Espectáculo, política e indignidad.


Por José Antonio Díaz Díaz

Eurovisión 2025: la lógica espectacular disuelve la realidad y silencia la guerra en Gaza. ¿Es el entretenimiento global el opio del siglo XXI?  Me incluyo entre quienes no…

 

José Antonio Díaz Díaz
Corresponsal del Pollo Urbano en Santa Cruz de Tenerife. Islas Canarias.

….esperaban nada de Eurovisión, como de otros muchos espectáculos que permanecen fuera del radar personal, ya por desconocimiento, por falta de interés, tiempo, u otras razones. Sin embargo, un evento musical que parecía descartado se impone en la agenda, no por una grata sorpresa artística, una catástrofe lamentable, o una provocación humorística —como la de Chiquilicuatre—, sino por hechos aparentemente ajenos al concurso, o tal vez, no.

    Todo espectáculo es una representación condicionada donde ciertos antecedentes generan consecuencias previsibles. El destinatario de la fórmula es el público, un sujeto colectivo diverso y plural cuanto más global sea la audiencia potencial. Eurovisión 2025 con el permiso del futbol y de las Olimpiadas conforma unos de esos escenarios globales.
Siguiendo los pasos de los grandes eventos deportivos sus gestores han impuesto un marco de actuación incompatible con la libertad de expresión en nombre de una neutralidad apolítica imposible, lo que dificulta cualquier manifestación artística.

    No existe arte y entretenimiento axiológicamente neutro y apolítico. No se pueden borrar ni ocultar las consecuencias de la guerra en Gaza, cuando entre los participantes del Festival figura Israel. Incluso aunque no fuera el caso. Recuérdese, la participación de Ucrania en 2022, con la exclusión de Rusia con razones y argumentos que cambiaron en 48 horas por las presiones de los países miembros de la UER. En ese contexto, como poco, se resiente la libertad de expresión. A lo que cabe añadir la percepción de falta de transparencia en el televoto.

    Este tipo de eventos son la representación genuina de la lógica espectacular: movilizaciones multitudinarias y espacios de lucro. La finales eurovisivas son cadenas de momentos cumbre, que requieren de intensidad máxima en tiempo mínimo, son coreografías ritualizadas que generan un espacio de entretenimiento primario: sonidos, luces, y cuerpos que danzan y cantan. El resultado una realidad de imágenes inconexas desconectadas de su significado original. Memes con potencial polisémico: una escandalera espectacular, no por su magnitud e impacto, sino por su lógica subyacente: la funcionalidad del espectáculo en la representación del poder.

    Obviamente hay más de una lógica espectacular, tantas como poderes en competencia, pero lo que caracteriza a este momento, es su idealización absoluta.

    La realidad queda reducida a imagen sin valor de veracidad. Forma y contenido se solapan y están en constante cambio. Quien tenga el poder define la forma y el contenido.

    Volviendo a Eurovisión 2025, debemos señalar, que los intentos de acallar el uso de símbolos, mensajes de solidaridad o de denuncia en la esfera pública no es nueva ni en Eurovisión, ni en las entregas de premios, recordemos los Oscar, Goya, Cannes, el boicot a las olimpiadas, o el uso de pancartas y canticos en las gradas de futbol.

      Parece una terrible ingenuidad, −o una estrategia perversa−, pensar que, en este mundo globalizado mediáticamente, no aparecerán denuncias de uno u otro signo en cualquier evento mediático.

     Por si alguien lo ha olvidado, este mundo nuestro, está trufado de desigualdad, pobreza, violencia de todo tipo, persecución política e ideológica en un contexto de cambio climático. Recordemos las llamadas a la batalla cultural de las derechas.
Sin olvidar los actos violentos de cada día, sea cual sea la motivación aducida, que no cabe justificar, pero que debemos intentar explicar.

     La lógica espectacular ha existido desde el primer espectáculo, pero solo se ha conformado como problema cuando no cupo distinguir entre espectáculo y realidad.

    Esa lógica de la representación, en conjunción con las seis fases de la ventana de Overton en la acción política, nos informa que lo que hoy nos parece impensable, mañana con las adecuadas campañas y estímulos será radical, luego aceptable, después sensato y popular, y por último asumible políticamente. En esas están Trump y Netanyahu con “el proyecto de Riviera en Gaza”.

     Eurovisión ha decretado que el entretenimiento debe ser apolítico, lo que implica que la realidad también deba serlo. En 2022, no se permitió participar a Rusia en el festival, y la victoria de Ucrania en este se presentó como un acto de solidaridad política frente a la invasión de Rusia.

    No creemos relevante centrar el trabajo en el desigual trato dado a Rusia e Israel. Si así lo hiciéramos estaríamos dando por valida la lógica espectacular y por buena la posibilidad de un arte y un entretenimiento apolítico.

    No existen espacios apolíticos, ni amorales, ni aculturales. En toda situación humana, hay política, moral y cultura. Además, ¿Cuál sería el espectáculo bueno? Obviamente el que coincida, con los intereses y valores de los espectadores y con los objetivos de los promotores.

    Los gestores de Eurovisión han apostado por una estrategia muy conocida: silencio y renuncia a la palabra y por ende a la memoria, en nombre de los principios de cohesión cultural, neutralidad y apoliticismo. No cabe hablar de la guerra en Gaza. Se prohíbe mencionar a las víctimas civiles palestinas y a las restricciones humanitarias en Gaza a pesar de que Israel ha matado a más de 53.000 gazatíes, por 1700 bajas israelíes: 1200 asesinados en los atentados terroristas de Hamás y 400 muertes en los combates posteriores. Añádase el boicot de Israel a la entrega de ayuda humanitaria. Sin embargo, la participación de Israel se presenta bajo una narrativa de victimización.

     Y en clave procedimental se sospecha del uso del televoto a favor de la canción de Israel.

     Si acotamos el seguimiento del Festival a España, fue el programa de entretenimiento más visto en 2025 hasta el momento, solo superado por eventos como la Copa del Rey o la Eurocopa. En términos porcentuales absolutos, el 14% de la población siguió en algún momento el programa, en términos aproximados, 6.7 millones de personas. De ese 14%, cabe destacar la franja de edad entre 13 y 24 años, 4.6 millones.

       Queremos destacar el número de votos emitidos en la final por los espectadores españoles: 142.688. Y ello, por tres consideraciones y dos corolarios.

     Primera, señalar las implicaciones que en materia de educación democrática tiene la asociación de poder votar, previo pago de una cantidad de dinero.

     Segunda, ello trae consigo el deslizamiento de la idea de democracia censitaria: solo se puede votar pagando, haciendo añicos el principio de una persona, un voto.

    Y tercera, −dando por bueno que cada espectador solo votó una vez−, estamos hablando de que solo el 2% de la población que siguió el festival hizo ejercicio del derecho pecuniario a votar.

     Corolario primero, no parece que podamos inferir conclusiones ideológicas de simpatía política hacia Israel en Gaza, por mucho que las derechas españolas así lo proclamen.

     Corolario segundo, no lo lean como una boutade, creemos que este tipo de fenómenos tendría un menor impacto, si se enseñara más arte en las escuelas, y hubiera más espacios de participación artística en los barrios. Administraciones educativas, culturales, medios de comunicación, promotores musicales y artistas consagrados son parte del problema, pero también la solución. No cabe seguir apostando solamente por el arte enlatado y los festivales de grandes muchedumbres.

    A tenor de lo dicho, debemos relativizar el impacto de cualquier campaña particular: este Festival es un vagón más de los múltiples trenes que tienen como destino normalizar y legitimar las políticas de odio y exclusión.

    Aunque resulta llamativo que esto ocurra en Suiza, país símbolo de neutralidad y sede de Naciones Unidas.

     No sabemos si el apoyo masivo a Israel resultó de una campaña orquestada. Pero si podemos afirmar que, si en la opinión pública cala la idea de silenciar el debate moral y banalizar el mal, nos enfrentamos a un problema cuasi irresoluble. El problema radica en identificar las causas del crecimiento de la extrema derecha en Europa y por qué crecen los discursos de odio, especialmente entre los jóvenes.

    La instrumentalización de Eurovisión por parte de la derecha política—usando el festival como campo de su guerra cultural— nunca debió ser una opción, y es la constatación de que la neutralidad axiológica junto al fomento del apoliticismo y el silencio ante el odio y la injusticia es siempre un profundo error educativo y político.

    La industria de la comunicación reduce la realidad a mercancía, y esta, a información, publicidad y espectáculo. Lo distintivo de la información como mercancía es su capacidad para legitimar —o no— el discurso dominante y la representación del poder, lo que requiere ocultar, negar, transformar, o crear otras realidades alternativas.

    El capitalismo requiere de la publicidad y su crítica también. Distinguir una publicidad veraz de una falsa es una tarea que requiere un público formado y unos valores de referencia. Toda publicidad se desarrolla en un espacio político y moral. La presunta publicidad amoral y apolítica es ella misma una falsedad de principio y la constatación de su posición política y moral.

    La publicidad se comporta como una religión universal cuyos dioses son el consumo y el poder. Y no parece que exista forma de apostasía.  Luego solo cabe conocerla y cabalgarla.

     Del ágora al circo romano, de este a las catedrales y la imprenta lo cambió todo. De la prensa a la radio, el cine, la televisión, internet y la inteligencia artificial. La historia de la comunicación es la historia de la segmentación y gestión de la información según el modo de producción, y las funciones económicas y sociales de los productores. En este momento del proceso, al poder le estorban los sujetos colectivos. En este escenario, la pretensión es que solo queden los grandes propietarios.

    La ficción se convierte en espectáculo, pero este es real, luego la primera deviene en realidad. Al modo de la Naranja mecánica, la violencia, el sufrimiento y el consumo, devienen en representación, conformadas por imágenes emocionales, fácilmente manipulables. Hoy toca contemplación, mañana reacción emocional dirigida.

    La complicidad de instituciones, medios y parte del público en la dramatización patológica y espuria de la sociedad y la cultura deviene en psicopatología social, cuya causa y responsabilidad se le adjudica al individuo, no a los entes que la producen.

    Vuelve −si acaso, alguna vez marchó−, ese malestar cultural en forma de crisis existencial, moral y política, y cultural, que creímos superado después de las experiencias de las guerras del siglo XX, pero que los acontecimientos del siglo XXI nos recuerdan que siguen ahí.

    La memoria colectiva ha sido sustituida por la publicidad y los contenidos que la dirigencia carga en el sistema de entretenimiento

    Lo escrito, es deudor de lo dicho ya en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, cuando Debord y Cortázar nos abrían la puerta para advertirnos de la necesidad de cambiar desde lo más cotidiano. Lo que no podían pensar en los previos al mayo francés, es que se estaban quedando cortos. Hoy vivimos en un mundo del revés donde la información carece de valor referencial y los significados compartidos se han diluido. La realidad se vuelve líquida, sin patrones, y el debate queda en manos de quienes controlan los algoritmos de la información.
El resultado: el abuso, la guerra y la mentira se convierten en responsabilidad de las víctimas, invirtiendo el sentido común y la justicia. Ya lo ironizaba Galeano: “Nos mean, pero decimos que llueve”.

    Se asila a los perseguidores y se criminaliza a los perseguidos; se culpa al hambriento de su hambre y al muerto de su asesinato que deberá pagar su ejecución y su sepelio. Y, aun así, se nos dice que la tierra llora porque reclamamos el derecho a vivir en ella.

Foto1: Palestinos desplazados caminan por un camino embarrado en medio de la destrucción en Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza, el 6 de febrero de 2025. © Bashar Taleb, AFP

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