Por Klaus Dillemberger
Ya he comentado que el castellano que se habla por estos lares dista bastante de como lo hablamos en España. Pero también en la ortografía te puedes llevar alguna sorpresa. Esta semana recibo un mail de una persona que me escribe: “Me interezo por un sistema solar para mi casa serca de Valparaíso”.
Klaus Dillemberger
http://notas-de-un-emigrante.blogspot.com.es/
Corresponsal del Pollo Urbano en Chile
Bueno, digamos que lo importante es que quiere dar uso a la energía solar. A menudo ves en la puerta de algún restaurante un cartel que anuncia en letras grandes de tiza «la buena cosina» del sitio. En este caso me importa más que el cosinero domine sus fogones que la buena dicción. La verdad es que mucha gente tiene un lio notable en el uso de las letras z, s, c y emplea lo que primero le cae a mano. Pero todo tiene su límite- si veo escrito: ‘pedagojia’ con j, se me eriza el pelo. Una muestra de la mucha falta que hace ella. No está demás recordar que la primera Facultad que clausuró Pinochet después del golpe, fue la de pedagogía precisamente, entonces con g todavía. Este verano hemos pasado unas semanas en Puerto Montt, en el sur de Chile, no para ir de vacaciones, si no para montar una fotovoltaica de 60 kW en tres techos de un edificio. ¡que placer! Un trabajo con vistas al mar. Pero eso sí, cada tornillo se aprieta con rabia. ¡Mirad en el mapamundi o en googleearth, donde queda Puerto Montt!! Alguien puede decirme ¿por qué diablos tengo que ir hasta el mismísimo fin del Mundo para instalar sistemas solares?? Más al sur ya sólo queda Tierra de fuego y la Antártida ¿Por qué no me dejan hacer mi trabajo en Zaragoza, en Huesca o en La Almunia de Doña Godina? Se lo pregunté a una foca, pero tampoco me lo pudo explicar. Bueno, es que alguna tarde después del trabajo me acercaba a la costa con un bocadillo de queso y una botella de vino para dedicarme un rato a la melancolía. Me senté en una roca mirando al mar y al poco rato aparece una foca que andaba por ahí, curioseando. «¿Qué?» Le digo yo, “también andas sola por ahí?” y se me queda mirando con sus grandes ojos redondos. Son simpáticas, las focas. Se comunican contigo de un modo similar a los perros. Debía de notar que estaba triste. Le lancé un cacho del bocata con queso que lo pilló al vuelo con una sorprendente agilidad, con lo torpes que parecen cuando están en tierra. Le debió de gustar, porque se acercaba un poco más. No le ofrecí un trago de vino, porque no me parecía de recibo. Mientras me miraba, hacía un movimiento hacía el mar con el cuerpo, como si quisiera invitarme a tomar un baño con ella, como diciendo: ´vente al agua, ya verás lo bien que lo pasaremos’. Me rio y encogiéndome de los hombros le digo “anda nena, ¡que no puedo! ¡que esta agua para mí está muy helada!» Ella daba unos pasitos hacia la orilla y se paraba mirándome expectante. ¡que más querría yo! Pero no llevo una capa de grasa como ella y si me meto yo en esa agua, luego no lo cuento. Hace años, en la península Valdés, en el sur de Argentina, alguien sí que me había prestado un neopreno, aletas, gafas y snorkel y me pude meter al agua con las focas y era divertidísimo. En el agua, el torpe era yo, pedaleando con las aletas y dando brazadas como buenamente pude, pero las focas iban y venían como flechas, daban vueltas alrededor mío en espiral como diciendo «bienvenido a nuestro mundo», una nadaba de espaldas debajo de mi mirándome con sus ojazos a los ojos como provocándome. En el agua es que son muy coquetas. Luego me daba un empujón en el hombro como invitándome a echarme una carrera con ella. ¡que torpe e incapaz me sentí entonces! Como un cangrejo en la arena. Son muy juguetonas, por algo algunas acabaron de artista en el circo. Pero hoy no tenía neopreno ni toalla, así que tuve que desistir de echarme al agua para jugar con la foca atendiendo su empeño de levantarme los ánimos. Así que me levanté y le digo: “chao guapa, otro día será, que vendré preparado”. Saludé con la mano y me pareció ver una expresión de decepción en su cara mientras me seguía con la mirada. “Gracias por el rato” le digo y me volví al hotel sonriendo. La foca había conseguido alegrarme la tarde. Mañana volveré a apretar tornillos en el sistema solar que estamos construyendo, quizás con menos rabia. Es que en La Almudena de Doña Godina no hay focas.
Victor Voltio notas de un emigrante LII. La foca