico, y forma parte de la educación sentimental y cultural de millones de españoles gracias a creadores como Jesús Blasco, Víctor Mora, Ambrós, Manuel Gago, Escobar, Benejam, Coll o Francisco Ibáñez, el más prolífico de su generación.
Lo que en España conocemos como tebeo, ‘bande dessinée’ en Francia, ‘fumetto’ en Italia o manga en Japón, nace “oficiosamente” hace casi dos siglos. Pero es algo tan viejo como la humanidad. Un tiempo en el que el suizo Rodolphe Töpffer se gana el título de “padre del cómic” y Gustavo Doré anticipa la novela gráfica con su nada exitosa ‘Historia dramática, pintoresca y caricaturesca de la Santa Rusia’. Y ahí están, sin ir más lejos, los percebes, todo un homenaje al incombustible y prolífico Francisco Ibáñez, el dibujante catalán de la mano de la editorial Bruguera, con su descacharrante edificio desparedado que se convirtió en retrato de varias generaciones, unas viñetas muy parejas a las que antes dibujó Manuel Vázquez y que entroncan, a su vez, con un modelo clásico en la sátira social del siglo diecinueve. Nos habla de la familia más cercana, en un concepto de generación amplio que incluye a abuelos, padres, nietos y todo un vecindario (con sus morosos o sus cotillas). Personas, en fin, con las que se puede convivir, aunque sea brevemente.
“El cómic”, vuelvo con Juan Royo, “se convierte en una herramienta pedagógica para entender la economía y para dibujar la adolescencia, complejo periodo vital de cambio profundo y aprendizaje a través del sexo, el deporte o el rock. El humor adulto se diferenciará del humor para niños, no tanto en su propuesta gráfica sino en los guiones, subliminales unos, explícitos otros, para romper definitivamente el mito del cómic como modo de ocio exclusivamente infantil”. El cómic, al fin y al cabo, es un medio mixto que une palabra e imagen en algo distinto, y cuando se hace bien se puede llegar a una excelencia a la que no se accede de otro modo. Lo que les interesa a los autores es crear personajes y contar historias.
Al final, dibujar puede ser algo mecánico. Se trata de buscar el equilibrio entre el grafismo y los diálogos, y conseguir un remate final convincente. También existen, en España al menos, marcadas diferencias entre el cómic clásico y el contemporáneo. Ahora hay muchas influencias del manga japonés y es completamente distinto. En los años sesenta, los quioscos españoles estaban llenos de tebeos y ahora prácticamente no queda nada. Hoy en día se trabaja haciendo manga para el extranjero y dibujos animados. El mal momento del género en España es culpa de la televisión y otras pantallas de las nuevas tecnologías, que les sorbe el seso a los niños (y a los adultos) de tal manera que ya no están por la labor de la lectura. Todas las editoriales han ido cerrando y, excepto Ibáñez, nadie puede vivir del cómic en España.
Sea como fuere, esta exposición es un verdadero lujo, con más de cien piezas, en la que también se recoge el momento actual del cómic aragonés con figuras como Alberto Calvo ‘Supermaño’, Calpurnio Pisón, Cebolla, Javirroyo, Laura Rubio, Furillo, Isa Ibaibarriaga, Luis Grañena, Moratha, Kalitos, Bernal, Jaime Calderón, Jesús Saiz, Ángeles Felices, Nacho Casanova, Josema Carrasco, Antonio Ávila y Carlos Ezquerra, entre otros. La muestra es un homenaje a estos artistas y aficionados que promocionan esta forma artística, y es, como broche, un homenaje muy especial al ilustrador zaragozano (de Ibdes) Carlos Ezquerra, que falleció hace poco tiempo.
La viñeta, al final, queda en blanco o se tiñe de negro en luto. Ezquerra se curtió en las historietas de la España tardofranquista. Su buen hacer como dibujante cruzó las fronteras y llegó al Reino Unido, donde sus servicios fueron requeridos para la revista ‘2000 AD’. Fue allí donde, en 1977, apareció por primera vez ‘Judge Dredd, creado junto al guionista John Wagner y protagonizado por un justiciero encargado de velar por la ley. Su éxito provocó que saltase a Estados Unidos e hizo que se convirtiese en un símbolo de los debates de fin de siglo sobre el autoritarismo y el estado policial. En menos de dos décadas, el personaje conoció una adaptación cinematográfica protagoniza en 1995 por Sylvester Stallone. Una nueva adaptación, en 2012, situó al actor neozelandés Karl Urban como Dredd. Aunque el juez fue su personaje más popular, Ezquerra dejó para la historia del cómic otros muchos y también se aventuró por los terrenos del wéstern, el bélico o el histórico. Uno de los grandes del cómic de superhéroes.
Acaso, decía más arriba, el padre del cómic moderno fuera el pintor suizo Rodolphe Töpffer. Acaso, simplemente, la vida es como un tebeo. Y lo que nos sucede, para qué negarlo, se podría contar en viñetas.