La Gala del Teatro Aragonés o la Gala de la vaca de Eleuterio

Por Dionisio Sánchez Rodríguez
                                   
Serían las dos, tres, cuatro, cinco o seis de la mañana

Cuando la vaca de Eleuterio se asomó…¡Chis, pum!…a la ventana.

(Canción popular)                              

      Hacía mucho tiempo que no pisaba el Teatro Principal de Zaragoza (TPZ)  y el otro día, invitado El Pollo Urbano  por  la Asociación Arés ( la  asociación de empresas profesionales productoras de artes escénicas en la Comunidad de Aragón y fundada en el año 1999), delegó en mí para asistir a la “X Gala del Teatro en Aragón” donde, según todo parecía se iban a entregar los premios correspondientes a las compañías y profesionales que lo habían merecido –según su criterio- por su actividad en el tiempo pasado desde la anterior , (imagino).

    Fui con un viejo amigo con el que previamente nos habíamos tomado una cerveza en previsión de que no hubiera bar. Mi último recuerdo estaba asociado a su eliminación, al parecer, por desacuerdos con la maravillosa mujer que llevaba la concesión. Antes, el bar del teatro era el lugar preferido por algunos para desahogarse de una obra horrenda que se desarrollaba en escena, la excusa para ir a los urinarios o el punto de coloquio de gallinero en los descansos que, a la vez que el bar, fueron suprimidos porque el personal del teatro (acomodadores incluidos) pedía esa media hora  como extra en sus emolumentos ganados –como ustedes podrán imaginar- con un sudor inimaginable.

    Bueno, pues no fue así y en el remodelado T.P.Z.  había bar (en el mismo sitio que estuviera el anterior) y nos tomamos, mi amigo y yo,  unas cervezas servidas con diligencia y en copa. En este ambigú no se pueden beber a morro los botellines (cosa que es desesperante para un bebedor compulsivo de ellos), y deseamos que, más pronto que tarde,   destierren esa ridícula imposición.

       Como en todo espectáculo de esta índole, había, tapando sin ninguna consideración el mural que en su día pintó nuestro genial Broto, una lona negra llena de adhesivos y pijadas que le han dado en llamar “Potocoll”, Photo call, o ‘llamada de foto’ literalmente y por donde pasan los gilipollas que quieren asemejarse a los famosos que lo hacen en otros sitios un poco menos catetos. Se paran en seco, ponen cara de haba y, ¡zas!,  les hacen una fotito que irá a parar al fondo de recuerdos de la empresa que monte el chiringuito y que pretenderá, sin duda, montarse algún negociete con ellas.

    Vi a algunas viejas glorias y a jóvenes promesas que se inician en este absorbente mundillo. Saludé  poco porque los besos del concejal Rivarés y las palmadas del alcalde Santiesteve me introdujeron en el rojo y remozado patio de butacas al que le han trincado el pasillo central por la puta cara, como ya dijimos en una crítica anterior. ¡Qué falta de cultura teatral! ¡Qué rusticidad de gallego lugareño! ¡Incomprensible y penoso!

   Por prevención y para pasar desapercibidos, cambiamos nuestras entradas de privilegio por unas más sencillas, justo al final de la platea y a un paso de la puerta de salida. Los afortunados asistentes nos dieron las gracias y, como debe ser, nosotros a ellos, deseándoles suerte ya que, seguro,  no sabían dónde se habían metido.

   Aunque no lo parezca, un gala, incluso esta, no deja de ser un espectáculo y como tal debe ajustarse a un mínimo de reglas que lo han de gobernar si los organizadores tienen un mínimo de conocimiento teatral  y pretenden que se cumplan  las tareas de los  innumerables oficios que anuncian han puesto en marcha para llevar a cabo la ceremonia: ni más ni menos que un director, un guionista, una productora, una encargada (jefa, imagino) de vestuario, dos jefes técnicos, tres presentadores  y tres colaboradores. Un staff digno de “Los diez mandamientos”.

    Decía Lorca, por citar a un hombre que no era de derechas, según creo, que un teatro es, ante todo, un buen director”. Pero el gran poeta y dramaturgo no se quedaba ahí. Añadía su extremada preocupación “por el ritmo de la representación y la escenografía (…) La mitad de un  espectáculo depende del ritmo, del color, de la escenografía”.

   Bueno pues en esta gala sobraba el director porque el “ritmo” era propio de un pasacalles de majorettes  ascendiendo a la cumbre del  Moncayo. ¡Qué patata!

    Asoman  a escena dos actores simulando a Adan y Eva y un tercero a modo de Indiana Jones quienes a pesar de la melonada de los micrófonos inalámbricos  (¿desde cuándo la extraordinaria acústica del T.P.Z. ha necesitado de esas prótesis) demostraban constantemente entre acoples y grititos que sus palabras volumen, lo que se dice volumen, sí tenían, pero estaban carentes de  suficiencia, de claridad y de expresividad, tres cualidades  propias de primero de formación actoral  en cualquier cursillo teatral de, incluso,  Guinea la  Ecuatorial.

    Sobre la labor de la jefa de vestuario aceptando un braguero de Adán y otro más el tapatetas de Eva de hojas de parra de plástico de los chinos, no hay nada que decir.

    Los textos, al principio, creímos mi amigo y yo que eran improvisaciones de los actores por  lo palurdos y bobos que eran  incluidas, además, torpes alusiones a la realidad del momento y guiños pueriles a las cortas pensiones de los más mayores. Pero no. También en el extraordinario elenco había un señor que había hecho un guion ¡Y qué guion! ¡Mátame, camión!

    Decorados no había. Una cosa que quería parecer un árbol imitaba toscamente al que aparece en el cartel de la gala que  aunque técnicamente está bien resuelto no deja de ser feísimo. ¡Da miedo!

   Y después de Adán y Eva, sale un montón de actores barbudos unos, sin barba otros y, creo recordar, una chica de morado que chillaba como una clueca. Actores de nuevo con pinganillos, gritones, sin matiz en sus voces, con un texto refrito de alguna obra que ya se sabían y con un vestuario de BBC (Bautizos, Bodas y Comuniones). ¡Jodo, qué tropa!

   Y por fin, ¡dan un premio! Una compañía, en tiempos de animación infantil, La Pai, y que ahora ha descubierto, además, que los bebés son también sujetos de patio de butaca o de escenario neojipi con señoras  dando la teta mientras balancean a sus pequeños con arrobo materno, naturalmente, y alguien toca o recita o se va a tomar un vermú. Salió toda la compañía a saludar y mi amigo y yo nos temimos el sunami. Pero no. Bastaron las palabras de la jefa de la Pai. ¡Nos metió un puro de tres folios explicándonos la importancia del teatro para el mocoso aún en situación intrauterina! La castaña era imposible de soportar y visto que el director había permitido unas “gracias” de tres folios, nos temimos lo peor. Situados estratégicamente como estábamos, abandonamos de puntillas el T.P.Z. y nos fuimos a tomar cervezas para ir diluyendo el coñazo que nos habíamos tragado   y hacer llevadera la noche del martes.

   Estas entregas de premios, que tienen un sentido tan endogámico y  familiar y a la vista de lo visto, tan patético, no deben hacerse en el Teatro Principal de Zaragoza. Existen en la ciudad otros lugares más acordes  para estos espectáculos colegiales. ¡Búsquenlos y disfruten para el próximo!

Premios de la X Gala del Teatro 2018

Premio Pedagogía Teatral:
 La  PAI 

Premio Escenotecnia:
 Toño Candela

Premio Revelación:

Javier Aranda 

Premio Aragoneses por el mundo:
Antonio Duque, quien también leerá el Manifiesto del Día Mundial del Teatro

Premio Honorífico:

Pilar Doce y Carlos Vega 

Premio a la Trayectoria:

Luis Felipe Alegre 

Premios al Trabajo:
Che y Moche por sus 20 años.
Tranvía por sus 30 años.
Titiriteros de Binéfar, por sus 40 años.

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