Italia: Un diario, una promesa


Por José Joaquín Beeme

     Dije en San Francisco de Torrero (una promesa de cumplimiento más que dilatado) que iría a Asís, imaginé entonces a mi madre…

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia

….que sonreía como vislumbrando mi vuelta al redil, acaso una caricia de hijo pródigo más allá de la muerte, del culpable olvido, y a los pies de la basílica blanca toda ojos, en la Antica Fonte y la hostería del Molino que abren la caminata ad caelum por el bosque del santo, he absorbido los silencios de olivar y viña, la quietud colinar que a traición quiebran los terremotos, la ruralidad tradicionalmente comunista y ahora, de golpe, leguista que sigue adormeciendo la verde Umbría. El bosque, decía, me conduce por un ramal al Tercer Paraíso de Pistoletto (un tirabuzón de supervivencia posible entre el perdido Edén y los paraísos virtuales), y por el otro, ascendiendo, hasta la ciudad levítica, donde el anunciado cirio votivo, ay, se confunde sin arder entre el indistinto montón del negocio velorio, frío, estajanovista, por mejor dejar fluir el torrente peregrino, la espesa marejada del turismo espiritual. Que descubre, después de atravesar una acrópolis poco mística y nada mendicante, erizada de tiendas-sacristía y restaurantes olorosos a churrasco, cómo Francesco protagonizó una embajada de paz cerca del sultán egipcio Malik al-Kamil, donde habría propuesto una ordalía de fuego, para contrastar las horripilantes sarracinas perpetradas por los cruzados. Yo retengo, de este exburgués y exguerrero que se desnudó hasta la verdad adánica (sonrojos adolescentes nos arrancó Zeffirelli), que significó mi infancia de barrio junto a su discípulo lisboeta y capuchino, el ecologismo de la primera hora, la fraternidad universal de todo lo vivo, el radical rechazo de la opulencia y el exceso que nos están matando. Visito luego Spoleto, el festival de Menotti que también progresa hacia lo alto, los costerones transeúntes y artesanos; la coqueta Spello donde todos los vecinos compiten por el patio o la calle más floridos; Foligno y su austera, serena San Feliciano, cómo me acogen estas plazas medievales sin autos ni gritos; Perusa en pleno hervor jazzístico, músicos en cada esquina, parque, soportal; pero me remanso, principalmente, en el archivo de Pieve de Santo Stefano, genial invención la de reunir los diarios privados italianos, intrahistoria pura y dura, para hacer tesoro de las voces pequeñas, de las vidas oscuras de tantos poverelli, como usted y como yo, que no accedieron ni accederemos nunca a los libros-registro del pasado.

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