El patrullero de la filmo: Ecozine, Tomeo, Hawks

Por Don Quiterio

    El festival internacional de cine y medio ambiente de Zaragoza, Ecozine, organiza el ciclo ‘Otras perspectivas’ en la filmoteca. Se trata de una selección de películas documentales presentadas en pasadas ediciones, así como largometrajes premiados en otros festivales de la Green Film Network.

      Ecozine es una ventana al trabajo de cineastas comprometidos que se dedican a informar y sensibilizar, un foro necesario con una labor importante de los cineastas, en el que se exponen los valores de respeto hacia el espacio que nos rodea, para concienciar sobre el peligro de una tierra enferma que muestra síntomas preocupantes. Mejorar nuestra calidad de vida solo depende de nosotros, si cuidamos, mimamos y protegemos el espacio natural, aunque se precise alzar la voz para denunciar a los poderosos que, muchas veces, obedecen cínicamente a los mandatos del dinero, y esquilman y devoran bosques, amazonias o pueblos indígenas. También pone el foco en uno de los principales desafíos para la supervivencia humana: el agua. De eso y algo más tratan los trabajos programados por la filmoteca: las francesas ‘La sed del mundo’, ‘Home’ y ‘Planet Ocean’, todas ellos documentales realizados por Yann Arthus Bertrand (el último codirigido por Michael Pitiot); la estadounidense ‘La ley del silencio’, de Liz Miller; la greca ‘Vida en venta’, de Yorgos Avgeropoulos; o la alemana ‘La gran venta’, de Florian Opitz.

     La filmoteca también dedica un pequeño homenaje al escritor oscense Javier Tomeo (1932-2013), cuyo libro de microrrelatos titulado ‘El fin de los dinosaurios’ fue presentado el pasado mes de febrero en Zaragoza y que incluye también textos de Antón Castro, Daniel Gascón e Ismael Grasa. Su novela ‘El crimen del cine Oriente’ parte de un encargo para un guión cinematográfico, que escribe junto a Manuel Marinero y Pedro Costa, y este último produce y dirige el filme en 1996, surgido de su interés por la crónica negra española (‘El caso Almería’, ‘Redondela’, ‘Una casa en las afueras’, la serie ‘La huella del crimen’) y ambientado en Valencia durante la etapa más sórdida del franquismo. Aunque revela errores de construcción y verosimilitud, ‘El crimen del cine Oriente’ evita, al menos, caminos trillados, con un despligue de honesta eficacia, matizada por la fotografía de Jaume Peracaula o la composición musical de Juan Carlos Cuello.

     Una crónica social sin duda imperfecta pero resuelta con evidente habilidad, encuadrada en el cine de género, sin mayores ínfulas, y acertadamente desarrollada a partir de la dirección de actores (Anabel Alonso, Pepe Rubianes, Marta Fernández Muro, José María Pou), con sentido de la intriga y desdeñando gratuidades, para ofrecer un amplio e incisivo análisis de la sociedad española de comienzos de la década de 1950. Inspirada en un hecho real, la historia original de Javier Tomeo toma el microcosmos de un cine y sus empleados como una muestra representativa del tejido social de la posguerra, con una hipocresía que lo invade todo. Los espectadores en la sala conforman “un mosaico proteico”, por decirlo con Javier Hernández, y se mezclan con las imágenes de ‘Huella de luz’, ‘El misterio de una desconocida’, ‘Alba de América’ o ‘La Lola se va a los puertos’.

      Y finaliza, después de varios meses, la magnífica retrospectiva dedicada al gran cineasta norteamericano Howard Hawks (1896-1977), todo un virtuoso de la imagen que brilla en todos los géneros. Hawks, en efecto, filma de todo, y todo bien: cimas de la comedia, joyas del cine negro, cumbres aventureras y, por supuesto, wésterns, maravillosos wésterns de personajes cansados y heridos, asfixiados, que solo quieren sobrevivir. Y hacerlo dignamente, fieles a sus principios. Sí, filma con una aparente simplicidad que esconde, en realidad, una profundísima sabiduría cinematográfica, basada en una puesta en escena ejemplarmente clásica y un pensamiento lúcido y coherente, de temas recurrentes: la profesionalidad, la solidaridad, la eficacia del grupo humano enfrentado a un fin común. Un vitalista en esencia, dotado de un innegable sentido del humor.

    Un ciclo que termina, claro está, con la proyección de sus últimos trabajos: ‘¡Hatari!’ (1962), una excelente aventura en torno a un grupo de hombres que se dedican, en una reserva africana, a la caza de animales vivos con destino a los zoos del mundo; ‘Su juego favorito’ (1963), una divertida comedia en la que destaca el sensacional John McGiver, uno de los grandes secundarios del cine norteamericano; ‘Peligro… línea 7000’ (1965), un discutible filme de acción que no consigue que la emoción de las carreras automovilísticas se transplante en la pantalla; ‘Río Bravo’ (1959), con un alcohólico ayudante del sheriff que llega a rehabilitarse y a volver a tomar su conciencia de hombre; ‘El Dorado’ (1967), una especie de continuación de la anterior, lleno de detalles pintorescos y con un último plano donde los protagonistas acaban con muletas y evidenciando la ancianidad del género, y ‘Río Lobo’ 1970), el testamento fílmico del cineasta, otro wéstern de sólida factura narrativa aunque la inspiración no llega a la altura de sus referentes.

    El aliento épico liberado de artificios, la celebración del paisaje y la exaltación de unos tipos humanos irrepetibles, rebosantes de pasiones ancestrales, son las cualidades, en última instancia, de un cineasta llamado Howard Hawks, que siempre destaca su idea de grupo y su fidelidad a la amistad. Estos hombres no están solos, esto es, sino que buscan un grupo muy compacto, y la amistad va a ser el gran soporte que lo una, que los haga sacrificarse mutuamente y que los lleve hacia la resolución de las situaciones límites. Este mundo humano es profundamente masculino, lo que encuadra con la realidad del momento representado. Pero, además, son películas tremendamente morales, que pueden recordar fórmulas que podrían parecer medievales y que, en síntesis, son una demostración palpable de la defensa del individuo. Puro cine.

Artículos relacionados :